Me volví adicta a los monólogos de Marixa Balli, tanto a sus vivos como a sus intervenciones en LAM. Habla de ella con gracia, humor y sin esquivarle a nada y tiene eso que valoro en la gente en general y en las mujeres en particular: se hace cargo de todo lo que dice y hace. Tiene lo que desde los años cincuenta muchas feministas llamamos “agencia”.
Aunque el de agencia es un concepto variable, las definiciones que más me cierran son las de Debora Niermann, que habla de la capacidad de diseñar libremente las propias circunstancias de la vida, y la de Mustafa Emirbayer y Ann Mische, que la asocian con la autorreferencia, la motivación, la decisión, la elección, la iniciativa, la creatividad y, por supuesto, la libertad.
Cuando la escucho, siento que Marixa es todo eso: una mujer que abraza su pasado con profunda libertad y construye su presente sola y a fuerza de trabajo donde sea, bailando la cachaca, montando su propia marca en Flores o La Salada, y ahora como panelista de un programa del prime time.
Me gustó en particular verla contar el otro día cómo se defendió de un golpe de Jorge Corona cuando era la vedette de su espectáculo en la temporada marplatense, hace ya varias décadas: “Le hice un planteo y para mí se confundió, porque me dio una cachetada de una manera… Entonces yo le pegué, nos empezamos a pegar y nos matamos a trompadas, ¡fue terrible!”. Cuando sus compañeros de LAM, entre sorprendidos y jocosos le preguntaron si el cómico la había lastimado y si ella se la había devuelto, la respuesta de ella fue contundente: “Mi amor, ¡acá hay bailanta!”
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Y está claro, no todas las mujeres podemos reaccionar de la misma manera frente a la violencia machista que antes era moneda corriente y sobre todo tras bambalinas, pero qué coraje el de una artista que se asume hoy, cuando los tiempos parecen haber cambiado al menos algo, como capaz de dar pelea. El señalamiento a los violentos, que pegaban, tocaban el culo, o consideraban propias a las actrices y bailarinas de sus elencos, tiene sentido sobre todo por tantas que no pudieron defenderse.
Es remanida la frase de tantas que dicen que llegaron porque siempre supieron plantarse, con Moria como santa patrona a la cabeza; también el “yo no le debo nada a nadie” que repiten algunas ignorando las luchas que nos pusieron en el mapa. Pero no debería pasar nunca y no deberíamos dejarlo pasar tampoco, ni siquiera cuando las agredidas son mujeres en condiciones de preservarse. Ocurre en el teatro como en la política, hombres grandes y de sobradas credenciales que minimizan a las mujeres que los incomodan mandándolas a la cocina de los sofocos, las refriegas y la ropita; “escenas de la vida del género”, dicen.
Todavía lo vemos y lo leemos, y sus autores todavía son aplaudidos pese a toda el agua que pasó bajo el puente. ¿O son más aplaudidos justo por todo lo que avanzamos para que queden en evidencia, descubiertos con sus garrotes y fuera de sus cuevas? No es descabellado pensar en un backlash: una reacción furiosa frente a los cambios sociales que los corrieron de eje, un intento desvergonzado por aferrarse a sus privilegios.
Por eso me llamó tanto la atención que alguien que fue un modelo de libertad –y por qué no de agencia– para mi generación, como la Negra Vernaci, se metiera con la cama de Marixa: “Entrás hablando de a quién te cogiste y terminás periodista. Todo bien, no me parece mal. El periodismo también es así. ¡Tanto estudiar al pedo tampoco!”. La Negra es graciosa y nos enseñó a muchas que las mujeres también podíamos serlo sin renunciar a ser femeninas. Reescribió para miles de argentinas el libreto de lo que se supone que nos define: también nos calentamos, también puteamos, también podemos decir guarangadas si se nos da la gana.
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Pero siempre es doloroso que nos tiremos por la cabeza entre nosotras con nuestros avatares sexuales. Como Marixa se la banca, recogió el guante como una lady, o como una hermosa dama gratis de la bailanta: “No soy periodista porque no estudié ni me recibí de periodismo, soy bailarina, artista, pero periodista no. Yo a la Vernaci la quiero, trabajamos juntas en Peor es nada. Así que le tengo mucho cariño y era muy copada como compañera. Siempre tuve muy buena relación”, dijo con elegancia.
Después agregó algo que me importa especialmente: cuando muchos se dedican a hablar de otros, ella basa su carrera en sus propias contradicciones, y lo hace con el honor de otro tiempo. Alguien que está muy lejos de los chimentos y el griterío de la Revista, pero también tiene calle (o avenida), me dijo esta semana que cada vez la conmueve más “el honor de las personas”. Fue en una entrevista con Evangelina Bomparola, que, como es obvio, está a años luz de la bailanta, pero da igual para el caso: Eva tiene mucho rock encima.
