La batalla cultural es condición de existencia del liberalismo

Bienvenidos entonces al extenso debate sobre la batalla cultural a todos los que no estén de acuerdo con lo aquí expuesto y lo hagan -muy a su pesar- gracias al régimen progresista con bases en el liberalismo y republicanismo

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Una bandera argentina flamea sobre la Casa Rosada en Buenos Aires (REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)
Una bandera argentina flamea sobre la Casa Rosada en Buenos Aires (REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)

El liberalismo nace, por ende posee en su genética, la idea y praxis de batalla cultural –vía revoluciones de alta o baja intensidad– para cambiar las condiciones de los regímenes conservadores del siglo XVIII y los siguientes hasta el contexto contemporáneo. Basta leer a Locke para entender los principios rectores de este punto.

Desconocer esto es propio de quienes paradójicamente se muestran o venden como intelectuales pero no intervienen en la política o si lo hicieron reniegan de ella por no sentirse el centro de la actividad que desarrollaron. O es lo mismo que decir, levantan la voz para darse visibilidad pero no se esfuerzan para aportar algo nuevo a las audiencias y colaborar en el cambio real de las condiciones de existencia en la sociedad.

Estas discusiones no son nuevas y la pregunta que siempre aparece es: ¿hasta dónde el liberalismo se inmiscuye en la sociedad y en la rosca política? Lo cierto es que, los grandes pensadores clásicos intervenían e incidían en la política desde afuera y dentro del país. Por tomar dos casos emblemáticos, desde inicios de la conformación de la Argentina, tenemos a liberales como: Alberdi y Alem, entre tantos otros.

¿Hasta dónde el liberalismo se inmiscuye en la sociedad y en la rosca política?

Entonces, seguir planteando la discusión en términos abstractos y desconociendo la historia liberal como bien se remarcó en una columna anterior a esta escrita por Roberto Campos como respuesta a Antonella Marty, y pretendiendo además, la existencia de condiciones liberales en el espacio público sin actores que sostengan esos valores es como levantar un castillo de arena. No podemos presuponer lo liberal en los ámbitos de nuestra existencia sin una lucha diaria dado que lo esperable por naturaleza es todo lo contrario. Por momentos, parece que también se olvidan de Hobbes.

El punto sigue siendo el liberalismo de escritorio o exposiciones que no hizo política y reniega de ella. Ese liberalismo de ideas bien redactadas, múltiples libros publicados y conferencias internacionales sólo alimentó en los últimos años al ego de personalidades, a algún grupo de seguidores y hasta la posibilidad de conseguir una cátedra universitaria pero no sale de ese contexto de pretendida alta cultura.

En este sentido, han aparecido paradójicamente muchos jóvenes iliberales que sí comparten la idea de una batalla cultural pero conservadora, que restringe al liberalismo y la tolerancia sobre la diversidad y complejidad social. De hecho, hoy hay un libro en boga que lleva ese nombre y enarbola esta posición escrito por Agustín Laje.

No podemos presuponer lo liberal en los ámbitos de nuestra existencia sin una lucha diaria dado que lo esperable por naturaleza es todo lo contrario

Por esto, el liberalismo y los primeros exponentes que realizaron cambios significativos en la sociedad fueron combativos, en periódicos, panfletos, discursos en plazas, exponiendo desde bancas en legislaturas y hasta, excepcionalmente, algún cargo ejecutivo. Y los cambios gracias a esas batallas, sí dieron lugar al reconocimiento y respeto a la diversidad individual, derechos y garantías en normas operativas y el respeto más la tolerancia como continentes del debate público actual.

El sistema y la dinámica anterior entonces es la que permite finalmente, de modo espontáneo, poner a prueba el infinito universo de argumentos para que el decisionismo o ingeniería social no opere en supremacía para moldear la ciudad y cultura por presión o coacción respecto de lo diferente.

