Trabajando se progresa, se crece y se genera riqueza

Lo propio de las personas es dar un sentido a la vida, actuar, hacer, producir y generar utilidad. No hay otro camino en el mundo que habitamos para hacer esto más que a través del empleo

El Estado también debe acompañar las transformaciones que acontecen en el trabajo

El Día Internacional de los Trabajadores hace que cada 1 de mayo de todos los años consideremos la importancia que tienen ciertas personas en las actividades que día a día desarrollan. El nombre de esa conmemoración nos da cuenta de quiénes son los homenajeados: los trabajadores.

Vale la pena recordar que la elección de ese día tiene un motivo específico. En la ciudad de Chicago, en 1886, millares de obreros iniciaron una huelga el 1 de mayo para que se respetara la jornada laboral de 8 horas. Gracias a la fuerza de los trabajadores para reclamar por sus condiciones de trabajo es que se conmemora esa fecha como el comienzo del reconocimiento de sus derechos.

Pero de la misma manera en que se trata de una conmemoración, el Día Internacional de los Trabajadores también es una celebración. Es importante reconocer la trascendencia que el trabajador y el trabajo tiene para el crecimiento del país y de todas las personas.

En particular, es necesario no olvidar cómo el trabajo fue valorado a lo largo de la historia. Hace más de dos milenios, en la Antigüedad, el trabajo era considerado una actividad que solamente llevaban a cabo los esclavos. Los ciudadanos griegos libres, por su parte, se dedicaban a la discusión política, a la filosofía y al ocio. Así, quienes trabajaban eran seres degradados, encargados de efectuar labores penosas.

Pero esa connotación del trabajo como algo degradante para las personas fue transformada en la Modernidad. A partir de ahí, se hace notoria que la consideración del trabajo deja de ser peyorativa y pasa a ser una actividad positiva para los individuos. Para ellos, trabajar no era solo un deber propio que les permitía obtener un salario, sino que también les proporcionaba un reconocimiento por parte de la comunidad. Lejos de su antigua asociación a la esclavitud, el trabajo llegó a ser un sinónimo de realización personal y de emancipación para las personas. Gracias al trabajo las personas pudieron liberarse y convertirse en ciudadanos dignos de respeto de sus pares.

Esa es la concepción sobre el trabajo que la Modernidad nos legó y que no se debe dejar de considerar en la actualidad. Tanto para las personas que trabajan como para aquellas que se encuentran buscando hacer eso, el trabajo es un medio para poder realizar su destino. Lo propio de las personas es dar un sentido a la vida, actuar, hacer, producir y generar utilidad. No hay otro camino en el mundo que habitamos para hacer esto más que a través del trabajo.

Es cierto que existen diversos planteos que contemplan que el trabajo es solamente una forma de explotar al ser humano y de generar riqueza a costas de él. Aquellos que piensan de esa manera sugieren que es preciso renunciar a la obligación de desempeñar cualquier tipo de labor en vez de participar del mundo del trabajo.

¿Pero son verdaderas esas teorías? ¿Pueden el hombre y la mujer renunciar a trabajar? En muchos casos, el trabajo es la característica que los define, y los estimula a crecer y avanzar. Es clave no renunciar nunca al trabajo, por el contrario, las instituciones políticas se deben comprometer a mejorar las condiciones laborales de los trabajadores y trabajadoras. A su vez, desde el Estado se debe impulsar al sector privado para que pueda desarrollar trabajo decente.

Desde siempre, y principalmente desde que comenzó la Revolución Industrial, hombres, mujeres, niños y niñas han sido expuestos a jornadas extensas, duras y sin descanso alguno en las fábricas. Ellos carecían de cualquier protección ante los abusos, las situaciones insalubres y las pagas injustas.

Es ahí cuando se hace necesaria la intervención del Estado, para que esas condiciones inmerecidas puedan solucionarse. El Estado debe proteger a los trabajadores a través de leyes y generar mayores oportunidades laborales. El objetivo de esas leyes es establecer reglas de juego justas, imparciales y duraderas que defiendan a los trabajadores de los abusos que puedan aparecer y que también aseguren a los empresarios un marco estable en el cual puedan desarrollar sus actividades y llevar a cabo inversiones que enriquezcan a nuestro país.

No se trata de tener un Estado agigantado, que regule cada vez más y más instancias sociales y económicas por medio de una lenta y obsoleta burocracia que entorpezca el entusiasmo de los trabajadores y de los empresarios.

Más bien, lo que es necesario es que el Estado simplemente establezca las normas básicas y mínimas en la que tanto los trabajadores como los empresarios puedan desarrollarse en un contexto de estabilidad y de protección.

El Estado también debe acompañar las transformaciones que acontecen en el trabajo. Si bien el trabajo siempre estuvo expuesto a cambios, estos cambios vienen sucediendo desde hace décadas cada vez con mayor intensidad. Consideren que la Tercera Revolución Industrial, acontecida a finales del siglo pasado y ligada al surgimiento de la electrónica y la computación, fue rápidamente sucedida por la Cuarta Revolución Industrial, comenzada apenas la década pasada y que continúa en el presente, relacionada con los nuevos procesos de automatización y al intercambio de información. Así, todas las actividades, incluidas las laborales, se desenvuelven más rápidamente que antes. Además, el fruto del trabajo dejó de ser algo únicamente material para concentrarse en los servicios y el conocimiento. Finalmente, las personas dejaron de desempeñarse solamente en una empresa toda su vida y ahora rotan incesantemente de establecimientos, orientando sus pretensiones a aquellos lugares en donde se sienten más cómodas.

La pandemia del COVID-19 que llegó a Argentina en marzo de 2020 no hizo más que confirmar la firmeza de estas transformaciones y de apresurar tantas otras que apenas veían la luz. La pandemia definitivamente pateó el tablero e hizo volar las piezas por el aire sin posibilidad de retorno al pasado.

No es cuestión de resignarse a los tiempos que corren y mirar con anhelo cómo era la realidad antes. No paso por alto el hecho de que la pandemia impactó en una enorme cantidad de trabajadores para peor, haciendo que perdieran sus empleos, que sus horas de trabajo disminuyeran o que sus remuneraciones bajaran. Hay que prestar atención a estas adversidades e intentar solucionarlas. Pero el punto es también aprovechar las oportunidades que trajo el cambio que supuso la pandemia, como el teletrabajo.

Va de suyo, entonces, que cualquier nueva oportunidad también conlleva nuevos riesgos. Frente a este panorama inédito, el papel del Estado sigue siendo el que señalamos antes. Por un lado, incentivar la recuperación de la economía y del empleo, haciendo énfasis en los sectores que resultaron más afectados, salvaguardar los derechos de los trabajadores que siempre se ven amenazados en tiempos de crisis y garantizar el acceso a una protección social integral y universal. Por otro lado, el Estado debe también acompañar a los productores al otorgarles un marco estable y controlado en el cual puedan producir e invertir, allanar el camino para la puesta en marcha de nuevos emprendimientos y beneficiar a través de distintas políticas al tan dejado de lado sector privado.

Por eso, en este día tan especial, tenemos que afirmar que trabajar es la única manera de avanzar. Trabajando se progresa, trabajando se crece, trabajando se genera riqueza. Hoy, más que nunca, hay que entender que, cuando se asegura un entorno saludable para que trabajadores y empresarios puedan desenvolverse, no solo ellos salen ganando, sino que también Argentina lo hace.

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