A pesar del frío de los primeros meses del año, –por las mañanas la temperatura descendía a menos de cero–, el cielo de Madrid lucía un estupendo azul y su característico sol.
Claro, un sol invernal, que en esa región pareciera tender a brillar constantemente. Como dicen muchos españoles, a la capital hay que evitarla en verano y pasearla en invierno, o en las breves estaciones intermedias. Y es que Madrid se presta a los paseos. Sobre todo en sus avenidas más frecuentadas (la Gran Vía o el Paseo de la Castellana, la calle de Preciados), el Parque del Retiro, las fuentes, la Puerta de Alcalá, la Plaza Mayor, la Puerta del Sol... o en el pintoresco barrio de las Letras, en torno a la popular Plaza de Santa Ana, con su monumento a Calderón de la Barca y la estatua de Federico García Lorca frente al Teatro Español, a pasos de la casa museo de Lope de Vega.
También sus maravillosos museos y las muestras, –este año particularmente la de Antonio de Nebrija en el Biblioteca Nacional y la de la Fundación Ortega y Gasset dedicada a la Residencia de Señoritas (1915-1936), las fechas dicen mucho–, visitadas para ocasión. El pequeño Museo Sorolla comporta siempre una alegría. Las muestras vanguardistas del Reina Sofía, esta vez conviene obviarlas en un breve comentario a vuelo de pájaro.
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Las conversaciones, café u horchata de chufa de por medio, correspondieron a los temas políticos (el difícil equilibrio del presidente socialista Pedro Sánchez, la oposición de Alberto Núñez Feijoó del Partido Popular, la ultraderecha de Vox o los filo-kirchneristas de Podemos, con Pablo Iglesias y sus amigos a la cabeza).
La economía, que muchos describen como en una situación crítica (paradojalmente, un escenario para nosotros casi envidiable), lo incomprensible a menudo de la Argentina y sus dirigentes, la literatura y las artes en Europa y en América (acababa de morir el último gran director cinematográfico español del siglo XX, Carlos Saura), la guerra de Rusia contra Ucrania, los enmarañados temas de ecología y género, las manifestaciones masivas, el papa Francisco y la Iglesia española...
En este último capítulo, de acuerdo con lo consultado también con la profesora Laura Moreno, argentina que reside desde hace años en Madrid, ex-vicedirectora de CRITERIO, teresiana y con particular vinculación en el ámbito universitario español y en la Iglesia en Madrid, pude vislumbrar los ecos del pontificado de Francisco cuando cumple una década, y aproximarme a la realidad de las nuevas generaciones. Su catedral es la de Santa María de la Almudena, relativamente reciente –como otras muchas cosas en Madrid, a diferencia de Toledo o Sevilla, por ejemplo y poco agraciada, a pesar de los esfuerzos de Kiko Argüello al decorarla.
Cabe recordar que en 2013 la sede de la archidiócesis (así usan decir en España) la ocupaba el cardenal Antonio María Rouco Varela, con la edad canónica cumplida, y un largo gobierno, todavía hoy con especial predicamento en algunos ámbitos. La llegada del nuevo arzobispo, Carlos Osoro Sierra, supuso otros aires y la posibilidad de sumar a Madrid al programa de apertura, diálogo y renovación que Francisco propuso en Evangelii Gaudium.
La realidad pronto mostró no pocas dificultades, veinte años de un mismo gobierno habían consolidado estructuras, modos de actuar y sobre todo una visión eclesial de confrontación con los sectores políticos, sociales y culturales críticos con la Iglesia católica. Lo cierto es que Madrid, como la mayoría de las diócesis españolas y en muchos otros países, sufre el abandono de numerosos fieles, sobre todo jóvenes. La polarización de ideas y marcos políticos que se percibe en la sociedad española se refleja cada vez más en la Iglesia, sobre todo con la presencia de grupos tradicionalistas e integristas, contrarios abiertamente al actual pontífice.
La vida de la Iglesia española en general es autorreferencial en muchos aspectos y muy atenta a su historia y sus prerrogativas. Podría decirse que en el mundo clerical español importa Roma menos que en otras latitudes; ellos sienten todavía la herencia de la tradición de los Reyes Católicos, y por supuesto del franquismo.
Ciertamente, los planes y cartas pastorales impulsadas por el arzobispo Osoro suponen una invitación a abrir procesos de acogida, de renovación, de impulso a la misión, siempre en diálogo con todos, sin claudicar a la hora de proponer el kerigma (anuncio). Las prioridades pastorales son los jóvenes, las familias y la pastoral social, ámbitos que han sido impulsados y renovados. Cáritas ha desplegado amplias mediaciones para hacer de la Iglesia “un hospital de campaña”, cercana a los olvidados, los vulnerables, los descartados. Durante la pandemia la Iglesia no sólo no cerró sus puertas, sino que multiplicó su habitual solidaridad. “Repara” es un programa innovador con el que la diócesis se anticipó a responder al flagelo de los abusos en la Iglesia y en la sociedad. Entre las dificultades, está la gestión económica de algunas fundaciones con gran patrimonio y escasa transparencia.
Llama la atención en Madrid el número de su clero, el mayor del país: tiene 476 parroquias y 646 centros sociales, 1.711 sacerdotes, dos seminarios, el Conciliar diocesano y el Mater Redemptoris, donde se forman sacerdotes vinculados al Movimiento de Catecumenales.
Los seminaristas estudian la filosofía y la teología en la Universidad eclesiástica San Dámaso, creación de Rouco, cuando Madrid ya contaba con las Universidades Pontificias de Comillas y de Salamanca. La teología y la eclesiología que se imparte en algunas de sus cátedras no responde a los desafíos de una sociedad cada vez más secularizada, en profundo cambio tecnológico y social.
Estos datos, junto con la visión eclesial predominante, sostienen un fuerte clericalismo. El proceso sinodal convocado por el Papa se realizó con moderada participación y con resistencia por parte de buena parte del clero y de algunos grupos conservadores, que ven en la experiencia un coladero para temas que cuestionan la moral sexual de la Iglesia: mujeres, personas con diversidad sexual, divorciados vueltos a casar o el celibato optativo para los sacerdotes. La Iglesia en Madrid mantiene un vigor envidiado por otras diócesis españolas, aunque en su complejidad y la peculiar cultura institucional, algunos grupos ejercen una llamativa influencia, como el Opus Dei o el Movimiento del Camino Neocatecumenal; otros inciden desde la universidad, como los jesuitas, los propagandistas o los legionarios de Cristo; numerosas congregaciones, órdenes religiosas y asociaciones laicales y movimientos aportan sus especificidades.
Madrid es también plataforma para nuevas fundaciones como “Hakuna”, un movimiento formado principalmente por gente joven a la que congrega la música y la adoración, o para el arribo de experiencias de otros contextos, como los retiros de impacto y primer anuncio (Effetá o parecidos), no siempre de fácil mixtura en la pastoral ordinaria.
De todas maneras, es imposible pensar que la Iglesia española pueda sustraerse a los temas que agitan a la sociedad en su conjunto y que conforman la perspectiva de futuro. Los tiempos cada vez más veloces exigen reacciones valientes y más audaces.
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