Siempre me produjeron admiración las vidas dedicadas a una devoción, la entrega plena de los que tienen esa fe sin espacio para la duda. Es en este sentido mi asombro y abarca a personas como el Santo Padre, a mujeres laicas consagradas o a personas con sus vidas dedicadas en su totalidad al arte, a la ciencia, a los que poseen vocaciones productivas y generadoras de riqueza a través del trabajo tanto intelectual como físico.
Admiro a quienes tienen inspiración para transformar la realidad, desde un industrial o una abuela que teje un pullover; luego mucho más atrás, está el lugar que ocupan aquellos cuyo único objetivo es acumular. A ellos no los mueve ni la generosidad ni el talento ni el saber sino la codicia y están en esta sociedad en lugares de decisión. La raza de los que acumulan tiene poco que ver con la política cuando se presenta en estado puro. Soy de los que creen que en el presente esa raza ha ocupado los espacios de poder y que sus riquezas crecen a la par de su continuidad y la pobreza también, simétricamente proporcional, en paralelo.
Considero que la política es un arte y como todo arte tiene altibajos. Hay momentos donde el genio aparece y momentos donde está vacío como en el presente. Si para Vilfredo Pareto la historia era un cementerio de elite, nuestra sociedad en la actualidad no tiene nadie a quién despedir. No hay élite.
Podría decirse que es cuando los acentos entre conservadores y distribucionistas tienen una lógica histórica y concreta. En nuestra sociedad ese hecho hace tiempo que agoniza. Las dirigencias políticas, sindicales y empresarias se constituyeron finalmente todas en burocracias que utilizan los nombres como sellos vaciados de contenido.
Perón, que vuelve después de 18 años de exilio, buscó el abrazo con el adversario. Vuelve y cambia la palabra “peronista” por “argentino”, lo quiso hacer para siempre pero nos quedó grande. Necesitamos una dirigencia política con talento. No la tenemos. Desde el golpe del 76, la Argentina tuvo para mí un solo intento de recuperación de la dignidad, que fue el radicalismo con Raúl Alfonsín.
Alfonsín no logra recuperar para la institución Estado el poder de la centralidad. Pierde, se debilita frente a grupos empresarios y sindicalistas que impiden privatizar cosas que luego van a regalar y que impiden gestionar políticas. Digamos que, para una mirada sutil de la historia, Alfonsín es el último intento de recuperar la esencia de la democracia, que es el poder de las instituciones, del Estado central como institución.
A partir de allí vendrá Menem, que ya es el anti-peronismo expreso, pero también es una visión clara de la antipatria. Perón había nacionalizado los ferrocarriles, Menem los regala, pero destruye empresas que dan pérdida simplemente para iniciar una etapa que podíamos llamar la corrupción del subsidio. ¿Qué quiero decir? Se entregan empresas a privados sin ninguna inversión y se las subsidia en cada momento del Estado teniendo el poder político una imagen de sospecha de corrupción. Me contaba un personaje amigo del nefasto Alfredo Martínez de Hoz, que él hablaba de un país de las grandes empresas. Y eso es lo que está quedando. Desaparece la clase media y quedan las grandes empresas.
Néstor Kirchner tenía una concepción personal, recupera el poder para él como persona, pero va a vender YPF o a participar en tiempos de Menem con Cristina. Luego sigue aquello que alguien llamó “las reformas de segunda generación” refiriéndose a que ya le habían sacado el dinero y ahora le querían quitar la dignidad. Estas reformas se parecían a los “brotes verdes”. Son de esas visiones absurdas que plantea la decadencia cuando vende ilusiones, como el gobierno actual diciendo que va a parar la inflación.
El caso de Macri es peor, porque hubo derechas muy dignas en la Argentina de Roca en adelante, es quien endeuda al país y deja a la estructura conservadora a merced de la peor alternativa.
Quiero aclarar que el nombre del peronismo fue usado, como dirían las abuelas, tanto para un lavado como para un fregado. Con el radicalismo pasó lo mismo y también al liberalismo porque hubo muchos liberales dignos. No todos fueron simples mercantilistas. En esa situación, la Argentina fue dañada por la dictadura, el peronismo, el radicalismo y el PRO. Digamos que, en una situación bíblica, tendría que venir alguien que diga “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. En esa decadencia, la Argentina llega a la actual coyuntura donde el gobierno es de los peores de la historia y la oposición no es capaz de expresar un nivel digno de esperanza.
Se fue mi amigo Jorge Rulli. Nos dejó el mayor revolucionario que conocí en mi vida. Once años de cárcel, en los que hasta compartió institución con Pepe Mujica, en Punta Carretas. Él era como yo, negacionista, digo porque no aceptamos hacer del dolor de los deudos una conversión a la ideología de la violencia en democracia.
Argentina necesita pacificar. Precisa que salgamos de esta conflictividad propia de toda estructura política y social estropeada. En nuestro caso ese arte de la política, que hoy no tiene representantes, ha sido ocupado por la explicación de los economistas y por la expresión pública de operadores y representantes de las empresas. Pero la política como expresión del colectivo de una sociedad tiene como elemento central la necesidad de exaltar el respeto del que piensa distinto. Debe tener consideración hacia el que piensa distinto y recibir la del quien piensa distinto. Sólo hay política en una sociedad cuando los sectores opuestos se respetan y tienen conciencia lúcida de sus rumbos y diferencias. Eso es lo que esperamos.
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