Pero para eso hay que entender primero que la cultura, como construcción amplia, difusa, diversa, y más o menos espontánea, no es per se liberal si no hay condiciones y valores propicios en este contexto. Es más, todo lo anterior puede no existir ni demandarse al no haber conciencia de los valores de la libertad y hasta coexistir reconociéndose algunas libertades, algunas restricciones y sin tener a pesar de esto conflictividad social que ponga en peligro la gobernabilidad de regímenes iliberales. Nada nuevo bajo el sol si vemos el concierto de naciones.

Los razonamientos que no comprenden que una cultura sí puede legitimar acciones de fuerza son los que no entienden por qué el liberalismo no es un valor en el contexto sudamericano. No han incorporado una visión realista de las relaciones sociales ni desde la teoría ni desde la praxis. Y es más, esto queda en evidencia si confunden a la batalla cultural con control moral, cuando una es acción en defensa de un conjunto de valores y la restante es el ejercicio de regulación y restricción de la acción propia de los policías de la cultura. Ambas ideas existen y hasta puede darse que haya -y lo hubo- control moral sin atisbo de batalla cultural en comunidades o grupos culturales sin mayor innovación intergeneracional. De esto hablamos cuando hablamos de complejidad social, de contraste y hechos que nos pueden parecer ilógicos pero se muestran estables institucionalmente.

Los razonamientos que no comprenden que una cultura sí puede legitimar acciones de fuerza son los que no entienden por qué el liberalismo no es un valor en el contexto sudamericano

Por eso, vuelvo sobre el primer punto: el liberalismo nace gracias a una batalla cultural exitosa que permitió y permite que tengamos valores que respeten al individuo y su dignidad. Que otras corrientes usen los mismos conceptos y le den otro sentido no invalida en nada el posicionamiento liberal y su relato o narrativa.

En todo caso, nos marca claramente que la batalla cultural es el grado y dimensión de la lucha que nos obligan a dar nuevamente para no perder nuestras libertades en manos de las posiciones iliberales como las: conservadoras, anarquistas, marxistas y socialistas.

Finalmente, no olvidemos dos cosas:

1 - Que hay una dimensión de las ideas y conceptos que no necesariamente es correlativa con los hechos y casos y por esto no prueban un hecho ni una teoría de modo atemporal. Lo que existe son individuos, personas concretas, y los demás conceptos e ideas como sociedad, gente, etc., son herramientas propias de las ciencias sociales y los discursos políticos que son construcciones evolutivas y contextuales que debemos criticar para validar y poner a prueba constantemente a fin de reconocer su realidad bajo criterios o análisis que podemos no compartir como puede ser una elección de vida, un estilo de vida o un gusto o preferencia, en la medida que no me afecte o lesione concretamente en mis derechos o a terceros. Por eso aquí vuelvo sobre la idea de lo concreto y dejar las abstracciones de lado a la hora de incidir sobre las vidas.

2 - Y que, paradójicamente, las posiciones anteriores pueden expresarse política y socialmente gracias al régimen constitucional vigente -nacido de una batalla cultural exitosa- que reconoce la pluralidad de identidades e intereses y por esto cuenta con un basamento y reglas de tres corrientes de pensamiento: la liberal, la republicana y la representativa -interdependientes entre sí-, con fines a lograr mantener un balance, coherencia, razonabilidad y límites en el poder para mitigar los fanatismos y extremismos que emergen dentro del sistema político. A modo de ejemplo: se puede comunicar por Tik Tok y un iPhone la convocatoria y las sucesivas actividades que se realizaron en un campamento anticapitalista, en una propiedad con comodidades burguesas y ropa de marca. Hasta acá no se afecta a nadie, es una elección de vida, aún con todas las contradicciones que se evidencian en sus preferencias.

Bienvenidos entonces al extenso debate sobre la batalla cultural a todos los que no estén de acuerdo con lo aquí expuesto y lo hagan -muy a su pesar- gracias al régimen progresista con bases en el liberalismo y republicanismo. Como decía Constant, sólo disfrutaremos de nuestras libertades individuales si ejercemos las libertades políticas.

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