Una de las discusiones que recorren al peronismo desde, prácticamente, la muerte de Néstor Kirchner gira alrededor de si Cristina Fernández continuó su obra, si la tergiversó, si la destruyó o si, simplemente, la modificó de acuerdo a los desafíos que le fue imponiendo la realidad. Esa discusión, como tantas otras, no derivará en una conclusión única e indiscutible, simplemente porque no es así como funcionan las cosas. Las distintas miradas sobre el tema están destinadas a confrontar, que es una manera de convivir, hasta que el asunto pierda interés, algo que también sucederá. En cualquier caso, esta semana se cumplieron veinte años del 25 de mayo de 2003. Ese día, Néstor Kirchner se convertía en Presidente de la Nación y pronunció un discurso fundacional, que marcó un quiebre conceptual con muchos de los dogmas que habían condicionado y limitado a la democracia argentina en los años previos.
La iconografía cristinista -o camporista- recuerda de ese discurso algunas frases simbólicas: “Soy parte de una generación diezmada”; “Vengo a proponerles un sueño”, por ejemplo. Pero, al mismo tiempo, hay algunos fragmentos que nunca son citados o reproducidos. En esa omisión, tan ingenua por cierto, hay una admisión oculta. Las vueltas de la vida han querido que, a lo largo de los años, Cristina Fernández tomara algunos caminos que contrastan de manera muy evidente con algunos de los conceptos de aquel texto que, así, veinte años después, se transforma en un documento histórico muy significativo.
En los comienzos del discurso, Néstor Kirchner hizo una apelación muy específica para que terminaran los enfrentamientos “estériles” que tanto daño le han hecho al país. Dijo así: “No es necesario hacer un detallado repaso de nuestros males para saber que nuestro pasado está pleno de fracasos, dolores, enfrentamientos, energías mal gastadas en luchas estériles, al punto de enfrentar seriamente a los dirigentes con sus representados, al punto de enfrentar seriamente a los argentinos entre sí”. Años después, antes incluso de que Kirchner falleciera, el kirchnerismo asumió un enfoque abiertamente enfrentado con ese párrafo, donde las necesarias modificaciones que requiere el país obligaban a una confrontación permanente con los enemigos, o los supuestos enemigos. Ese giro arrancó en 2008, luego de la resolución 125, que la propia Cristina Fernández reconoció ya varias veces como un serio error de su gestión. “Casi me pongo al país de sombrero”, dijo, por ejemplo, el jueves pasado. A partir de ese momento, la radicalización y el enfrentamiento, la política del “ellos” y “nosotros” no paró nunca más.
En otro momento de aquel acto, Kirchner advirtió sobre la poca relevancia de “los discursos de los funcionarios” en la acción de Gobierno y, sobre todo, en la necesidad de que el gobierno sea plural. “La gestión se construye día a día en el trabajo diario, en la acción cotidiana que nos permitirá ir mensurando los niveles de avance. Un gobierno no debe distinguirse por los discursos de sus funcionarios, sino por las acciones de su equipos. Deben encararse los cambios con decisión y coraje, avanzando sin pausas pero sin depositar la confianza en jugadas mágicas o salvadoras ni en genialidades aisladas. Se trata de cambiar, no de destruir; se trata de sumar cambios, no de dividir. Cambiar importa aprovechar las diversidades sin anularlas. Se necesitará mucho trabajo y esfuerzo plural, diverso y transversal a los alineamientos partidarios. Hay que reconciliar a la política, a las instituciones y al Gobierno con la sociedad”. La pluralidad de aquellos tiempos fue reemplazada por interminables purgas internas que se moderaron con la construcción del Frente de Todos, pero que reaparecen cíclicamente. La exclusión del presidente Alberto Fernández del acto del 25 de mayo fue una expresión más de una cultura que no parece representar frases como: “Se trata de sumar cambios, no de dividir”.
Aquel 25 de mayo de 2003, Nestor Kirchner prometió ser implacable en la lucha contra la corrupción. “No habrá cambio confiable si permitimos la subsistencia de ámbitos de impunidad. Una garantía de que la lucha contra la corrupción y la impunidad será implacable, fortalecerá las instituciones sobre la base de eliminar toda posible sospecha sobre ellas. Rechazamos de plano la identificación entre gobernabilidad e impunidad que algunos pretenden. Gobernabilidad no es ni puede ser sinónimo de impunidad. Gobernabilidad no es ni puede ser sinónimo de acuerdos oscuros, manipulación política de las instituciones o pactos espurios a espaldas de la sociedad”.
Uno de los fragmentos más interesantes para el debate sobre cómo administrar la Argentina aparece cuando Kirchner se refiere al equilibrio fiscal. Esos dos párrafos son, tal vez, los más antagónicos respecto de las convicciones actuales de la vicepresidenta de la Nación. “La sabia regla de no gastar más de lo que entra debe observarse. El equilibrio fiscal debe cuidarse. Eso implica más y mejor recaudación y eficiencia y cuidado en el gasto. El equilibrio de las cuentas públicas, tanto de la Nación como de las provincias, es fundamental. El país no puede continuar cubriendo el déficit por la vía del endeudamiento permanente ni puede recurrir a la emisión de moneda sin control, haciéndose correr riesgos inflacionarios que siempre terminan afectando a los sectores de menos ingresos”. Cualquiera que mire lo que hizo Kirchner cuando gobernó, tanto en Santa Cruz como en la Casa Rosada, deberá concluir que, al menos en este aspecto, se trata de convicciones genuinas. Kirchner logró el equilibrio fiscal cuando era gobernador y mantuvo el equilibrio fiscal que recibió cuando era Presidente. Ese rasgo central de su esquema macroeconómico se perdió desde que asumió Cristina Kirchner en 2007.
