El día después de las elecciones habrá que concretar con coraje y determinación un programa, en el que los cambios para ser exitosos y duraderos en el tiempo, requieran, de una particular centralidad de la dimensión cultural.
Es que las sociedades no están suspendidas en la nada, sino que tienen una estructura narrativa profunda: su esqueleto alegórico. No siempre esas ligaduras entre hombre, asociaciones intermedias y sociedades son buenas, a veces son destructivas.
No hay cambio a largo plazo si no se opera sobre ese imaginario que articula la ciudadanía. ¿De qué nos hablan los que ofrecen opciones sin estructuras profundas de pertenencia?
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Seguramente estos proyectos serán estériles y efímeros. El país no sale con redentores, mesías, salvadores, iluminados, ni con falsos profetas anti grieta.
Cuidado, con los que exigen, con siniestras simplificaciones, obediencias anticipadas, como requisito de salida ante la crisis. Las grandes crisis, nos muestra la historia, son el combustible para que afloren tragedias políticas que alumbran el surgimiento de tiranos, que al principio no se ven así.
Estamos aquí, porque no fuimos capaces de rechazar como sociedad, la propuesta de Néstor Kirchner, que para darle fin “...a un supuesto desastre repentino en…” era necesario el fin de los controles y equilibrios y el gobierno en emergencia y excepción. El poder sin control siempre oprime, conculca derechos y vulnera libertades.
Las ideas desencarnadas de la sociedad abierta, el libre mercado y el respeto por los derechos civiles, que son condiciones necesarias; no son suficientes. Necesitamos fortalecer el desempeño y rendimiento de nuestras instituciones, porque las instituciones no se protegen a sí mismas.
Mucho menos la remisión a la desangelada idea de gestión, el concepto de patriotismo constitucional que acuñó Jurgen Habermas, intentó dar un paso adelante y llenar este vacío desde una perspectiva que pretendía ensamblar lo jurídico con lo espiritual. Sería algo así como un orgullo por un tipo de gobierno democrático que respeta las instituciones y las leyes.
Si no adoptamos la decisión de anclar el cambio político en una estructura histórica y ética, corremos el serio riesgo de que, ante el primer tropiezo, las mayorías le den súbitamente la espalda.
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La confianza solo existe cuando hay un horizonte de sentido, cuando los ciudadanos sienten, mas allá de lo racional, que la travesía vale la pena.
Hay que sospechar de los que solo hablan de la gestión, de los que creen que un buen gobierno es simplemente ordenar las cuentas, porque todo lo demás llegara por añadidura. Cabe sospechar de los que ven la cultura como una simple organización de festivales.
Es necesario un lugar de pertenencia, un hogar. Argentina necesita ciudadanos dispuestos a compartir estos valores y dar su batalla, hombres con una acción excepcional, que vayan más allá de lo personal que simbolicen, el punto de origen común de nuestra comunidad y que señalen un camino que, antes que político, es ético.
La Argentina clama por ser rescatada del populismo, nació libre y no se acostumbra al presente.
La Argentina de hoy demanda sus mejores ciudadanos, de aquellos dispuestos a erradicar la Argentina del fracaso, de los analfabetos con poder, clama por aquellos que apuesten al futuro, con una mirada del conjunto.
El camino es mirar el alma de la Argentina, encontrar su esencia, volver a sus comienzos, en los valores y objetivos que unieron a las provincias unidas y luego construyeron una nación que era la promesa del mundo.
Debemos imprimir el mantra que dice: “Argentina estas presente en mis pensamientos, en mis sueños y en mi corazón, me siento orgulloso de ser argentino, me siento honrado de poder trabajar desde mi lugar para devolver a la ARGENTINA la republica perdida”.
Tenemos ante nosotros muchos, muchos largos meses de lucha y de sufrimiento. Tengamos claro, que, si abandonemos las enseñanzas del pasado y los hechos, abandonamos la libertad.
A diferencia de las generaciones anteriores, hoy los argentinos tendremos que responder a la pregunta; ¿somos capaces de empezar de nuevo y no desperdiciar nuestra última oportunidad?
El desafío es ir más allá de la lógica del corto plazo y recuperar el provenir, darle al futuro un lugar de privilegio. Si dejamos de hipotecar el futuro, si dejamos de desconectar el presente del futuro, vamos a salir.
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