En 2002 el Servicio Penitenciario Bonaerense atravesaba serios problemas por la elevada corrupción en la fuerza, el crecimiento de las fugas y el hacinamiento que había convertido a las cárceles en lugares de desmedida violencia. Los guardias no tenían el control de los penales.
La cárcel de Olmos estaba tomada por “Los Pitufos”, que la habían transformado en un inmenso queso gruyere al perforar todas las paredes de las celdas y pabellones para estar comunicados por dentro.
En la prisión de Azul, “las palmeras”, como se denominan a las camas superpuestas, llegaron a tener ocho pisos. Quien se caía dormido del catre más alto, podía perder la vida. Hoy “las palmeras” se forman con dos camas, la más alta es para el preso de menor cartel.
La comida era escasa y mala porque al preso no le llegaba todo lo que se compraba.
En medio de esta anarquía se puso al frente del Área de Operaciones de la Secretaría de Información al subprefecto Hugo Rascov, el oficial que encabezó el Grupo de Operaciones Especiales (GOE) del Servicio Penitenciario Bonaerense durante el motín de Sierra Chica.
Rascov, apodado “El Indio” por su habilidad para manejar el cuchillo comando, encontró un grupo joven y con ganas de revertir la espantosa imagen de la fuerza, con los que compartió inmediatamente su plan: “Desde ahora ponemos todas las fichas en las recapturas, no le podemos dejar esa tarea a la policía porque los presos se nos escapan a nosotros”, les dijo.
El nuevo jefe tenía entrenamiento de comando, pero había incorporado la informática a sus conocimientos para la tarea de inteligencia.
Había ingresado a la escuela de cadetes en 1979 y su primera tarea fue en Olmos, donde le tocó actuar en el motín del 3 de noviembre de 1983. El penal se retomó a sangre y fuego y hubo dos presos muertos.
El paso más importante de su carrera lo dio en 1984 cuando fue seleccionado junto a otros nueve oficiales para hacer el curso de comando en la Policía Federal. Aprendió tiro nocturno, estrategia e inteligencia y se transformó en un eficiente tirador táctico, como se designa al que dispara en movimiento con rapidez y puntería.
Había practicado boxeo chino a los 13 años en La Plata, su ciudad natal. Su instructor fue José María Cañón que se hizo leyenda porque “Patricio Rey y los Redonditos de Ricota” lo mencionaron en la letra de “Masacre en el puticlub”: “Buena faena de tajo y talón/Ruedan los dientes del negro Cañón/Su mala leche no siente dolor/Y arroja entrañas por todo el salón”.
Luego se perfeccionó en Taekwondo. Bromeaban con su pasión para recapturar presos, le decían que era capaz de cortarles el cuello cabelludo.
A los veintidós años era un avanzado comando. Su aspecto podía confundir al que intentaba desafiarlo. Su baja estatura y facciones que no mostraban a un combatiente, sino a un hombre retraído, hubiera animado a cualquiera a pelearlo. Pero Rascov evitaba los conflictos porque sabía de su capacidad de hacer daño. Recibió desafíos callejeros por parte de quienes se sentían más fuertes físicamente, pero los eludió, prefirió pasar por temeroso antes que complicarse y complicarle la vida a su desafiante.
Cuando llegó al nuevo destino el grupo estaba formado. Eran profesionales jóvenes y además capacitados. Los que manejaban el área informática, conducidos por Pablito, podían entrar a las redes más complicadas para obtener información. Descifraban códigos y encontraban las claves.
El personal de calle tenía formación de comando y eran jóvenes arriesgados. Podían vivir en los lugares más inhóspitos si era necesario. Aldo y “El viejo M”, tenían informantes en todos los niveles. Había delincuentes que los contactaban para darles datos necesarios a cambio de ayuda para alguna pareja o familiar.
El nuevo jefe, decidió que cinco personas iban a estar permanentemente en las calles y el resto iba a analizar y a procesar la información.
Lo primero que hizo fue cambiar el aspecto de los hombres que iban a la calle. Se les permitió el pelo más largo, portar barba de varios días y hasta vestimenta andrajosa si la situación lo requería.
