El juego de traiciones que ensucia el vínculo entre Cristina y Massa

Si la Vicepresidenta decidiera apoyar la eventual candidatura del actual ministro de Economía, debería hacerlo sin complejos, a fondo. Resultará autodestructivo respaldar a un pragmático para después exigirle que se transforme en un líder revolucionario

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Cristina Kirchner y Sergio Massa
Cristina Kirchner y Sergio Massa

Hace cuatro años, Cristina Kirchner designó como candidato a presidente a un dirigente que había sido su jefe de Gabinete, que había luego renunciado a su cargo, que la había enfrentado electoralmente, que la había criticado de manera despiadada, y a quien muchos de los suyos consideraban un traidor. Ese dirigente pensaba distinto de ella respecto de casi todo: la relación con la prensa, con los empresarios, con los Estados Unidos, con el Fondo Monetario, con la policía, con el sector agropecuario, con los sindicatos, con la Justicia y, sobre todo, acerca de la estrategia económica. Pensaba también que su habilidad -su talento político- bastaría para conducir, convencer, calmar, arrastrar a Cristina. La alquimia tuvo un evidente éxito electoral pero, al mismo tiempo, provocó problemas gravísimos en la gestión de gobierno. El inverosímil 8,4 por ciento de inflación del mes de abril -que podría ser superado mes a mes- es una de las consecuencias de ese experimento fallido.

Pese a ello, esta semana aparecieron fuertes señales de que Cristina Kirchner está a punto de apoyar como candidato a presidente a un dirigente que también fue su jefe de Gabinete, luego renunció a su cargo, la enfrentó electoralmente, la criticó de manera despiadada, y a quien muchos de los suyos consideran un traidor. Ese dirigente piensa distinto de ella respecto de casi todo: la relación con la prensa, con los empresarios, con los Estados Unidos, con el Fondo Monetario, con la policía, con el sector agropecuario, con los sindicatos, con la Justicia y, sobre todo, acerca de la estrategia económica. Piensa también que su habilidad bastará para conducir, convencer, calmar, arrastrar a Cristina.

El primer dirigente se llama, obviamente, Alberto Fernández. El segundo, Sergio Massa.

A diferencia de lo ocurrido en 2019, la alquimia tendrá serios problemas para ganar la próxima elección porque disparará una pregunta elemental: ¿por qué razón funcionará un esquema cuyo fracaso se percibe en cada compra? ¿No es el mismo ministro que pronosticó para el mes de abril un “tres coma algo” de inflación cuando, en realidad, fue de “ocho coma algo”? Que, en esas condiciones, Massa tenga serias chances de ser candidato refleja, al mismo tiempo, una virtud del ministro -su ambición, su hambre, contra lo que venga en contra-, pero también la pobreza franciscana del peronismo. ¿Cómo no ha aparecido, en medio de todo esto, alguien, en alguna parte del país, que se plantara contra el sistema oficial y lo desafiara desde afuera? Carlos Menem o Néstor Kirchner se hubieran hecho una fiesta. De esa estirpe, solo quedan CFK -que parece haber declinado la candidatura- y el propio Massa. Esa carencia es todo un retrato de la fuerza que hasta 2011 hegemonizaba todo.

Eso vuelve las cosas al punto de partida. Si quieren tener alguna chance, Massa y Cristina deberán explicar por qué funcionará algo muy parecido a lo que acaba de fracasar. Pero además están aquellas viejas historias. Ella recuerda que él rompió al peronismo y sepultó los sueños del “vamos por todo” en el 2013. Él está convencido de que ella -o alguien vinculado a ella- orquestó el operativo de aquel año, en el que un espía entró a su casa. Los dos se mueven en un mundo de sospechas e intrigas, que han tratado de moderar en estos años de reconciliación y diálogo. Pero en el entorno de ella se preguntan qué haría “Sergio” si alguna vez tiene poder real. Para controlar esos fantasmas, deben condicionarlo. En todo caso, si finalmente se postula el ministro, vienen semanas difíciles porque la campaña deberá disimular la naturaleza del acuerdo: esto es, que finalmente él es candidato porque ella lo decide, o porque ella decidió no presentarse, y ella le impone las listas parlamentarias que, eventualmente, lo condicionarán.

Máximo Kirchner y Sergio Massa
Máximo Kirchner y Sergio Massa

Sea como fuere, hay un tema más delicado que la debilidad electoral de una propuesta muy parecida a la del 2019, que las derrotas de Massa como ministro o las sospechas entre ambos líderes. Es un problema que podría complicar mucho la campaña y, luego, un eventual futuro gobierno. El asunto se podría definir como la incomodidad que siente el cristinismo -y, específicamente, La Cámpora- cuando se traiciona a sí mismo, en este caso, cuando elige a alguien como Massa.

