Aunque nunca se sabe a ciencia cierta la dimensión del hartazgo, la demostrada ineficacia del fundamentalismo gradualista y la retórica del continuismo eterno, han agotado la tolerancia de una sociedad que no soporta más la perversa combinación de flagelos que la azotan a diario.
En ese marco, los ciudadanos debaten acerca de cómo salir de este nefasto laberinto. Los más escépticos creen que no es posible sortear este intríngulis y parecen resignados a convivir con este patético círculo vicioso. Sostienen que nadie tiene la valentía suficiente para hacer lo que hay que hacer. Afirman que la cobardía imperante de la dirigencia actual es sinónimo de decadencia endémica. Son los mismos que validan con pesar, pero también con convicción, que sus hijos busquen nuevos horizontes, fronteras afuera e inclusive evalúan esa alternativa para sí mismos.
Los más optimistas prefieren creer en espejitos de colores, deliran con soluciones mágicas e infieren que con un simple chasquido de dedos y un par de decisiones atinadas se reencontrará el rumbo hacia el éxito tan anhelado. Entienden que las riquezas disponibles emergerán abruptamente cuando la confianza se restablezca y los liderazgos muestren señales inconfundibles a los mercados globales.
La demostrada ineficacia del fundamentalismo gradualista y la retórica del continuismo eterno, han agotado la tolerancia de la sociedad
Quizás la verdad pueda ser localizada en algún lugar intermedio. No hay razones para permanecer en esta suerte de trance terminal crónico por décadas o colapsar mañana como vaticinan varios desde hace años, ni tampoco motivos para suponer que todo es muy simple y en un turno electoral todo se encaminará hacia una eufórica victoria casi futbolera.
Los problemas estructurales que hoy se sufren se han ido edificando durante muchos lustros gracias a un encadenamiento de pésimas determinaciones durante sucesivas gestiones de diferentes signos. Lejos de remediar inconvenientes la mayoría de esos dramas se agravaron profundizando sus consecuencias y alejando cualquier chance de sobreponerse a esa sofisticada coyuntura.
Frente a ese temible diagnóstico, poblado de tragedias mayúsculas y de cara a los comicios que se presentan como la probable llave hacia un porvenir mejor, merodea la infantil idea de que, tomando el sendero correcto, votando como se debe, el resto de la labor será sencilla.
En realidad, las urnas brindan la oportunidad de inclinarse por las personas adecuadas, por los equipos de trabajo más preparados para enfrentar la catarata de bombas que habrá que desactivar primero para intentar mitigar o resolver luego del modo más astuto que se pueda.
El abanico de correcciones urgentes que precisan ser planteadas es realmente agobiante
Lo que nadie dice, al menos hasta ahora, es cuáles serán los retos principales, la secuencia con la que serán encarados esas disyuntivas y fundamentalmente como harán para eludir las esquirlas, minimizar el inexorable impacto de ciertas medidas y con qué celeridad consideran que se podrá transitar con normalidad la transición que recién comenzará oficialmente el año entrante, una vez que se hayan implementado las nuevas reglas de juego.
El abanico de correcciones urgentes que precisan ser planteadas es realmente agobiante. Jerarquizarlas según su relevancia será una tarea titánica. Resulta imposible dar combate ante una diversidad infinita de frentes de conflicto. Habrá que optar los incendios que merecen ser sofocados rápidamente y posponer las siguientes batallas para una instancia próxima no tan lejana.
En definitiva, se precisa de sensatez para priorizar las luchas primordiales, inteligencia para utilizar las estrategias más eficaces y velocidad para trabajar en paralelo en esos asuntos que pueden ser la otra cara de la moneda y que no deben ser ignorados porque para garantizar victorias aplastantes será fundamental hacerlo casi coincidentemente.
Con una crisis de representatividad muy elocuente, el creciente desprestigio de la política y una escasa paciencia cívica hay muy poco margen para actuar y acertar entonces en los primeros días del gobierno parece no ser una alternativa deseable sino un imperativo del momento.
No menos importantes son las reformas educativas, en la salud y la política, en la seguridad y la justicia
El dilema central pasa por decidir por dónde empezar. Reducir el déficit implica reformular los roles y el tamaño del Estado. Racionalizar el gasto derivará en desmantelar procesos burocráticos, modernizar circuitos operativos y además asumir que el gobierno deje de ser el “aguantadero” de la partidocracia, ese ámbito que financia su andamiaje militante.
La reforma monetaria que frene las disparatadas expectativas inflacionarias y la renegociación de la deuda circundante son esenciales para aportar previsibilidad, la integración comercial con el mundo y la desregulación de normas ridículas que desalientan la inversión serán la herramienta para el crecimiento, la sabiduría para instaurar un sistema tributario menos hostil con los negocios y los cambios en la legislación laboral que apuesten por la empleabilidad, son sólo una parte de ese intrincado menú que hay que abordar con contundencia y sin titubeos.
No menos importantes son las reformas educativas, en la salud y la política, en la seguridad y la justicia. Algunos de estos capítulos podrán esperar un poco, admitirán una breve pausa, pero no por mucho más de un semestre si es que no se quiere perder esta ventana única.
La clave estará en la astucia para sincronizar reformas, en el talento para construir una narrativa creíble que de paso a la paciencia vital que debe acompañar a esta avalancha de transformaciones, que no serán inocuas y cuyos fuertes cimbronazos serán ineludibles e impactarán en la comunidad.
Allí se verá de que material están hechos no sólo los políticos que comanden esta aventura, sino también una ciudadanía que si no es capaz de comprender que esta etapa no será fácil se constituirá en la pesada ancla de cualquier intento de abandonar este pozo ciego en el que se ha caído y del que es posible escapar si se alinean las voluntades y el temple.
El autor es politólogo