Rascov estaba dispuesto a terminar con los estereotipos que regían en ese momento. Quería un organismo de inteligencia que no solo controlara lo que pasaba en los penales, sino que fuera operativo en las calles.
En la búsqueda de datos iban a las villas o hacían operaciones de entrecruzamiento de datos. De manera encubierta, obtenían informes de hackers. Hacían seguimientos de las visitas de los presos y anotaban cualquier dato de interés. Detectaban a los que podían vender información y ganaban la confianza de vendedores ambulantes y taxistas.
Los personajes estacionados en las veredas y los encargados de edificios también eran fuente de información. En las computadoras comenzaron a almacenar fechas, aniversarios, datos de amantes, amigos y parientes de los presos.
Los días de la madre, Navidad o cumpleaños eran favorables para las capturas porque el evadido iba a alguno de los domicilios que tenían en sus archivos.
Como cada año hay un solo día de la madre, el más sagrado para el preso, se seleccionaba al prófugo más peligroso porque no podían cubrir todo el espectro de sospechosos. El amor a la madre hacía que fuera fatal para la mayoría de los fugitivos que dejaban de lado las precauciones para saludar a la “vieja”.
Otra de las directivas era evitar la violencia, por eso cuando rodeaban a un fugitivo lo “carancheaban”, es decir le caían en amplia mayoría numérica para que desista de resistirse y provocar un enfrentamiento en la vía pública. El operativo se realizaba con la colaboración de los policías de la zona a los que se les avisaba a último momento para que no entorpezcan la operación.
Sabían que en la policía no todos eran confiables, por eso no fueron escasas las veces que pasaron por encima de los comisarios. Dentro del Servicio Penitenciario ocultaban datos a algunos directores; cuánto menos gente supiera de sus movimientos, mejor.
El día de visitas a las cárceles, los presos se ponen al día por las informaciones que les traen sus parejas, familiares o amigos. Uno de los temas es la vida de los que se escaparon. En las villas siempre hay información sobre el que llega a buscar refugio porque es buscado por la policía.
Los presos siempre tienen la última información sobre los prófugos. Por eso eran una de las fuentes del Grupo.
Un oficial en la base reunía toda la información dispersa y la analizaba. En uno de los entrecruzamientos de datos surgió el nombre de las parejas de los prófugos que cobraban algún subsidio del Gobierno por desempleo, por ayuda familiar, escolar o embarazo. Cuando extendieron la búsqueda, se sorprendieron porque había prófugos que seguían recibiendo subsidios como jefes de hogar o desempleados.
Los especialistas en informática comenzaron a cargar en sus bases de datos los nombres de las concubinas, sus fotos, los apellidos de las visitas que recibieron mientras estaban en la cárcel y luego incorporaron el calendario de pagos y las sucursales del Banco de la Provincia de Buenos Aires donde se hacía efectivo el subsidio.
Cruzaron los datos y decidieron vigilar las filas frente a los cajeros automáticos porque los subsidiados estaban bancarizados y retiraban el dinero con tarjetas de débito.
El resultado fue sorprendente, más de veinte fugitivos fueron atrapados haciendo fila frente al banco. Algunos acompañaban a su mujer a cobrar el subsidio y otros los tenían asignados por el Gobierno que jamás se los retiró, aunque hayan delinquido.
La falta de entrecruzamiento de datos entre la Nación y la Provincia en esos años permitía que un prófugo cobrara un sueldo del Gobierno.
Así descubrieron que había delincuentes en actividad cuyos ingresos eran los robos y los subsidios.
La fama del grupo fue creciendo y fueron clave en un caso que tuvo en vilo al gobierno Nacional, al Gobernador Felipe Solá y a las policías federal y bonaerense.
Patricia Nine había sido secuestrada el 28 de noviembre de 2004 por un grupo comando de diez delincuentes que se movían en tres vehículos; todos llevaban puestas máscaras del hombre araña.
La mujer de 37 años iba apresurada porque faltaban diez minutos para ingresar al colegio. Llevaba a sus dos hijas y a sus dos sobrinas y no quería que llegaran tarde. Pero imprevistamente tuvo que clavar los frenos porque fue encerrada por los tres vehículos. La hicieron bajar y la pasaron a uno de sus automóviles. Los cuatro chicos quedaron abandonados. El cuadro fue desolador e impactó a la opinión pública que reclamaba más seguridad.
