El 29 de enero de 2000, en Mar del Plata, la barra brava de Boca tuvo una baja importante. Cuando terminó el superclásico de verano, uno de los hinchas de River que había sido acorralado por la barra, sacó una pistola y comenzó a disparar a mansalva y no precisamente de la cintura hacia abajo. Hirió a seis boquenses y mató a Miguel Cedrón. El disparo no hubiera sido fatal si el proyectil no hubiera ingresado por el mismo lugar donde recibió otra bala en 1994, en el tiroteo de Mendoza –en el Arco de Desaguaderos- con la hinchada de Independiente.
Todos lloraron al más veterano de la barra, tenía 48 años. Lo velaron con la bandera de Boca Juniors que Rafa conserva entre sus recuerdos. Miguel era el más querido de los hinchas.
Su lugar lo tomó Guillermo de Caballito. Los Di Zeo necesitaban organizadores porque eran conscientes de que para conservar el poder no debían aislarse de ninguna de las líneas de la barra.
En 2002, gente de la barra le presentó a Mauro Martín. Le dijeron que era un buen muchacho que alentaba desde el costado de la tribuna. Mauro era entrador y le contó a Rafael que manejaba el gimnasio del Club Leopardi en Villa Luro, y lo invitó a entrenar allí.
Mauro es buen boxeador y cultiva su físico con pesas y anabólicos. Lleva tatuado el escudo de Boca Juniors en uno de sus brazos y en el otro el nombre de su hijo, bautizado Blas en homenaje a Giunta, el defensor de Boca respetado por su temperamento.
La amistad con Mauro se fue estrechando y pronto estuvo en la segunda línea de la barra.
Pero eran dos culturas distintas. Rafa siempre les decía que, si veían a un jugador de Boca en la noche, lo apretaran y lo mandaran a dormir porque no pueden defraudar a los hinchas. Mauro, con el tiempo, cuando se acercó a los jugadores, les pidió que lo hicieran entrar a los lugares nocturnos que frecuentaban.
El 31 de agosto de 2003, en el partido contra Chacarita, se reavivó el odio entre las dos hinchadas. Antes del partido los “funebreros”, que eran visitantes, rompieron algunos molinetes de acceso al estadio y destrozaron varios puestos de comida y bebidas.
En la mitad del segundo tiempo, los visitantes comenzaron a arrojar trozos de mampostería, palos y objetos contundentes a los hinchas de Boca que estaban en la bandeja inferior.
La barra, que consideraba que su misión era proteger a los boquenses, al grito de “y pegue Boca, pegue” y con Di Zeo a la cabeza, consiguió que uno de los empleados del club le abra una puerta. Pasaron por detrás de las cabinas de transmisión y de las plateas para subir hasta las bandejas para tomarse a golpes con los agresores.
La infantería de la Policía intervino para separarlos y se suspendió el partido. La batalla campal terminó con catorce heridos y denuncias sobre la conexión entre los barras y los políticos.
En la causa intervino el juez Mariano Bergés, que encarceló al vicepresidente de Chacarita, Armando Capriotti, a los barrabravas Luis Gómez y Héctor Maninno y a varios integrantes de “la 12″. Cinco de ellos, que estaban prófugos, fueron capturados en Santa Teresita. En la causa estuvo procesado Luis Barrionuevo, presidente de Chacarita y senador de la Nación.
El juez se instaló como una esperanza para acabar con la violencia en el fútbol, pero los dirigentes lo dejaron sin apoyo porque su negocio estaba con los barras.
Rafa Di Zeo pasó cinco meses eludiendo a la policía. Vivió en distintos lugares en la provincia de Buenos Aires y la Capital Federal. Su pareja, Viviana Parrado, que era cabo de la Policía Federal, le daba cobertura.
Como sospechaba que su novia estaba siendo seguida, le dijo que iba a ir a buscar ropa a la casa de la madre, que estaba de viaje en España. Antes de ir a la vivienda materna en el barrio de Caballito, buscó a un amigo y se fueron con una moto con los cascos puestos para que no lo reconocieran. Se instalaron en la esquina del departamento para observar los movimientos.
Pronto llegaron los patrulleros para allanar la casa. Le dieron vuelta todos los ambientes y le robaron camisetas autografiadas por los jugadores de Boca Juniors y cien mil pesos. En su lugar dejaron cambio chico para denunciar que ese era el dinero de la reventa de entradas. Por supuesto, el dinero grande no apareció, como tampoco las camisetas ni un Rolex de acero. Uno de los policías dejó sus zapatillas viejas y se llevó unas Nike nuevas.
A la prensa le dijeron que mientras allanaban, Di Zeo escapó descolgándose con sábanas desde la ventana de su dormitorio. Pocos creyeron esa versión, que fue creciendo con el tiempo. No faltaron agregados como que llevaba armas en su cintura y una se le cayó en la huida.
El juez Bergés acusó de encubrimiento a la suboficial Parrado, pareja de Di Zeo, pero no fue detenida porque el delito es excarcelable.
