Francisco me concedió una hora y me transmitió su paz

Tuve el honor de compartir una charla con el Santo Padre en Roma. Él quiere escuchar, conocer otras visiones de la Argentina y del mundo. En su presencia uno sabe y siente que está ante un ser especial

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El Papa Francisco y Julio
El Papa Francisco y Julio Bárbaro

El Santo Padre me recibió y me regaló, maravillosamente, una hora de su tiempo. Al breve rato de llegar, por prudencia, dije que ya me iba pero aclaró que tenía una hora para mí. Fue conmovedor. Hablamos mucho. Yo diría que él quiere escuchar y en ese acto de querer escuchar está un poco la raíz. Espera que quienes lo vamos a ver le contemos nuestra visión de la Argentina y del mundo. Quiere escuchar y es llamativo que tenga esa paz, ese tiempo y esa capacidad que en él es virtud. El Santo Padre me concedió una hora y me transmitió su paz.

Me conmovió. Estuve en diálogo con una de las personas más importantes de la Humanidad.

“La Historia tiene razones y lo puso a Ud. como Pontífice en el momento en que la Argentina era sometida a la experiencia del mercantilismo más atroz y despiadado”, le expresé. El mercantilismo expulsó en cuarenta años a la mitad de nuestra sociedad con excusas y formas que incluyen ideas y prácticas del peronismo, el radicalismo y el economicismo. Éramos un país industrial pero después del golpe militar, donde había industria instalaron bancos y la gente fue decayendo lentamente. Fuimos un país que tenía un 4% de desocupación y una pobreza que no necesitaba un solo subsidio. De pronto se vio tristemente cómo la desesperación de los ricos sometía a nuestro pueblo, a los caídos, a los que cortan las calles, y dejaba a los trabajadores por debajo del índice de pobreza. La búsqueda de innovación tecnológica más la entrada a un mundo nuevo de mercados altamente competitivos dejó en claro que la exclusión tenía nuevas formas y viejas prácticas. El resultado es que nos quedamos con casi la mitad de la sociedad en la pobreza. No es la inflación ni son “los 70 años” como dicen los socios del silencio que son los dueños del dinero. Argentina es un país sometido a la peor experiencia de mercantilismo.

Le decía a Su Santidad que no es casual que en esa patética degradación de las ganancias, la historia nos regale un Papa como él, que está por encima de la política, aunque muchos lo quieran involucrar. Me preguntó por qué hay tanto odio. Le respondí: “Eminencia, para ellos Ud. es la última limitación que habla de la dignidad humana”.

El marxismo con Fidel Castro y con Putin quedó en desuso, casi peor parado que el liberalismo, cuya vertiente verdadera pasó también a la historia, como el peronismo y el radicalismo. Lo que queda es la ideología de la ganancia que concibe al triunfador como único vencedor. Pasamos de ser como Europa, con todos integrados, a ser como Estados Unidos, donde los ricos disfrutan y los pobres se arrastran. Perón vino a traer un peronismo que respetaba a los demás, tuvo que ver con un contexto determinado, más adelante en el tiempo surgieron rencores y errores que seguimos revisando; esto incluye a otros partidos políticos.

La religión es hoy uno de los límites al mercantilismo pensado desde esta opresión de los bancos sobre los ciudadanos. Admitimos que tenemos un Estado muy por debajo de los poderes económicos y muy dependiente.

El papa Francisco
El papa Francisco

Le comenté que las entrevistas que le hicieron para medios locales fueron todas muy valiosas, como la de Daniel Hadad o la de Jorge Fontevecchia. Sin embargo, hubo otro entrevistador que intentó que asumiera cierta posición sobre la Justicia. Me preguntó qué pensaba sobre el tema y le dije que si destruimos esta Corte no seríamos capaces de forjar otra. O sea, no podemos hablar de algo mejor cuando no somos siqueira capaces de hacer una ley de alquileres que resuelva una enorme cantidad de problemas.

Y conversamos acerca de la fe y un tema central: el peso que tiene la figura papal entre mis amigos y conocidos de origen judío. Uno de ellos me decía: “El día que el Cardenal Bergoglio ingresó a la Sinagoga, mi padre dijo que era una nueva etapa en nuestra integración”. Y sabemos la importancia de esa palabra para ellos. Le comenté que mi nieta había decidido asumir la religión judía por su padre, que habíamos ido a la ceremonia realizada por el Rabino Goldman para acompañarla y dijo: “Ah, ¡vino la semana pasada!” Eso sólo fue posible después de su prédica.

