Lo positivo, lo negativo y lo interesante del discurso de Cristina Kirchner

Un análisis orientado a superar la lógica binaria omnipresente en tiempos de grietas

Cristina Kirchner ofreció una masterclass en La Plata, donde volvió a criticar el acuerdo con el FMI

Luces y sombras representan una metáfora tan trillada como obligada. Una manera simple de trascender dicha metáfora es apelar al PNI (lo Positivo, lo Negativo, lo Interesante), una de las tantas sencillas técnica de pensamiento desarrollada por el psicólogo Edward de Bono, orientadas a superar la lógica binaria omnipresente en tiempos de grietas. Hagámoslo entonces.

Lo positivo

Aunque dentro de su personal matriz ideológica, Cristina Kirchner suele sorprender. A veces para mal. A veces para bien. Veamos:

La idea misma de una escuela de pensamiento político donde Cristina es a la vez mentora, directora y maestra, ya es un elogio a la inteligencia del sentido común. Pero, además, nos ofrece sus “clases magistrales”. La potente sencillez que portan tales iniciativas radica en aunar el rol de política, explicadora, maestra, educadora, estratega, oradora y líder, dentro de un armonioso combo político, educativo y mediático.

Un político convencional necesitaría un medio, un canal y un discurso. Cristina, en cambio, es a la vez el medio, el canal y el discurso. Parafraseando aquella célebre y, a la vez, críptica sentencia de Marshall Mc Luhan “el medio es el mensaje”, cabe decir que “Cristina es el medio, y a la vez el mensaje”. ¡Bingo!

Que Cristina es una buena oradora no es novedad. Tampoco resultan novedosas su inteligencia ni sus dotes argumentativas y persuasivas. Consecuentemente, su reciente discurso expresó todos esos ingredientes. Fue un discurso inteligente, argumentativo, explicativo, persuasivo y cautivante. A mi juicio, fue sencillamente brillante.

Ante tanta magnificencia quizás venga al caso una confesión personal. Quien escribe estas líneas no simpatiza con la Vicepresidente. Pero, al mismo tiempo considera que en el universo de los debates pocas cosas son tan genuinas como reconocer el mérito de quienes no amamos. Admirar a quienes queremos puede hacernos encontrar virtudes que, a veces, son puro encandilamiento. En cambio, sucumbir ante al talento de un adversario revela acaso la auténtica presencia de una virtud.

Lo negativo

La puntuación de la secuencia de hechos es uno de los axiomas básicos de la comunicación humana postulado por el psicólogo Paul Watzlawick. Básicamente, se sostiene que las narrativas de las historias dependen de cómo se ordene la secuencia de sus episodios constituyentes.

Específicamente, las personas propenden a interpretar los acontecimientos ordenando los hechos en secuencias coherentes, aunque necesariamente arbitrarias, en la medida en que expresan sus perspectivas personales. Luisito se queja ante un adulto de que Manuel lo agredió. Pero Manuel se defiende aduciendo que lo hizo porque Luisito lo insultó. Ante lo cual, éste manifiesta que, antes, Manuel le hizo burla. Y así, ad infinitum. Se asiste entonces a una secuencia circular de interpretaciones que se retroalimentan y se ordenan de modo arbitrario y unilateral por cada participante, de modo tal que los hechos aparecen como causas o como efectos según quien sea su intérprete.

Resulta entonces evidente que no existe un solo modo de puntuar la realidad y, por ende, que pueden existir tantas puntuaciones como personas.