A partir de ese incidente, Rafa mandó a negociar a su abogado José Monteleone para entregarse. Su foto estaba en todos los noticieros para que la gente lo identificara. Gustavo Beliz, que era el ministro de Justicia de Néstor Kirchner, había hecho una causa de la lucha contra los barras.
Di Zeo habló por teléfono con Carlos Menem, que estaba en Santiago de Chile. El ex presidente le aconsejó que no siguiera huyendo, que se presentara para no pasar las fiestas adentro de la cárcel.
El 10 de diciembre, en la oficina de su abogado José Monteleone en Lugano, se entregó y lo enviaron a Marcos Paz. Allá estaba el jefe de la barra de Independiente, el Patón de la Cava, condenado por un robo con toma de rehenes. La gente que lo acompañaba lo fue a buscar para que compartieran el pabellón.
Menem tuvo razón, el 30 de diciembre lo liberaron y pasó año nuevo con su familia.
Cuando salió en libertad, volvió a “la 12″ con más poder. Un amigo le presentó al fiscal Carlos Stornelli, socio e hincha fanático de Boca Juniors. El primer pedido de Stornelli fue que lo llevara a la tribuna con la barra a ver un partido. Por supuesto que accedió; no era el primer personaje sobresaliente que le hacía ese pedido. Di Zeo recuerda que el ex dueño de un canal y una radio le pidió que lleve a sus hijos a la tribuna. La particularidad del pedido es que el hombre y sus hijos eran hinchas de River Plate.
En ese momento estaba de novio con Soledad Spinetto, que era Secretaria Privada del Gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá. Era eficiente y trabajadora. La consideraban una mujer brillante.
Se casaron en diciembre de 2005. La fiesta se hizo en la quinta Los Galpones, en la localidad de Benavidez. Estuvo todo el gabinete de Solá, entre ellos el ministro de Obras Públicas, Raúl Rivara. No faltaron Aníbal Fernández ni Diego Maradona. También estuvieron el fiscal Stornelli y Teresa González Fernández, “La Colorada”, ex mujer de Felipe Solá.
La felicidad de Rafael Di Zeo terminó en marzo de 2007, cuando el Tribunal de Casación confirmó una sentencia por un enfrentamiento con los barrabravas de Chacarita y lo envió a prisión junto a su hermano Fernando y el Oso Pereyra.
Antes de entregarse, Di Zeo habló con el Ministro de Justicia de la Nación, Aníbal Fernández, y con el jefe del Servicio Penitenciario Federal, Inspector General Hugo Sosa, para asegurarse que las condiciones de detención fueran las mejores.
Estuvieron poco más de un mes en Marcos Paz y luego los trasladaron al pabellón 6 del Complejo 1 de Ezeiza, un verdadero VIP que estaban terminando de construir.
El pabellón les pertenecía. Eran los únicos. Una de las primeras visitas que recibieron fue la de Omar Buchacra, que había sido concesionario de un puesto de alimentos en la cancha de Boca Juniors. A Di Zeo no le caía bien. El hombre llegó con una propuesta: coordinar la visita de los jugadores. Les dijo que tenía muy buena llegada con Sosa, el director del Servicio Penitenciario.
Di Zeo rechazó la intermediación, le habían llegado rumores de que Buchacra trabajaba para la policía.
Soledad Spinetto, su mujer, lo visitaba todas las semanas. Estaba contenta porque tenía un nuevo cargo: era la secretaria del nuevo ministro de Justicia del Gobernador Daniel Scioli, Carlos Stornelli.
Casi todos los jugadores de la primera división de Boca fueron a visitarlos. Román Riquelme, fue la excepción, pero hablaba por teléfono con ellos. Di Zeo, que conocía la habilidad política del delantero, le aconsejó que no fuera a verlos.
En cada visita recibían entradas para los partidos de Boca que repartían con los guardias para conseguir beneficios.
Pero lo que sucedía en Ezeiza repercutía en la cúpula penitenciaria que vivía una interna porque el Gobierno quería desmilitarizar a la fuerza y el Inspector General Sosa era un obstáculo. Para desacreditarlo se echó a rodar el rumor de que favorecía con privilegios a los barrabravas y tuvo que renunciar; en su lugar asumió Alejandro Marambio, el primer civil que comandó el Servicio Penitenciario Federal.
El 4 de abril de 2008, el Ministro de Justicia Aníbal Fernández, que estaba recorriendo el Complejo 1, fue hasta el pabellón 6 y se dio un efusivo abrazo con cada uno de los barras delante del nuevo director del penal. Se quitó el saco y se quedó conversando con ellos. Ese abrazo fue un aval y un aviso sobre cómo debían ser tratados.
En la tribuna, el lugar de Di Zeo fue ocupado por Mauro Martin, que hizo una limpieza en la primera y segunda línea. No aceptó a Roberto “Tyson” Ibáñez, ni a Richard Laluz Fernández, apodado “El uruguayo” William. Ambos eran hombres cercanos a los Di Zeo.
