Casi lo primero que se enseña en un curso de Guardavidas es cómo defenderse de la persona que se está ahogando quien, en su desesperación, tiene la tendencia a pegar y “atacar” a quien acude a salvarlo, con riesgo de hundir a ambos.
La relación entre la política Argentina y el FMI presenta este tipo de dinámica. Por un lado se grita en busca de ayuda para evitar ahogarse, pero por el otro se castiga a quién acude al llamado, porque se pretende que, en lugar de ser acercado a la orilla, evitando la muerte, el salvataje convierta al arriesgado nadador, en ganador de una competencia en aguas profundas.
Ese malentendido en la relación de nuestro país y el organismo multilateral se repite sistemáticamente y mucho más cuando el “salvataje” resulta contemporáneo con algún período electoral.
Al respecto podemos repasar los últimos tres grandes episodios de los últimos años.
El primero, la elección de medio término de octubre del 2001.
En ese momento, el gobierno de Fernando de la Rúa se enfrentó con un guardavidas dispuesto a “darle una lección” a cualquiera que se atreviera a desafiar la “bandera roja y negra de peligro” y se alejara de la orilla. Esa lección llegó al extremo de preferir dejar ahogar al país, antes de convertirlo en un mal ejemplo para el resto de los bañistas, que también esperaban una ayuda con bajo costo.
El gobierno de la Alianza, en medio de un complejo proceso electoral, rechazó las condiciones que el Fondo buscaba imponer, quizás subestimando este escenario internacional y la dura posición del Fondo y en ese “juego de la gallina”, no se desvió a tiempo, y el choque contra el organismo resultó catastrófico, tanto para el oficialismo gobernante, que se tuvo que ir antes del vencimiento de su mandato, y que “nunca más” recuperó atractivo electora, al menos en la boleta presidencial, como para el país, cuya crisis desembocó en un largo ciclo populista, desaprovechando un muy favorable escenario global. Cosa que sí hicieron los otros “bañistas” de la región, que aprendieron a tiempo la lección de aquél momento.
El segundo episodio que quiero mencionar, se produjo entre el gobierno del Presidente Macri y el FMI, en el 2018.
En ese momento, tanto el gobierno como el FMI, entraron a la negociación del primer acuerdo con otro enfoque. El oficialismo consideraba que no se estaba ahogando, pero prefería, preventivamente, en medio de corrientes marinas peligrosas, nadar junto al guardavidas. Mientras tanto, el propio Fondo había cambiado. Ya no tenía la “dureza” de otrora, ayudado por el hecho que no había en el mar casi ningún otro bañista en peligro, a quién propinarle una lección.
Pero lejos de calmarse, la tormenta empeoró, hasta convertirse en un cuasi tsunami, y allí sí, el guardavidas advirtió que ya no podía ofrecer un acompañamiento pasivo, ahora tenía que intervenir más enérgicamente, pero, para impedir que la reacción del nadador en peligro hundiera a los dos, impuso condiciones mucho más duras.
En este caso, el gobierno del presidente Macri, comprendió que necesitaba del Fondo para llegar a la orilla, y que rechazar esas condiciones, lo podía llevar al mismo derrotero que al gobierno de la Alianza, ahogarse, y no sólo perder las elecciones, sino tener que abandonar anticipadamente el poder.
Contrariamente a lo que sostiene la narrativa del Frente de Todos, el FMI no ayudó al Presidente Macri a tratar de ganar una elección, lo ayudó a terminar su mandato, perdiendo la elección.
Y así llegamos al tercer acuerdo con el FMI. El de la dupla Fernandez-Guzmán y el FMI de Kristalina Georgieva. Era un acuerdo, entre un supuesto nadador experimentado y un salvavidas “de pileta”.
Y ambos se equivocaron.
El gobierno, pensando que podía hacer cualquier cosa en materia fiscal, monetaria y de deuda interna, siguiendo la metáfora, que podía nadar “hacia la parte profunda de la pileta”, sin consecuencias.
Y el FMI, suponiendo que podía supervisar desde el borde de la pileta, sentado en la silla, bajo una sombrilla y leyendo una novela.
Pero el gobierno fue tan mal nadador, que apenas no hizo pie, casi se ahoga, y el Fondo fue tan mal guardavidas, que ahora se tiene que tirar a la pileta con la ropa puesta y sin sacarse el reloj.
Y en eso estamos, el gobierno todavía pretendiendo que el guardavidas lo lleve a la parte baja de la pileta sin agarrarlo y el FMI tratando de imponer un nuevo plan “llegar” para sacarlo de la pileta, por la escalerilla de la “zona de los chicos”.
Traducido a la macro. Un gobierno que quiere dólares para intervenir en el mercado de cambios y aflojar, sin encarecer, la restricción a las importaciones, de manera de aliviar la caída del nivel de actividad que se viene, y sin presionar aun más sobre la tasa de inflación, mientras el FMI pretende poner condiciones, probablemente un salto en el tipo de cambio oficial, y la indexación de los precios de los servicios públicos, de aquí en más, para adelantar fondos y dejar usar una parte de ellos, para administrar el mercado de cambios.
Y este punto resulta clave.
Dado que el stock de pesos seguirá creciendo, la única forma de que el mercado de cambios no se desestabilice del todo y la inflación siga alta, o salte otro escalón, pero sin esperalizarse, es consiguiendo más dólares, sea de China, sea de créditos para adelantar exportaciones del año que viene por parte de empresas que importan insumos para producir y vender al exterior, sea de Brasil, sea de los BRICS o sea del Fondo, aceptando sus condiciones.
Como termina esta negociación no lo sabemos, pero al menos la Vicepresidenta se resignó , finalmente, a que el Fondo ayuda a terminar mandatos, aunque quite “aptitud electoral”.
Entonces, el gobierno tendrá que elegir entre un acuerdo para llegar, a lo Macri, reconociendo que la elección está perdida, o seguir jugando, peligrosamente, el juego de la gallina, tirando de la cuerda, y presionando al Fondo para que “afloje”. ¿A quién le costaría más una ruptura al FMI como “padre” de una nueva crisis argentina o al kirchnerismo corriendo el riesgo de terminar como la tribu que arrastra al PJ al destierro, como le pasó al alfonsinismo en el 2001?
Ese dilema se define en pocos días.
Si me lo pidieran, (yo solo doy consejos si me lo piden), le diría al oficialismo que “con el Fondo no se puede, pero sin el Fondo es imposible”.
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