Cristina argumentó que el fracaso de la convertibilidad engendró la tragedia del 2001. Pero, según su lógica, dicha tragedia ya había sido urdida por el plan de un “Señor calvo de ojos claros”. La tragedia del 2001, continúa la narrativa cristinista, se curó con el advenimiento de Néstor Kirchner quien, entre otros aciertos, terminó con la dependencia del FMI. Dependencia a la que, por pura vocación ideológica neoliberal, nos habría devuelto el macrismo en 2015. Para endeudar al país y producir la catástrofe que ahora padecemos, no por los desaciertos propios del gobierno que la misma Cristina forma parte (aunque intente disimularlo), sino en cumplimiento de errores y traiciones preexistentes que ya se fraguaban en 1999, en aquella fallida alianza donde se destacaban Patricia Bullrich, Ricardo López Murphy, Horacio Rodríguez Larreta, etc. Quienes ahora, prosigue Cristina, pretenden volver para hacernos fracasar de nuevo. Encarnados en ellos mismos o en un nuevo personaje “pelífero” (i.e. Javier Milei) que pretendería no ya asegurar convertibilidades monetarias, sino lisa y llanamente dolarizar. Es decir: hacer lo mismo que Mauricio dice que hay que hacer. Lo mismo, pero más rápido y más profundo.

(Aglaplata)

En “Ortografía Intuitiva”, Manuel Toledo y Benito nos invita a advertir la importancia de los signos de puntuación a través de un ejemplo tan divertido como contundente. Trata sobre un escrito que alguien deja al morir, cuya característica es la ausencia de signos de puntuación:

Dejo mis bienes a mi sobrino Juan no a mi hermano Luis tampoco jamás se pagará la cuenta al sastre nunca de ningún modo para los jesuitas todo lo dicho es mi deseo.

Se invita al lector a que considere qué signos son necesarios para que Juan, Luis, el sastre, los jesuitas, el Estado y el juez de la causa, argumenten que los bienes del difunto le pertenecen.

Si el lector lo prefiere puede cambiar las circunstancias y los personajes del ejemplo por alguno de los siguientes: década infame; oligarquía ganadera; 17 de octubre; Unión democrática; Braden o Perón; justicia social; descamisados; “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”; “alpargatas sí, libros no”, combatiendo al capital; “Evita líder espiritual de la nación”; “al enemigo ni justicia”; quema de iglesias; “¡Viva el cáncer¡”; bombardeos salvajes en Plaza de Mayo; revolución libertadora; “ni vencedores, ni vencidos”; resistencia peronista; revolución fusiladora; “el libro negro de la segunda tiranía”; peronismo y gorilismo; peronismo proscripto; Perón vuelve; “Cámpora al gobierno, Perón al poder”; primavera camporista; masacre de Ezeiza; “Operación Traviata”; “Si Evita viviera sería montonera; “pequeño burgués reaccionario idiota útil al servicio de la contrarrevolución”; “los imberbes de la plaza”; López Rega; la “Triple A”; inflación cero de Gelbard; Rodrigazo; Isabelita; golpe de estado; proceso; y etc., etc. para completar los 40 años que restan para empalmar con el presente.

Pasen y ordenen. Cada cual elija la puntuación que le convenga. Tire agua para su propio molino. Y póngale una pizca de épica. Esos es lo que hace Cristina. Hábil oradora. Magnífica narradora. Experta en puntuación arbitraria de la historia. ¿Será esa una materia de su escuela de pensamiento?

El acto de Cristina comenzó con una referencia a una frase de Juan Domingo Perón, donde éste denunciaba a los intereses imperialistas como la causa del sufrimiento del pueblo argentino. Luego siguió el momento épico en que de Néstor Kirchner paga la deuda al FMI, para liberarse para siempre de ese yugo. Luego retrocede en el tiempo para referirse a la convertibilidad pergeñada por el “Sr. calvo de ojos claros”. Entonces deviene el recuerdo traumático del fin de la convertibilidad y el fantasma del 2001. Para dar cabida a la llegada de supuestos salvadores que vinieron del sur. En 2003. Porque el gobierno de Eduardo Duhalde, con Jorge Remes Lenicov y Roberto Lavagna incluidos, no parece haber existido. Ni por sus fracasos (pesificación asimétrica) ni por sus logros (Argentina comenzó efectivamente a salir del infierno del 2001). Como tampoco existió el incipiente regreso de la inflación que comenzó a asomar tímidamente en 2006. Para llegar al 25% de 2012, cuando la misma Cristina la negó en Harvard (Chicos, no estamos en la Matanza, estamos en Harvard), aduciendo que si así fuera el país ya habría estallado.

