Desde hace algunas semanas estoy realizando un cuestionario cívico entre amigos y conocidos. La mayoría de los “encuestados” tiene más de cincuenta años y, por lo tanto, a mediados de la década menemista, superaban los treinta. Escuchando sus respuestas descarté trasladar el ejercicio a jóvenes nacidos en el nuevo milenio.
Mi primera pregunta encierra dos interrogantes: nombrame al jefe del Ejército y al jefe de la Policía Federal. Las respuestas se repiten. “Me acuerdo del general Martín Balza que estuvo casi toda la gestión de Menem. Y del comisario Angel Pirker, el que se suicidó durante el gobierno de Raúl Alfonsín”. De los actuales, no sabe, no contesta. No los quise avergonzar aún más preguntándoles quiénes eran los jefes de la Armada y de la Fuerza Aérea.
Continuamos con el Poder Ejecutivo. Decime 10 ministros de los 19 que integran el gabinete nacional. Las respuestas correctas no superan la media docena. “Pero me acuerdo de varios de los de Menem”, me dice un ingeniero de 55 años. Durante sus dos mandatos presidenciales el exgobernador riojano gobernó con 10 ministros (incluyendo al jefe de gabinete). De la gestión de Eduardo Duhalde sólo recordaban la figura del ministro de Economía, Roberto Lavagna.
Cuando pregunto por los nombres de viceministros o de los principales secretarios y subsecretarios de Estado (hay alrededor de 90 y 180), el bochazo es generalizado. Lo mismo sucede con el nombre de la directora de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI).
Siguiendo con los legisladores, pregunto por 10 de los 257 diputados nacionales y 10 de los 72 senadores (la reforma constitucional de 1994, a pedido de Raúl Alfonsín, los llevó de 48 a esa cifra). En este caso la mayoría de las respuestas apenas supera la media docena cuando les pido que distingan los del Frente de Todos de los de Juntos por el Cambio.
El silencio resuena cuando interrogo por los nombres de algunos de los presidentes de las comisiones más importantes (Presupuesto y Relaciones Exteriores, por ejemplo). Respecto a la integración de las fórmulas presidenciales no kirchneristas en las elecciones presidenciales de 2007 y 2011 hubo apenas dos menciones a Elisa Carrió.
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Referenciando al gobierno de Fernando de la Rúa (Alianza UCR-FrePaSo), pregunté qué importantes dirigentes kirchneristas lo habían integrado y un médico memorioso me respondió correctamente: Nilda Garré (viceministra de Interior) y Eugenio Zaffaroni (estuvo a cargo del INADI).
Lo mismo sucedió con la precandidata presidencial de Juntos, Patricia Bullrich, muy recordada por su paso como ministra de Trabajo, además de haber sido la primera mujer en ocupar ese cargo. Otra mujer lo ocupa en la actualidad. Quién es el secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), un ministro histórico sin cartera, fue otro interrogante que no acertaron a contestar la mitad de los preguntados.
En lo que se refiere al área económica y financiera las respuestas también dejaron mucho que desear. Algunos conocen el nombre del presidente del Banco Central y otros el del Banco Nación. Sin rastros sobre los responsables de la Unidad de Información Financiera (UIF). Lo mismo sucede con el director de la Oficina Anticorrupción y de la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas.
Sin lugar a dudas que este sencillo ejercicio cívico-institucional (que invito a realizar entre amigos y familiares) puede conducirnos a distintas interpretaciones. Y la principal, tal vez, es la que deja en clara evidencia que el personalismo y la centralización en la toma de decisiones en la cabeza del presidente no se traduce en mayor acumulación de poder sino, por el contrario, en una creciente y deficitaria gestión de la burocracia pública. En la escala jerárquica de la gerencia estatal no sólo pierden su razón de ser funcional los secretarios y subsecretarios, sino que las propias actividades de algunos ministerios se desvanecen en el solemne letargo del vamos viendo.
José Ingenieros escribió que “los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes solo necesitan saber a dónde van”.
El gran desafío que marcará a fuego el destino de la Argentina en los comicios presidenciales de octubre será elegir entre el candidato que sepa orientar el destino del país hacia el desarrollo sostenible empoderando a no más de diez ministros, y el candidato que naufrague en un populismo sin horizonte ahogándose en el presente de un pasado sin futuro.
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