Durante abril, UNESCO dio impulso a las “directrices para regular las plataformas digitales”, herramienta mediante la cual intenta que gobiernos, reguladores y empresas digitales, puedan afirmar un “ambiente” democrático en línea, que proteja libertades. Sobre todo, la de expresión.
Interesante que UNESCO, 46 años después de un hecho significativo en su historia, retorne a cierta mirada con respeto a la vigencia de libertades y derechos.
¿Por qué? Pues algo ocurrió en 1977 que vale la pena recordar.
¿Qué mundo entornaba la cultura social y la cotidianeidad más usual allá por los años 1960/1980? Un mundo bipolar (como bien dijeron Pedro y Pablo en su magnífica Marcha de la Bronca, “repodrido y dividido en dos”) pero también un mundo donde desde el fin de la 2GM alumbraba batallas, algunas perdidosas y otras triunfantes en torno a indocilidades justas y reivindicaciones con cierta dificultad para conseguir, pero todo eso modelado en la búsqueda de espacios más libres y democráticos en casi todos los países.
La Primavera de Praga de 1968, el Mayo francés el mismo año, el Cordobazo argentino de 1969, los Hippies en EUA, los levantamientos campesinos en Perú, los Panteras Negras norteamericanos, el surgimiento de la OLP, la vigencia aún romántica, más que efectiva, del guevarismo como dato político, los Baader Meinhof alemanes, los nuevos emergentes en la Indonesia de Sukarno, el Vietnam del heroísmo continuado. Estos son solo algunas menciones al espíritu que destaca esos años. Y, que, para abundar en efervescencia rebeldes, aparecía como continuidad temporal de otras magnitudes significativas como habían sido algunos años antes las etapas descolonizadoras en África, la revolución cubana, las revueltas árabes en Marruecos, Egipto, Túnez y Libia, la guerra de liberación en Argelia, el proceso de democracia revolucionaria del MNR en Bolivia, las experiencias guatemaltecas de Arévalo y Arbenz, la década peronista (1946/55) en Argentina.
Y acompañando en rebeldías de otro tipo, el arte pop, la beatlemanía y diversas “nuevas olas” musicales, cinematográficas y literarias, ponían también su dosis de juvenil presencia.
Ese mundo que venía tocando ritmos de cambio y donde la política, el arte, la cultura, la antropología, la ciencia, la tecnología, la interpretación étnica, la categorización de clases sociales mostraban vaivenes que las alejaban del pasado, requería sin duda, una mirada novedosa sobre un tema que rodeaba todo lo mencionado antes y que, ignorado en parte como agente de cambio, iba a convertirse en leitmotiv de luchas y epopeyas. De esa forma, LA COMUNICACIÓN, y su necesario cambio y democratización, entraba en el olimpo de lo buscado y de lo deseado.
En ese mundo, donde ya a finales de los años 70 se calmaban algunos borbotones de entusiasmos generacionales y donde la “imaginación” ya no encontraba con facilidad el camino del poder, aparece el NOMIC – Nuevo Orden Mundial de la Información y las Comunicaciones, cuando en 1977, por encargo de la UNESCO se crea la Comisión Internacional de Estudio sobre los Problemas de la Comunicación, presidida por el irlandés Sean MacBride.
Por eso, y si bien hacia al menos cuatro años que el irlandés Sean Mc Bride venía conduciendo la Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de la Comunicación, de la Unesco y el trabajo había finalizado en diciembre de 1979 fue en ese año de 1980 (febrero) que se dio a conocer ese informe como estudio de la misma comisión y cuyas primeras palabras son “Hacia un nuevo orden mundial de información y comunicación, más justo y más eficiente” y no eran tiempos en que al mundo, y a sus poderes, les interesara mucho una comunicación con eficiencia y justicia.
Ya en la presentación del trabajo hay un moderno e interesante escrito de quien era director general de UNESCO, el senegalés Amadou –Mathar M Bow, que encabeza la nota afirmando que “la comunicación se encuentra en la base de toda interrelación social” dándole de esta manera una categórica ubicación a esta disciplina como eje vincular de los seres humanos y poniéndola distante del mercado que era el lugar donde, en ese 1980, comenzaba a ubicarse.
Esta actitud de la UNESCO, que motivó que EEUU y Gran Bretaña se retiraran de la organización, alumbró finalmente el famoso Informe McBride, y fue una respuesta desde el llamado mundo subdesarrollado al manejo cuasi imperial y dominante que los países centrales ejercían en el campo de la información y las comunicaciones, tanto desde el sentido asignado como el manejo de sus herramientas portadoras como agencias de noticias, medios gráficas y audiovisuales y poder de imposición en las jerarquías de los temas.
Este informe fue la consecuencia de un pedido del Movimiento de Países No Alineados (que gozaban de cierto poder y prestigio en esos años) que en 1973 en su encuentro de Argel habían definido que “la acción del imperialismo no se ha limitado a los dominios político y económico, sino que comprende igualmente los dominios cultural y social, imponiendo así una dominación ideológica extraña a los pueblos en vías de desarrollo”. Y definían con breve síntesis que: “No habrá un nuevo orden económico internacional sin un nuevo orden informativo internacional”,
Obviamente, este enunciado se ubica en terminologías y sentidos con fuerte vigencia en esa época, pero, aun si lo traducimos a conceptos actuales y descartamos presencias “imperialistas” y quitamos el sentido diferenciador entre países, ya que la globalización tecnológica modifica en parte esa distinción, el núcleo más válido de la idea expuesta, se mantiene.
Existe hoy, como ayer, una interrelación entre el dominio social y cultural y el poderío que se ejerce desde los instrumentos de la comunicación.
Hoy mucho más claros en redes, Internet, microbloggings, Inteligencia Artificial y manejo algorítmico, que en medios de comunicación tradicionales.
No tan poderoso como algunos creen, pero sí influyente.
Y, en verdad, no es incorrecto dar el debate por su democratización cierta, que no pasa por intromisiones estatales sobre contenidos ni por violentar ninguna relación con las libertades de expresión y de prensa, pero sí por regular la concentración de medios, legislar y regular las empresas digitales algorítmicas, las audiencias potenciales máximas, el respeto a las diversidades y a los menores, la posibilidad de nuevos protagonistas en el mundo audiovisual.
Algo parecido a lo que MacBride aspiraba al plantear que “la comunicación debe ser un intercambio permanente entre interlocutores iguales o al menos recíprocamente responsables”.
Y agregamos que existe una relación concreta entre información, comunicación, relaciones de poder y democracia. Y cuando la comunicación solo se guía por estructuras de poder y carece de multilateralidad, refleja posiciones con cierta dosis de “paternalismo” y a veces, absolutistas.
Ambas posibilidades insostenibles en el siglo 21 y para una mirada humanista y políticamente de avanzada.