La omisión selectiva es “prima hermana” de la puntuación de la secuencia de hechos: ambas se apoyan en un acto de arbitrariedad narrativa; ambas suponen acomodar los acontecimientos o cancelarlos para maximizar la propia posición y hundir la del adversario.

El refranero popular lo diría con sencillez pasmosa: la retórica de Cristina supone el arte de “traer agua para su propio molino”. En el ámbito político-militar también se sentencia algo con elocuencia: “En la guerra la primera víctima es la verdad”. En la narrativa cristinista, también.

Cristina es una gran oradora. Argumentadora y persuasiva. Pero tras la superficie donde resaltan los oropeles de la retórica pueden divisarse los hilos de la manipulación salvaje.

Cristina Kirchner es una gran oradora, argumentadora y persuasiva

La negación es una de las tantas debilidades humanas. Puede prohijar tanto la vil mentira como el autoengaño consciente. ¿Creerá Cristina sus propias fabulaciones? Como los versos de la canción, ¿su vida política, habrá sido “una vulgar y estúpida mentira”, capaz de embaucar a millones? ¿O acaso se asemeje más a la historia de la máscara que terminó haciéndose carne al amalgamarse con el rostro, al punto de ya no poder reconocerse en el espejo?

Opositores y críticos recuerdan lo obvio: Cristina Kirchner eligió a Alberto y, por ende, es la gran arquitecta (no egipcia) de un “gobierno-engendro” que sigue fracasando. Pero ella no se inmuta. Porque el universo de Cristina es fundamentalmente transfenoménico. Su pertenencia al gobierno es apenas una nominalidad insustancial. Cristina Kirchner habita en el Olimpo del liderazgo taoísta: actúa sin intervenir. Y, por ende, no está en la tierra, sino en algún recóndito hiperespacio virtuoso de la ideología.

El más elemental sentido común sugiere lo obvio: sea por impericia, por falta de vocación o por “la alta traición del desacato”, Alberto puede ser catalogado como “el culpable” (el “okupa”, el “mequetrefe”, el que cobija a “los funcionarios que no funcionan”). Pero resulta igualmente obvio que Cristina no puede eludir ser “la responsable”. Aunque se empeñe en simular que no lo es.

No obstante, nada impide adoptar una mirada comprensiva sobre le decisión fundacional del Frente de Todos. Desde esa lógica, el asunto no reviste demasiado misterio: Cristina Kirchner simplemente podría haber creído de buena fe que Alberto Fernández tendría un desempeño más virtuoso. Y se equivocó. ¿Por qué no pensar que a cualquiera le asiste el error de cálculo? Pensándolo de ese modo, aunque la decisión de Cristina no sea justificable, eso no quita que resulte atendible. Ya lo decía el gran Unamuno: “Comprenderlo todo es perdonarlo todo”.

Sin embargo, lo que Cristina Kirchner actúa hoy, en tiempo presente, respecto del rol de Sergio Massa, asume un cariz diferente. Que ya no resulta justificable ni comprensible; sino sencillamente incoherente y condenable.

Porque el discurso central de Cristina Kirchner fue claramente anti FMI. Donde el FMI representa el símbolo de nuestra decadencia. El opresor del pueblo trabajador. El artífice de la pobreza. La encarnación del mal. O cuando menos, del error. El símbolo del neoliberalismo. De la derecha. El defensor de las corporaciones. De los capitales concentrados. El amigo de Macri (cuándo éste se sentía amigo de la ex directora Christine Lagarde)

¿Y Sergio Massa? El ministro de economía avalado por Cristina. El hombre fuerte de la gestión. El único que parece saber adónde ir y lo hace. El único funcionario con responsabilidades de gobierno que realmente labura. El candidato deseado por Cristina (…)

(…) Es también quién militó y avaló el acuerdo con el FMI. El que pergeño y ejecutó la hoja de ruta para asegurar el cumplimiento de las metas pactadas. El que viaja periódicamente a Washington para negociar lo negociable. Y un poco más. La única esperanza genuina del Frente de Todos. Si le va bien. Si lo liberan del letal “fuego amigo” de todos los días.

