La innovación y la competencia propias del sistema capitalista conducen a un ciclo permanente de creación y eliminación de empresas e industrias enteras. Pero esta “destrucción creativa”, como la conceptualizó el economista austríaco Joseph Schumpeter, se acelera ahora en ciclos cada vez más cortos por el cambio tecnológico,
No hace muchos años, en mi anterior gestión como embajador en Estados Unidos, reporté en detalle un proceso tecnológico singular que insinuaba ya una potente capacidad transformadora en el sector energético: el desarrollo del “fracking” que permitió la explotación rentable de petróleo y gas no convencional. Fue el comienzo de un cambio profundo que explica el auge que hoy vive Vaca Muerta.
Al comienzo de mi actual etapa como jefe de la misión diplomática en Washington DC, comencé a hacer foco en otra revolución. El incremento exponencial en la capacidad de almacenamiento de energía combinado con incentivos públicos para desarrollar baterías de litio de nueva generación en sistemas de transporte.
Hoy, la mitigación del cambio climático exige que las políticas públicas promuevan modalidades de movilidad sin emisiones de carbono. Los compromisos ambientales asumidos por los países en ámbitos multilaterales impulsaron metas ambiciosas. Así, en algunos de los principales mercados ya no se podrá comercializar automóviles nuevos de combustión interna dentro de sólo 15 años.
En este contexto, las grandes compañías automotrices proyectan exigentes objetivos de producción de vehículos eléctricos. Sostengo reuniones frecuentes con directores de empresas como General Motors, Ford, Tesla y BMW -su mayor fábrica global está en Carolina del Sur-. Todas manifiestan una preocupación central: el enorme desbalance entre la demanda y oferta de minerales críticos para las baterías, especialmente de litio, puede poner en riesgo sus objetivos.
Esta asimetría -muchos compradores para un producto escaso- llevó el precio del litio a niveles astronómicos. En 2022 el promedio fue de 37 mil dólares por tonelada. Nuestro país, segundo en reservas probadas a nivel mundial, se enfrenta ante una gran oportunidad que despierta interrogantes y desafíos, lo que esta generando un saludable debate público sobre cómo administrar estos recursos naturales.
Agregar valor
Argentina ya es, hoy en día, uno de los principales proveedores de litio a los Estados Unidos. Tenemos la capacidad de escalar significativamente esta producción multiplicándola por diez, y hacer frente a esta demanda extraordinaria generando inversión y empleo en las economías regionales, dinamizando otros sectores asociados a la minería y generando ingreso de divisas.
Al mismo tiempo, contamos con el ecosistema científico-tecnológico necesario para agregar valor y avanzar en la sofisticada cadena que conduce a la fabricación de baterías, cuyos eslabones pasan por el carbonato de litio, el hidróxido de litio, los materiales catódicos y las celdas. Un ejemplo de esta capacidad son los logros alcanzados por Y-Tec (YPF Tecnología) en base al mineral extraído en la Argentina.
Es decir que la coyuntura histórica -la revisión de sistemas de transporte contaminantes combinada con el salto tecnológico- encuentra a la Argentina con abundantes reservas probadas del codiciado recurso y la capacidad para transformarlo en territorio nacional.
Todas las opciones que se abren incluyen a las grandes economías como socios estratégicos: como fuertes clientes de nuestras exportaciones, como inversores a través de su sector privado o como proveedores de tecnología en las distintas etapas de valor agregado que podamos transitar.
Oferta y marco en Estados Unidos
Poniendo la lupa en Estados Unidos, aparecen algunas novedades del lado de la oferta. La decisión de considerar a los minerales críticos como una prioridad geopolítica llevó al país a incentivar la producción, a facilitar la apertura de minas y a promover un sistema de innovación aún más intenso.
Así, se prevé un incremento de la explotación en el estado de Nevada, en la mina Silver Peak, y financiamiento de estudios exploratorios en Salton Sea, California. Por la capacidad financiera y tecnológica de las empresas estadounidenses, esta evolución podría transformar el mercado en pocos años. Según algunas estimaciones, la producción local podría captar hasta un 60 por ciento de la demanda y generar 100 mil puestos de trabajo.
Por otro lado, la reciente Ley para la Reducción de la Inflación (2022) de Estados Unidos limitaría el acceso de nuestros bienes relacionados con las baterías para vehículos eléctricos. Es una ley compleja, ambiciosa y relevante en la lucha contra el cambio climático, pero implica un efecto adverso en la competitividad de las exportaciones argentinas -y de otros países- proyectadas para los próximos años.
La normativa establece créditos fiscales de hasta 7.500 dólares directos al consumidor para vehículos eléctricos nuevos y 4 mil dólares para vehículos eléctricos usados, para volver estos autos más asequibles para la población. Sin embargo, también determina una serie de requisitos: para poder calificar para esos créditos, los minerales o componentes deben provenir de Estados Unidos o de países que hayan ratificado Tratados de Libre Comercio con ese país.
Desde que se promulgó la ley, hemos tratado el tema al más alto nivel con nuestros interlocutores en Washington DC: lo hemos planteado en reuniones en el Departamento de Comercio, en el Departamento de Estado, en el Departamento de Energía, en el USTR, en el Consejo de Seguridad Nacional y en cada una de las interacciones que mantenemos con senadores y representantes en el Congreso. Inclusive, a propuesta de la Casa Blanca, fue parte de la conversación entre los presidentes Alberto Fernández y Joseph Biden el pasado 29 de marzo.
Los dos países deseamos seguir profundizando nuestra sociedad estratégica en el campo de las baterías y los minerales críticos, para lo cual analizamos posibles soluciones técnicas para lograrlo con las exigencias legales vigentes.
Atención al cambio tecnológico
La estrategia general sobre cómo insertarse de la forma más provechosa para la Argentina en este sector debe surgir de un diálogo entre el gobierno nacional, las provincias, los sindicatos, el sector privado y las comunidades locales. Los gobernadores de las provincias argentinas litíferas, que visitaron Washington DC recientemente, han demostrado gran capacidad de coordinación, por ejemplo, con el establecimiento de la mesa del litio.
El abordaje que determine nuestro país, en forma soberana y basado en su interés nacional, no puede prescindir de un análisis sobre la dinámica tecnológica. Hay procesos que debemos seguir con atención: la minería de roca, por caso, innova y avanza a paso firme. Podemos encontrar que en pocos años el litio sea un bien más abundante de lo que sospechamos, y con esto se modere el desbalance entre oferta y demanda y así los precios dejen de resultar tan elevados.
Además, si bien en una fase incipiente, los desarrollos para volver más eficientes las baterías de iones de sodio podrían convertirlas en una competencia a las de litio en el mediano plazo.
Aunque las baterías basadas en litio parecen haber llegado para quedarse y reinar el mercado de la electromovilidad por varias décadas, hay que estudiar con lupa las innovaciones más disruptivas. Lo hemos visto reiteradamente en el pasado: así como un salto tecnológico nos abrió una gran oportunidad, otro de la misma magnitud puede volver obsoleta la tecnología que hoy es de vanguardia.
Esta ventana histórica demanda debatir una estrategia y establecer reglas de juego claras que generen una distribución equitativa de las rentas extraordinarias de la explotación del litio a los precios actuales. Los beneficiarios deben ser múltiples: las provincias, las empresas que invierten, los trabajadores y las comunidades locales.
Pero hay que actuar rápido, y con inteligencia. Es preciso seguirle el paso a este giro favorable para el desarrollo sustentable de la Argentina, porque detrás siempre asoma la destrucción creativa.
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