Los medios multiplicaron la noticia y en el Gobierno no había respuestas. Néstor Kirchner presionó a Solá para que resolvieran el caso con urgencia. Las encuestas indicaban que había una caída de la imagen presidencial.
Al día siguiente, el padre de Patricia, Eduardo Nine, recibió una llamada en la que le pedían un rescate de un millón quinientos mil dólares. Los delincuentes sabían que el hombre tenía una considerable fortuna. Era propietario de un shopping, una arenera y el desarrollador de un barrio privado.
La policía no lo dejó pagar e intervino las líneas de comunicación. El secuestro se prolongaba y las presiones también.
Si bien se estaban acercando a la resolución del caso, la pista clave la aportó el Grupo de Operaciones del Servicio Penitenciario. La gente de Rascov había recibido la información de la amante de un preso que estaba en una cárcel de alta seguridad.
La mujer pidió mejores condiciones de detención para su pareja y un trabajo estable para ella. Cuando transmitieron las exigencias, León Arslanián, que era el ministro de Justicia de Felipe Solá, aceptó.
La amante conocía el domicilio exacto donde estaba secuestrada Patricia Nine en la calle Gallo del partido de Moreno.
A esta altura se habían desplegado más de mil quinientos policías que habían allanado cuarenta y seis viviendas sin resultados alentadores.
El dato del grupo que comandaba Rascov fue exacto. En esa dirección encontraron a Patricia Nine amarrada a una cama. Los agentes entraron a sangre y fuego. El sargento Aquino se arrojó sobre la secuestrada para cubrirla y recibió un disparo en la espalda que no lo afectó porque tenía puesto el chaleco antibalas.
Uno de los secuestradores murió acribillado y el otro se suicidó al grito de “no me entrego”.
La investigación se profundizó y se pudo detener a toda la banda que había participado en alrededor de treinta secuestros en la Argentina y Paraguay. Entre sus víctimas estaba Cristian Riquelme, hermano de Román, el jugador de fútbol de Boca Juniors. No todos los secuestrados por la banda habían sido reintegrados; al menos dos empresarios fueron asesinados.
La investigación permitió detener a todos los involucrados y se descubrieron conexiones con la policía.
En varios momentos el destino jugó a favor de los cazadores. Lo puede atestiguar Andresito, uno de los integrantes del Grupo que salvó la vida por un detalle durante la búsqueda de Miguel Ángel Vecchio, un delincuente fanático de River Plate que disparaba su arma al menor movimiento que no comprendiera a su alrededor.
Rascov y su gente tenían información de que iba a ir el domingo al estadio Monumental a alentar a su equipo. El hombre acostumbraba a mezclarse en el centro de la tribuna alta con “Los borrachos del Tablón”, la barra brava del club.
Un grupo de agentes del servicio y de la policía se ubicó en la tribuna San Martín disfrazados de simpatizantes para acercarse al núcleo de la barra brava, mientras Rascov y dos oficiales se sentaron en la sala de monitoreo para ubicarlo a través de las pantallas de alta definición.
Cuando asumieron el fracaso del operativo y se iban a retirar, recibieron un llamado: Vecchio había sido visto en la Villa Centenario. El Grupo partió a buscarlo y rodearon la casa. El delincuente intuyó que lo estaban rodeando porque en un instante todo estaba en silencio. Se subió al techo para tener un mejor panorama y vio a los penitenciarios. Les comenzó a disparar, pero enseguida respondieron el fuego y fue alcanzado por una bala, rodó por el techo y cayó al piso.
La herida era grave. El disparo había perforado el pecho y afectado un pulmón. A pesar de su estado, Vecchio le dijo a Andresito:
-Te tuve en la mira y te pude haber matado, pero no lo hice porque tenías puesto el gorro de River. Seré una mierda, pero tengo códigos, yo no puedo matar a un hincha de River.
La disolución del grupo fue una decisión política por la presión de los organismos de Derechos Humanos. Divididos no fueron lo mismo y pronto entraron en el olvido. En tres años y medio recapturaron a 257 prófugos y salvaron miles de personas que pudieron ser víctimas de esos criminales.
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