Sergio Massa debe negociar acuerdos y condiciones. Letra grande y letra chica. Hacer los esfuerzos del equilibrista para que la cosa arribe a buen puerto. Acaso ser “el malo de la película” en el universo de las restricciones inevitables que padece cualquier deudor serial. Es decir: hacer los ajustes que nos condenan al mal vivir con la esperanza de sobrevivir. Para algún día recuperar aquella felicidad, cuya autoría Cristina probablemente se arrogaría.

Cristina Kirchner banca a Sergio Massa. Como suele sentenciase en los tiempos modernos de la política, eso es dato, no relato. Hecho, no opinión.

Pero a Cristina no le importa. Ella da clases magistrales como si lo anterior no existiera. Al menos, parece animarla el decoro de no invitar a Sergio Massa a escuchar esas mismas clases. Acaso para evitarle la vergüenza de tener que aplaudir las salvajes críticas a lo que su ministro hace, con el mismísimo aval de ella misma que ahora blasfema contra los mismos a los que Sergio Massa debe convencer (…)

La incoherencia es una violación de la lógica. Pero la incoherencia a sabiendas no atañe a la lógica, sino al orden de la perversión manipuladora.

Como en todo poder desde las sombras, Cristina gobierna, pero no firma. Solo hace su juego. Si sale bien se arrogará la autoría del rumbo. Si sale mal, la culpa será de Massa. Ella se lo advirtió. Hasta públicamente. Pura estrategia “ganar-ganar”. Así le dicen en la disciplina del management estratégico. En el barrio son más minimalistas: apenas “hacerse el tonto (la tonta) para pasarla bien”.

Lo interesante

En sus clases magistrales Cristina suele avalar sus argumentos con datos económicos. Algunos son recurrentes. Casi todos son sugerentes. Al menos para un neófito en economía, como quien escribe.

Se puede no saber sobre economía, pero sí de análisis causales. Y de correlaciones ilusorias. Una correlación ilusoria es aquella que muestra una relación donde no la hay. O al revés, esconde una relación que sí existe. Parece, pero no es. Es, aunque no parece. Ya lo sabemos: a los números también hay que saber interpretarlos.

La ciencia empírica aspira al cénit de la experimentación. Controlar variables para aislar sus efectos. Como recordó Cristina, “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios”. Para el ideal experimentalista se trata de conocer los factores que codeterminan un fenómeno para, luego, poder estimar su peso. A cada uno lo que le corresponde. Ni más, ni menos. Y que lo que se concluya sobre el fenómeno objeto de estudio se deba a esos factores y no a otros.

Pero el ideal de la experimentación no siempre es posible. No se pueden generar 200 Ecuadores para, aleatoriamente, conformar dos grupos de 100 cada uno y dolarizar en uno sí, pero en el otro no. Para luego calcular los promedios de inflación de los Ecuadores dolarizados contra el de los no dolarizados. Y determinar cuánta de cualquier eventual diferencia podría deberse al azar. Eso es parte importante del ideal de la ciencia. Pero en un vasto repertorio de problemas que nos interesa, no es posible hacerlo.

Entonces solo nos quedan descubrir correlaciones que pueden ser ilusorias. O no. Al fin y al cabo, esos son los límites de ciencias sociales como la política y la economía.