Yo no voy a insistir, continué, con que tiene que venir a la Argentina y me contestó: “Ud. sabe que yo iba cuando vino la pandemia”.

Me asombra Roma, la multitud, los sacerdotes, las monjas, el encuentro de diferentes idiomas, las deslumbrantes Iglesias y esa gran vocación de trascender que se ve claramente en el arte magnífico que dejaron los Medici, unos ricos generosos que soñaban con manifestarse y lo lograron. Vale recordar que cuando el sueño de los ricos es egoísta es intrascendente.

Hablamos de Rodolfo Kusch, el antropólogo que desarrolló esa concepción del hombre unido al continente, en especial a la cordillera, de las razones que forjaron la identidad de los humildes, de expresiones que iban más allá de esta miseria del colono intentando oprimir al colonizado. Yo recordé las Misiones Jesuíticas y hablamos de Amelia Podetti, aquella Amelia con la que compartí la docencia en la Universidad. Conversamos sobre el devenir del mundo, de cómo el marxismo se había retirado de la defensa de los Pueblos.

Recorriendo distintas expresiones de patriotismo, abordamos también de fútbol, una pasión colectiva y recordamos viejas militancias. Recibió agradecido el regalo de mi libro A la intemperie, una larga entrevista a Jorge Rulli propuesta por tres jóvenes escritores.

Recordamos el encuentro de las tres grandes religiones durante aquella lectura en el Muro de los Lamentos, con la presencia y el abrazo de un judío y un musulmán, un hecho histórico muy importante aún en continuo diálogo. Entonces me dijo: “¿Por qué será que no se puede lograr esto mismo en la política, la unidad de los hombres, el respeto, el encuentro?”.

Me preguntó sobre muchas otras cosas. A él le interesa mi mirada sobre la realidad, quizá porque sabe que estoy equidistante del Gobierno y de la oposición. Como él. Y también con esa humildad única, llena de inmensa sabiduría, me reveló: “Yo suelo hacerme leer notas, por ejemplo las suyas”.

Le mencioné la importancia de la nota realizada desde Hungría donde alguien lo interrogó acerca del caso de los sacerdotes y de su lugar en la dictadura, allí le recordé que algunos personajes católicos cayeron en el error de pedirle explicaciones a la Iglesia de aquello que antes le tienen que exigir a la guerrilla. Si alguien tiene algo que explicar, precisamente, es la guerrilla. ¿Por qué están los tres jefes de Montoneros vivos y ninguno dice nada? Esa guerrilla intenta mezclar dictadura con democracia y lo que en dictadura era heroico en democracia era traición a la Patria.

Y sobre eso discurrimos y también sobre la bronca que Néstor Kirchner le tenía. Buscamos las razones y las causas, en eso y en los rencores de hoy, porque se puede ser católico o ateo, pero ser “anti”, al menos es raro. Mi idea es que en esa experiencia del mercantilismo se formaron cuadros que odian todo lo que no sea el consumo. La destrucción del Humanismo es clave para convertir al ciudadano en consumidor. Esta Roma eterna es como el antídoto de la sociedad de las vidrieras. Se consumen arte, exquisitas comidas y también se compran rosarios, estas son palabras mías. Hay una idea de la humanidad en Roma que no está en Miami.

En presencia de Francisco, observando la atención, la vitalidad, la lucidez, la inmensa y generosa espiritualidad de siempre, uno sabe y siente que está ante un ser especial. Fue la experiencia de volver a percibir con asombro su inteligencia y su relación con la vida, fue sentir una vez más cómo brota la esperanza.

Al salir, uno ve esas multitudes intentando su bendición lejana y agradece a Dios este regalo de la vida, esta bendición cercana que es poder estar junto a él. Es uno de los sabios del presente, de los pocos, como dice Fray Luis de León: “La escondida senda por donde han ido los pocos sabios que del mundo han sido”. Una hora con el Santo Padre es un regalo de la vida.

Pensando en lo que es eterno, les comparto el momento sublime cuando recordamos su relación con Borges y recitamos juntos el poema Everness: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido/Dios, que salva el metal, salva la escoria/y cifra en Su profética memoria/las lunas que serán y las que han sido”.

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