Me gustó ver ese honor en Marixa cuando le dieron en el programa la oportunidad de un desagravio personal: “Yo la verdad que puedo contar lo que se me canta. Cosas que a lo mejor antes no contaba por el momento, se me ocurre contarlas ahora. Son anécdotas y me parecen divertidas. Cada uno puede hablar de su vida. Yo me hago cargo porque, como no miento, me hago cargo absolutamente de lo que digo. No me parece grave. Ellos lo dicen y le ponen ese toque de humor al hablar del garche. Y bueno, yo lo estoy pasando bomba. Así que si estoy contando un garche, será un súper garche”.
Marixa, te quiero. Nos vimos pocas veces y no debés tener idea de quién soy ni por qué escribo esta columna sobre vos, pero siempre te vi hablando más que de garches, de tu laburo y de tu madre. Y tenés un recorrido bien ganado para hablar de lo que se te cante. Todas lo tenemos.
La Balli sufrió de mil maneras, de la muerte al ninguneo. No quiero imaginar la cantidad de situaciones en las que estuvo en riesgo. Pero ahí está, con la sonrisa de siempre, ni siquiera envenenada con rencores del pasado ni de hoy. Me gusta que le haya llegado su momento, porque a su manera, Marixa es un ejemplo: de perseverancia, de laburo, de ponerle el cuerpo literalmente a los dolores más grandes.
Me gusta que haya otros modelos de lucha aunque no todas podamos ser como ella, me gusta porque plantea alternativas. Ser mujeres es difícil –y sobre todo en el tiempo de Despentes, como canta la española Rigoberta Bandini–, pero estoy un poco harta del tango y la victimización permanente. No viene mal, para variar, un poco de bailanta.
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Pienso también en nuestra Fabi, en Fabiana Cantilo, una reina total y sin corona en un mundo donde se lucían los tipos. Ahora que todos estamos conmovidos con la serie de Fito, tiene razón en recordar que ella “también tenía una vida”. Todavía la tiene, en gran medida, porque pudo luchar contra sus propios fantasmas. Lo dijo ella misma: además de ser la corista de todos los número uno –varones– de la Argentina, Cantilo ensayaba, componía, tenía bandas y grababa discos. Discos geniales hechos por una mina, una hazaña del rock mucho más allá de la Argentina.
Fabiana, como Marixa, siempre fue libre, y creo que eso sí queda claro en la biopic de Fito. Sin esa libertad que es también renunciar o elegir no tener hijos o una familia tradicional, muchas mujeres de la música jamás hubieran triunfado. Si no, pregúntenle a Joni Mitchell, que cedió a criar a su hija para poder seguir tocando. Como fan se lo agradezco, ¿pero cuánto dolor le habrá costado aquello a su alma siempre sabia?
Todavía hoy podemos estar seguros de que las oportunidades no son las mismas para las mujeres en la industria discográfica y en casi ninguna parte. Hace apenas un par de años, el productor de Cosquín Rock, José Palazzo, no tuvo problemas en decir: “Si yo tuviera que poner el 30% (de mujeres) tal vez no lo podría llenar con artistas talentosas y tendría que llenarlo sólo por cumplir ese cupo. Esas artistas no estarían a la altura del festival y tendría que dejar afuera otro tipo de talentos”. Patricia Sosa le respondió entonces al productor: “Esto es agresivo y discriminador. Me lo dijeron en 1980... ¡hace 40 años! El talento es una semilla. Si no tiene una tierra para florecer seguirá siendo semilla”.
Nunca se trató de talento, eso es evidente: Fabiana Cantilo es una de las personas más talentosas del rock de todos los tiempos, más allá de su género. Y sin embargo, incluso hoy, con una veintena de discos y una gira europea en puerta, se siente en la necesidad de aclarar que tuvo y tiene una carrera. Mientras escribo, tarareo sus temas, que son tan parte del soundtrack de mi vida como los de Páez o Charly García.
Cuento con las alas del mar para que las nuevas olas que vengan no tengan que aclararle nada a outsiders como Maxi Trusso, que se atrevió a cuestionar –nada menos– que a Lali Espósito, la primera mujer en llenar el estadio de Vélez. Algo ocurrirá, estoy segura, para que las que triunfen en el mundo de la música, así como en el corporativo y en el de la política, no sean solamente las del cuero duro, las que están dispuestas a dejarlo todo, las sobrevivientes.
Pero también por eso hoy rescato a Balli y Cantilo, dos minas que no pidieron permiso y siguen abriendo camino a fuerza de honestidad y agencia, para que las demás no tengamos que vivir aclarando cada paso, cada garche o cada amor –ante varones, pero también ante mujeres menos libres de lo que venden–, de un modo en que jamás se les exigió a los señores. Esta columna es para ellas y para agradecerles, en la esperanza de que algunas cosas, como canta Fabi, no sean para siempre.
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