En Argentina resuena el discurso de la libertad como nunca desde, por lo menos, el siglo XIX. El país liberal de la Generación del 37 se basó en una democracia indefectiblemente limitada y aristocrática, dada la ausencia de instituciones, prácticas y costumbres democráticas. Ahora, el liberalismo se está volviendo, por primera vez, popular. Se ha tornado competitivo electoralmente. Cala en sectores bajos, ávidos de oportunidades y trabajo genuino.
En esto, hay que reconocerle un papel clave a Javier Milei (aunque no exclusivo, ni mucho menos). Su ímpetu contra el estatismo ha ayudado mucho a legitimar el liberalismo, a verlo como algo válido, incluso natural.
Sin embargo, el locuaz divulgador ha colaborado, no solo a través de sus virtudes, sino también por sus vicios o defectos. Ha operado el efecto llamado “Ventana de Overton”. Es decir, el rango de sentido común se ha corrido hacia el centro liberal porque, frente a un extremismo de izquierda largamente hegemónico, apareció un vociferante extremismo de derecha. La ventana de Overton es justamente el promedio entre las posturas protagónicas. Lo ideal es que solo haya centros democráticos en disputa, sin riesgos de extremismo, pero, ante un potente extremismo de izquierda, la aparición de uno de derecha lo equilibra o compensa.
Paradójicamente, las actitudes violentas e intolerantes de Milei han colaborado en difundir el liberalismo y, en el corto plazo, incluso en fortalecer la democracia. El inconveniente es que, de prolongarse y profundizarse esta tendencia política, empezará a tener un efecto opuesto, contrario a las instituciones democráticas y, por ende, a la libertad.
El avance de la extrema derecha se da en Argentina desde distintos flancos y con diversos formatos. Existe una línea política (un populismo de extrema derecha que agita la bandera antisistema), como así también una corriente violenta. El atentado contra Cristina Kirchner dejó en evidencia la existencia de este último grupo. Son absolutamente minoritarios y marginales, pero tienen convicción y fanatismo suficiente como para hacer daño. Ese es su mayor poder.
Desde el populismo, el máximo protagonista de este fenómeno de la extrema derecha es Javier Milei. Su violencia es actitudinal y verbal, no física. Recientemente, llegó a tildar de “chanta”, “seudo liberal” y “traidor” a un liberal de pura cepa, como Ricardo López Murphy, porque este criticó con fundamentos lógicos su plan de dolarización. Así son los fanáticos. Oponen la violencia a la lógica. Demonizan a cualquiera que se mueva un milímetro del pensamiento único (en este caso, cual si fuera un comunista).
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El problema de Javier Milei no es meramente actitudinal o psicológico. No se trata solo de un tono o lenguaje autoritario. Es también de índole político y filosófico.
En lo político, ha apoyado públicamente a Donald Trump, un dirigente autoritario, cuyas apetencias de poder ilimitado fueron frenadas, muertes de por medio, por las instituciones democráticas de Estados Unidos. Hay que recordar que Trump nunca reconoció una derrota electoral, denunció fraude sin ningún fundamento, pretendió presionar a jueces y legisladores para cambiar el resultado electoral y lideró el único intento de golpe de Estado por parte de un presidente en ejercicio en la historia de Estados Unidos, con la tristemente célebre toma del Capitolio. ¿Va por este camino Milei? Hasta ahora, todo indicaría que sí.
Hasta aquí, lo político. En relación con lo filosófico o ideológico, se define como anarcocapitalista. Para ser más precisos, dice ser minarquista estático (en el corto plazo) y anarcocapitalista dinámico (en el largo plazo). Es decir, un anarquista de derecha que se disfraza de liberal para ganar votos. A confesión de parte, relevo de prueba.
Su propuesta económica incluye muchas verdades, pues se nutre del liberalismo. Dicha con tanta energía y virulencia, puede seducir a cualquier liberal harto de tanto estatismo, así como al ciudadano de a pie que está asfixiado por los impuestos.
Empero, se nutre también de algunos postulados rígidos y extremos, como cerrar el banco central y una desregulación indiscriminada, que en Estados Unidos trajo muchos problemas, incluida la crisis financiera internacional de 2008. Esta surgió por una desregulación indiscriminada y dogmática del sistema financiero, motivada por un espíritu libertario en auge (canalizado principalmente, aunque no exclusivamente, a través de Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal entre 1987 y 2006).
El anarcocapitalismo conservador (paleolibertarianismo) que encarna Javier Milei, igual que Trump, enarbola la libertad y se legitima en el liberalismo, mientras fomenta un pensamiento autoritario de extrema derecha. A largo plazo, como todo extremismo, destruye y desmantela instituciones, favoreciendo una concentración inorgánica y autoritaria del poder político y económico.
Es muy factible que la propuesta económica de Milei tenga un efecto positivo en el corto plazo. Esa es la gran apuesta del populismo, sea de derecha o de izquierda: seducir en el corto plazo, sacrificar las instituciones e imponer un pensamiento único y un mando autoritario. Cuando el pueblo se haya dado cuenta del engaño, habrá perdido su libertad y será demasiado tarde.
En la Argentina, después de muchos años, le está llegando la hora al liberalismo. No arruinemos esta oportunidad histórica. No sustituyamos un extremismo por otro. No votemos con una bronca irracional, por mucho que nuestra dirigencia se esmere en provocarla. Hagámoslo con firmeza y rebeldía racional. Seamos inteligentes. Llegó la hora de la libertad, no de la extrema derecha.
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