Esta misma semana ocurrieron eventos que permiten entender esta dinámica. El miércoles por la mañana, Sergio Massa sorprendió al hablar de estrategia electoral en su discurso ante la American Chamber of Commerce, la organización que nuclea a las multinacionales norteamericanas que operan en el país. El díscolo Juan Grabois echó sal en la herida. “¿Dónde anunció Sergio Massa su estrategia electoral? ¿En una unidad básica, en una universidad, en un barrio popular, en una fábrica? No. Lo hizo en la American Chamber y ante las empresas multinacionales. Eso marca ante quién tiene que rendir cuentas”.

La respuesta de Grabois pareció dirigida hacia Massa pero hubo allí una bala perdida que fue hacia el corazón de Máximo Kirchner y los suyos. ¿No correspondía, históricamente, a La Cámpora marcar esos detalles? ¿No era La Cámpora el último refugio de la coherencia? Grabois repitió casi palabra por palabra las acusaciones que recibía Massa en el 2013, por parte de la Cámpora, y el resto de la militancia kirchnerista. ¿Por qué, entonces, Máximo no dice lo mismo que Grabois? Ayer habló en el tono combativo y enojado de siempre, pero no dijo una sola palabra sobre los provocativos gestos simbólicos del ministro. Massa, además, en la misma semana de la American Chamber, intercambió miradas afectuosas y cómplices en varios actos públicos con Axel Kicillof.

Juan Grabois, Máximo Kirchner y
Juan Grabois, Máximo Kirchner y Ofelia Fernández (@OfeFernandez_)

Si se tratara de una traición a los propios ideales, no sería nada tremendo. La política, en todo el mundo, está marcada por el pragmatismo. En el año 2005, cuando legiones de duhaldistas desertaban hacia el kirchnerismo, el experimentado Antonio Cafiero hizo un notable aporte: recomendó la lectura de un hermoso librito. Se llama Elogio de la traición y fue escrito por los franceses Denis Jeambar e Yves Roucaute.

Algunos de sus párrafos ayudan a entender estos procesos: “No traicionar es perecer: es desconocer el tiempo, los espasmos de la sociedad, las mutaciones de la historia. La traición, expresión superior del pragmatismo, se aloja en el centro mismo de nuestros modernos mecanismos republicanos. El método democrático, adoptado por las repúblicas, exige la adaptación constante de la política a la voluntad del pueblo, a las fuerzas subterráneas o expresas de la sociedad”.

O: “La traición es la expresión política -en el marco de las normas que se da la democracia- de la flexibilidad, la adaptabilidad, el antidogmatismo; su objetivo es mantener los cimientos de la sociedad. En los antípodas del despotismo, la traición es, pues, una idea permanente que, a diferencia de la cobardía, evita las rupturas y las fracturas y permite garantizar la continuidad de las comunidades democráticas al flexibilizar en la práctica los principios preconizados en la teoría”.

El problema, entonces, no es la traición sino, en este caso, la incomodidad con ella, que ha transformado a muchas de estas traiciones en algo peor que eso: en traiciones inútiles.

Si Cristina se traiciona a sí misma al designar como candidato a Alberto Fernández lo lógico sería llevar hasta el final ese movimiento, asumirlo en todas sus consecuencias. De lo contrario, pasa lo que ha pasado. Si decidiera ahora apoyar a Massa como candidato, debería hacerlo sin complejos, a fondo, con todo: porque su única escapatoria es que Massa sea exitoso en las elecciones y luego en la gestión. Es muy autodestructivo apoyar a un pragmático extremo para después exigirle que se transforme en un líder revolucionario. Para eso, en todo caso, mejor una muerte digna. Curiosamente, desde 2011 hay un patrón: los Kirchner siempre promovieron a dirigentes con los que se sintieron incómodos, sin procesar esa incomodidad. Todo, al final, estalló por el aire.

Cristina Kirchner
Cristina Kirchner

Entonces, traicionan sus propias banderas cuando designan a supuestos traidores, para traicionar sus propias decisiones cuando traicionan a los supuestos traidores. Se trata de una traición al cubo o, en otras palabras, un matete infernal. Ese matete explica muchos de los dramas del peronismo, y del país. Entre esos dramas, claro, el 8,4 por ciento de inflación mensual, que es un desastre, pero que podría transformarse en un paraíso si no hacen algo para frenar la espiralización de los precios, ese brutal ajuste sobre los que menos tienen.

Hace mucho tiempo, el ex viceministro de Economía de CFK, Emmanuel Álvarez Agis dijo: “No vamos a bajar la inflación haciéndonos los boludos”. En ese momento, la inflación era del 3 por ciento. Los mismos métodos, seguramente, seguirán produciendo resultados similares. Para cambiar el esquema, tal vez sea momento de que Cristina y La Cámpora aprendan a traicionarse, sin traicionar luego esa traición. Porque traicionar no es para cualquiera. Requiere, como todo en la vida, de cierta habilidad. Massa, en ese sentido, no parece tener tantos problemas.

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