En los últimos años de bajo flujo crediticio a nivel mundial y directamente escasez a nivel nacional, una alternativa surgió con fuerza: las finanzas sostenibles. Con impacto positivo en toda la cadena, los bonos verdes y sociales son una estrella creciente de los mercados de capitales locales e internacionales.
En los últimos meses, sin embargo, aparecieron nubarrones tapando esa luz, con una creciente batalla política en Estados Unidos y el crecimiento de un candidato presidencial en Argentina que dijo estar en contra del cambio climático y, por lo tanto, de todos los instrumentos que se crearon para combatirlo. ¿Es el fin del boom de las finanzas sostenibles, que movieron más de 3,5 billones de dólares, según Climate Bond Initiative? La respuesta es que todavía no, pero este jaque a una alternativa valiosa para las empresas argentinas se convierte en una oportunidad para explicar más y mejor su aporte.
Empecemos por lo que ocurre en Estados Unidos. Los republicanos impulsaron en el Congreso una norma que buscaba prohibir a los gestores de fondos de pensiones guiarse por los criterios ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG) en sus inversiones. El tema escaló tanto que el presidente Joe Biden utilizó, por primera vez en su mandato, su poder de veto para impedir que se aplicara.
Aunque esa batalla parece estar saldada a partir de la enfática respuesta del máximo poder político en ese país, el movimiento en contra de este tipo de inversión y financiación basada en criterios ESG -que como lo indican sus siglas en inglés, son factores ambientales, sociales y de gobernanza- es creciente en Estados Unidos y tiene un correlato local.
Javier Milei, candidato a Presidente por La Libertad Avanza, propone un discurso de potencial impacto negativo en el mundo de la sustentabilidad en general y las finanzas sostenibles, en particular. Desde una perspectiva libertaria y con una narrativa que entroniza nuevamente a la empresa como actor diseñado sólo para invertir y generar rentabilidad maximizando el beneficio, queda de lado una visión más humana de las empresas y su relación con el entorno en el que se desarrollan. Una premisa que se da de frente con la realidad. Las organizaciones del sector privado no pueden ser considerados sólo actores económicos, ya que influyen e impactan en las comunidades en las que operan. Las empresas son por lo tanto actores sociales, que naturalmente se cruzan con los desafíos y problemas que aparecen en su territorio. Si el sector productivo y financiero, a su vez, internalizan estas prioridades sociales y ambientales, aparecen las oportunidades para un mercado que sabe que necesita estar atento al entorno.
Esto no es para nada abstracto. En la Argentina, la emisión de bonos sostenibles llegó a un nuevo récord el año pasado con 17 colocaciones: fueron 333 millones de dólares puestos al servicio de objetivos del impacto social y ambiental positivo..
Mientras tanto, es comprensible que surjan dudas en algunos sectores. El riesgo que conlleva la adopción de agendas o temáticas que a veces son ajenas a nuestra problemática local, provenientes de regiones con otras historias sociales y parámetros culturales, genera tensiones y conspira contra los múltiples beneficios que conlleva la implementación de una perspectiva ESG, enfocada y contextualizada, sobre las operaciones y los negocios.
Más allá de las polémicas, se espera que un mayor número de compañías, independientemente de su tamaño o sector, tengan a la sustentabilidad como prioridad. Mientras generacionalmente crece la conciencia ambiental, la expectativa de que las organizaciones diseñen sus negocios en forma consciente y responsable se consolida y es exigida tanto por consumidores, cadenas de valor, inversores y los propios colaboradores.
De acuerdo con la OCDE, la integración de una estrategia ESG en todos los aspectos de una organización conlleva al éxito de las iniciativas de creación de valor a largo plazo. Esto no solo fortalece la posición competitiva de las empresas, sino que también las prepara para mitigar riesgos y aprovechar oportunidades, lo cual contribuye a generar un impacto positivo en la sociedad.
Contar con mejores herramientas para reconocer las necesidades y prioridades de una comunidad es fundamental, así cómo también para comunicar de una forma más efectiva el impacto positivo de las empresas al desarrollar esta lógica. Esto tendrá como consecuencia no sólo superar las resistencias y barreras de aquellos que no visualizan el aporte real; sino que también permitirá canalizar recursos y fondos en forma más eficiente hacia el tipo de proyectos que velan por el desarrollo sostenible.
El discurso de Milei, a partir de su crecimiento en las encuestas, influye sobre las posiciones de todo el espectro político y de la opinión pública en general. En momentos de campaña electoral, es importante destacar, que aunque existen áreas de mejora, la escala de los desafíos que enfrentamos como sociedad, nuestras brechas y deudas sociales, no nos permiten el lujo de considerar a las empresas como escindidas de esta realidad. Necesitamos que se involucren, innoven y contribuyan con soluciones desde una perspectiva de impacto positivo. En ese marco, las finanzas sostenibles potenciando ese tipo de proyectos representan un avance hacia una sociedad más justa e inclusiva, algo que en Latinoamérica y particularmente en Argentina, necesitamos con urgencia.
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