Por eso, en ese marco de limitaciones, cuando Cristina nos muestra la inflación relativa del Ecuador contra la de EUA, medida en dólares y a posteriori de la dolarización, nos deja pensando. O quizás mejor, me deja pensando. Me deja pensando que quizás pudiera razón. ¿Por qué no? ¿Por qué es Cristina y no me simpatiza? También me deja pensando qué habría pasado si Ecuador no hubiera dolarizado. ¿Sería esa curva más cercana o, tal vez, más alejada de la de EUA?

A esta altura no sé si Cristina tendrá o no razón en varias de las cosas que dice. Pero lo que es seguro es que varias de sus convicciones argumentadas como intensidades persuasivas suelen dejarme pensando. Seguramente más que muchas expresiones de otros políticos que quizás me simpatizan más.

Mi favorita de las argumentaciones de Cristina que propician reflexiones es aquello del porcentaje de participación de los trabajadores en la economía. El famoso “fifty-fifty del PBI”. ¿Será cierto que durante su gobierno ese porcentaje orillaba los 50 puntos y ahora es mucho menos? ¿Por qué, en general, la tribu de los economistas no suele considerar un tema tan importante?

Fiel a los tiempos modernos, procedo al uso del “mataburro tecnológico” de Google y consulto. Lo primero que encuentro es el artículo “Acto de Cristina: el mito del fifty-fifty”, de Juan Carlos Giordano, diputado nacional de Izquierda Socialista/FIT Unidad. Fue escrito el 23 de noviembre de 2022, luego de otra clase magistral de Cristina. Casi ayer. El gráfico que ilustra la nota es el mismo que Cristina presentó ahora en La Plata. En cuanto a su contenido, se trata de una crítica demoledora. Aunque proviene de un pensador de izquierda. ¿Y qué? El debate está servido. Pero es Cristina quien me condujo allí. Mientras el resto de la clase dirigente suele malgastarse en “chicanas de cabotaje”.

Confieso que también me dejó pensando su referencia a las exenciones avaladas por ley para los empresarios. Tanto como que algunas corporaciones pagan alícuotas de un dígito en el impuesto a las ganancias, mientas a mi suele tocarme casi el 35%. ¿Será cierto? Cristina me deja nuevamente pensando. Aunque uno de los pensamientos que me disparaba sea este: ¿Y por qué entonces no hizo nada al respecto cuando era presidente? ¿O entonces no lo había advertido? ¿O entonces el problema no existía?

Seguramente, no podría responder a esas y otras tantas cuestiones. Pero debo reconocer y agradecer a Cristina el mérito de poner el dedo en la llaga de aquello de lo que debería hablarse y no se habla. Mientras la clase política prefiere apostar mejor al vano ejercicio de la “política gestual” (tomo prestada esa expresión de Rosendo Fraga).

Siendo fiel al espíritu de Edward de Bono, esta sección no refiere a lo negativo ni a la positivo, sino a lo interesante.

Ciertamente, como cualquier mortal, Cristina dice algunas tonterías. Ciertamente, como muchos políticos, Cristina dice mentiras y/o tergiversaciones. Pero no es menos cierto que la Vicepresidente siempre dice algo interesante. Que nos deja pensando. Al menos a mí.

Y acaso lo que confiere mayor interés a sus dichos interesantes es que sus detractores suelen atacarla más por sus tonterías y falacias que por sus señalamientos interesantes. Porque, “chocolate por la noticia”, Cristina Kirchner no es la única política que tira agua para su molino.

Quisiera entonces concluir con un semblante de Cristina, por cierto, tan arbitrario como el objeto mismo que he tratado de analizar:

“Cristina Kirchner. Una política inteligente y aguerrida. Una gran líder carismática. Brillante oradora. Hábil persuasora. Terriblemente manipuladora. Arbitraria y falaz. Orfebre de relatos tan cautivantes como inverosímiles. Encantadora de serpientes. Es así: tómela o déjela”. Nunca me simpatizó.

Nunca la voté. Jamás la votaría. Pero debo confesar algo: casi siempre me deja pensando.

Eso, en mi caso, es lo que la hace enormemente interesante. Quizás a vos te pasé lo mismo. Quizás.

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