El siguiente párrafo insiste con el mismo tema, pero agrega otros elementos ausentes del discurso cristinista desde hace muchos años: equilibrio fiscal, pero también ausencia de rigidez cambiaria, mantenimiento de un sistema de flotación, superávit primario, superávit externo, estabilidad de precios, entidades financieras sólidas destinadas a prestarle al sector privado, todos elementos que existían antes de 2007. “Con equilibrio fiscal, la ausencia de rigidez cambiaria, el mantenimiento de un sistema de flotación con política macroeconómica de largo plazo determinada en función del ciclo de crecimiento, el mantenimiento del superávit primario y la continuidad del superávit externo nos harán crecer en función directa de la recuperación del consumo, de la inversión y de las exportaciones. Sabemos que la capacidad de ahorro local, y, por ende, el financiamiento local, es central en todo proceso de crecimiento sostenido. Ello requiere estabilidad de precios, entidades financieras sólidas y volcadas a prestar al sector privado, personas y empresas, con eficiencia operativa y tasas razonables”.
Sobre el final del discurso, Néstor Kirchner realizó una apelación muy fuerte en contra de cualquier de culto a la personalidad. Es difícil, para cualquiera que no comulgue con la fe cristinista, no ver una contradicción entre el párrafo que sigue y la manera en que se construye la política alrededor de un liderazgo como el de Cristina Fernández, incluso en el acto del 25 de mayo donde, una vez más, fue la única oradora. “Sabemos que estamos ante un final de época; atrás quedó el tiempo de los líderes predestinados, los fundamentalistas, los mesiánicos. La Argentina contemporánea se deberá reconocer y refundar en la integración de tipos y grupos orgánicos con capacidad para la convocatoria transversal en el respeto por la diversidad y el cumplimiento de objetivos comunes”.
Al mismo tiempo, el discurso completo que pronunció Nestor Kirchner aquel día contiene muchísimos fragmentos que coinciden con lo que después hizo o dijo Cristina Fernández. De ninguna manera se puede considerar que solo hay ruptura entre lo que ella hizo después y lo que él dijo hace veinte años. Esos puntos de coincidencia y de continuidad incluyen la presencia de un Estado regulador, la necesidad de impulsar el consumo interno como motor de desarrollo, la tensión con los sectores empresarios, la inserción en Latinoamérica como elemento central de la política exterior, la defensa de una política de desarrollo, la idea de administrar el comercio exterior, el objetivo central de distribuir el ingreso, entre otros.
Esas ideas son, justamente, las que unifican al Frente de Todos. Ninguno de sus dirigentes las discutirían. Las divisiones se producen alrededor de los fragmentos que hoy contradicen a Cristina, o -más bien- que ella contradice. En ese sentido, ese discurso es un documento interesantísimo para explicar las diferencias entre quienes se reivindican “nestoristas” y los que se definen como “cristinistas”. Además, aporta además un material muy rico en la discusión económica actual, especialmente por su enfoque macroeconómico, tan pero tan distante al discurso cristinista actual. Aquellos que critican a la Vicepresidenta porque sostienen que no sabe de economía, tendrán un argumento letal en el discurso más importante que pronunció el fundador y líder del kirchnerismo.
Es inevitable preguntarse hasta qué punto aquel presidente decía o no cosas en las que creía, especialmente en los párrafos que después él mismo contradijo: el de la lucha contra la corrupción, el del repudio a los líderes mesiánicos, o aquel señalamiento tan criterioso sobre el daño que hacen los enfrentamientos estériles. En cualquier caso, aquel 25 de mayo se inició un nuevo ciclo histórico en la Argentina. Kirchner expresaba las esperanzas de una sociedad frustrada luego del fracaso estrepitoso de la década del 90. En el breve período que le tocó gobernar, desarrolló de manera bastante fiel los principios expresados en esa hora y media de discurso. Luego, arrancó un período mucho más controversial: la sociedad se dividió, aparecieron los escándalos de corrupción, volvió la inflación, se perdieron los superávits y la autonomía energética, las ideas de la transversalidad y el pluralismo fueron reemplazadas por el “vamos por todo”.
A medida que, paulatinamente, vaya entrando en la Historia, Cristina Fernández estará obligada a discutir si, en verdad, ella fue una continuadora de la obra de su marido o la líder que malversó sus ideas. Será una discusión dolorosa porque muchos peronistas creen que ocurrió lo segundo y porque a ella ha demostrado que le interesa muchísimo su lugar en la Historia.
Mientras, otras personas muy distintas gobernarán el país.
Son las reglas.
Ojalá puedan plasmar en los hechos, las promesas truncas de aquel intenso y esperanzador 2003.
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