A partir de ese momento, la barra se dividió en dos sectores que iniciaron una guerra interna. Por un lado estaba la “12″ oficial que respondía a Mauro; por el otro, los ex Di Zeo con el Uruguayo a la cabeza.
A fines de 2008 llegó al pabellón VIP Mario Segovia, “el rey de la efedrina”, condenado a 14 años por estar relacionado con los asesinatos de tres empresarios en General Rodríguez. Los barras le explicaron cómo eran sus reglas y que tenía que compartir parte de lo que recibía.
Los paquetes que llegaban para Segovia eran exagerados. Di Zeo y sus compañeros distribuían sobres de jugo y otros alimentos con los pibes más jóvenes.
Segovia tenía oculto un celular y varios chips. Los boquenses no lo sabían; también ignoraban que el rey de la efedrina estaba siendo escuchado por orden de un juez de Campana, que sospechaba que desde la cárcel seguía comandando el negocio de la droga.
Y no se equivocó. A fines de octubre de 2009, gracias a las escuchas, obtuvo las coordenadas para organizar un gigantesco operativo en Rosario, con más de veinte allanamientos, donde se detuvieron a ocho personas del entorno íntimo de Segovia. Su novia, su suegra, su cuñado, su abogado y hasta dos de sus posibles testaferros subieron al camión celular. También resultó demorado su padre.
De las escuchas se obtuvieron detalles sobre cómo elaboraba las metanfetaminas y la efedrina sintética.
A los barrabravas les llegó la información. Uno de los guardias les dijo que había alboroto porque detectaron un celular en el pabellón.
Di Zeo encaró a Segovia.
- ¿Acá hay un celu? -le preguntó-.
- No sé.
- Tenés que ubicarlo, porque la SIDE está sospechando.
- Gracias por el aviso.
Di Zeo, su hermano y el Oso comenzaron a vigilarlo. Cuando se dieron cuenta de que tenía el celular lo arrinconaron en la celda.
- Vos tenés un celular, la concha de tu madre. Por tu culpa nos están volviendo locos. Tiralo a la mierda.
Segovia prometió hacerlo.
Di Zeo no quería perder el privilegio que tenía de ir a trabajar al estudio de un abogado en Capital Federal de 7:00 a 17:00 para luego volver a la cárcel a dormir.
Al día siguiente del incidente, mientras el jefe de “la 12″ estaba trabajando, allanaron el pabellón 6 para buscar el celular del narcotraficante.
Segovia, que le pagaba dinero a algunos guardias, consiguió que pusieran todo lo que lo comprometía en la celda de Di Zeo. Cuando hicieron la requisa, los celulares, chips para teléfonos, un módem de computación, pinzas, dinero y whisky, entre otras bebidas alcohólicas, estaban en el alojamiento del jefe de “la 12″.
Por el escándalo fueron separados el subdirector del penal y cuatro guardias sospechados de recibir dinero de Segovia.
Afuera, en tanto, seguía la lucha por el poder en “la 12″. Ni la policía ni los dirigentes habían aprendido la lección, cada vez que alguien pierde el liderazgo, hay un período salvaje para ocupar ese lugar privilegiado.
En marzo de 2009, antes del partido con Argentinos Juniors, un tiroteo entre la fracción de Mauro y la del Uruguayo frente al parque Lezama terminó con una mujer de 85 años herida de bala en una pierna y con el Uruguayo internado en el hospital con traumatismo craneano.
El 10 de mayo de 2010 los hermanos Di Zeo y el Oso Pereyra recuperaron la libertad.
En ese año absolvieron al juez Bergés en una causa en la que estaba acusado de “abuso de autoridad” y “violación de los deberes de funcionario público”, por intervenir el teléfono del entonces senador Luis Barrionuevo que dijo que estaba protegido por sus fueros parlamentarios.
El juez federal Julián Ercolini resolvió absolverlo. El día del fallo, alrededor de cincuenta hinchas de Chacarita y militantes del gremio de Gastronómicos fueron a insultar a Bergés por haberlos investigado. Además, agredieron a una docena de personas que pertenecían a la ONG “Salvemos al fútbol”, que apoyaba al ex juez. Entre los agresores estaba Armando Capriotti, el ex vicepresidente del Club, que cumplió una condena de seis meses por los incidentes de aquel partido de fútbol de 2003.
Barrionuevo y Capriotti, habían sido absueltos en 2007 en otra causa en la que estaban acusados de encabezar una “asociación ilícita”, como denominaron a la hinchada del club.
Otra vez triunfó la política y quedó garantizada la violencia en las canchas.
Para los hinchas de Boca, la causa se cerró en julio de 2012; el Tribunal Oral en lo Criminal N° 6 (TOC6) absolvió al líder de “la12″ y a los otros quince imputados. El Fiscal Diego Nicholson había pedido once años de condena para Di Zeo y los demás líderes de la barra, lo que los hubiera devuelto a la cárcel.
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