En un día como hoy, pero de 1853, se sancionaba en la ciudad de Santa Fe la Constitución Nacional. Pasaron 170 años de ese momento histórico pero su letra y espíritu sigue vigente como garantía de libertad, de concordia, de progreso, y como bien la definía Juan Bautista Alberdi debía ser considerada como “nuestra carta de navegación” para construir un gran país.
Pero más allá de todo deseo, resulta esencial entender que una Constitución es un documento jurídico, donde se encuentran expresados los principios y valores fundacionales de la República. En ella se define la organización política, institucional y básicamente un instrumento de gobierno, con objetivos establecidos claramente en el texto, tal como lo señalara el gran Joaquín V. González cuando expresó que “la Constitución Argentina es una obra de sabiduría, de experiencia y patriotismo destinada por los que en ella han colaborado, a fundar una Nación indisoluble y libre” y, aquí, en este marco es que debemos plantar la idea del texto fundamental.
En la Constitución se encuentra plasmada la idea de una república, donde se respeta la división de poderes, se delimitan las atribuciones y funciones de cada uno de ellos; es representativa, por cuanto, personas, que como consecuencia de un proceso electoral, son nominados por la ciudadanía para representarnos o ejercer un cargo para el cual fueron elegidos; es federal, donde existe una descentralización de la organización política del poder, con sustento en la unión permanente y definitiva para constituir una verdadera federación, con el mandato constitucional de que cada provincia debe asegurar su administración de justicia, su régimen municipal, y la educación primaria.
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Nuestro texto fundacional se sostiene en varios pilares que resultan imprescindibles para fortalecer el pesado edificio de la república, así “trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender”, también, nos dice que “La propiedad es inviolable, y ningún habitante de la Nación puede ser privado de ella, sino en virtud de sentencia fundada en ley…”, la clausula de defensa de la democracia, no solo contra la interrupción de orden constitucional, sino que también atenta contra la democracia la corrupción, la Constitución es operativa y su dinámica es fundamental.
En tiempos de crispación como el que estamos viviendo, nuestra Constitución se erige como un instrumento pacificador, enarbolando como uno de sus principios el de “consolidar la paz interior”, que refleja el tiempo histórico de su redacción, pero extiende su sabiduría hacia el futuro como la luz de un faro señalando que el camino es el de la convivencia, el respeto y la tolerancia por el otro, el del diálogo y los consensos como herramienta para construir juntos un destino común para todos los argentinos.
Barack Obama en su último discurso como Presidente dijo que la Constitución de Estados Unidos es el más maravilloso regalo de sus antepasados, pero solamente es un pedazo de pergamino, no tiene poder por sí misma y que solamente el pueblo le da poder y significado. Esta interpretación es la debemos asumir en nuestro país, necesitamos dirigentes y ciudadanos comprometidos con la Constitución tal cual lo expresara el jurista salteño Facundo Zuviría en 1853, definiendo a nuestra Carta Magna como “el pueblo de la nación hecho ley”. Una perfecta síntesis del espíritu y destino de nuestro texto fundacional y la justificación más precisa de conmemorar hoy su sanción.
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