La revolución del beso

En la penitenciaría de Devoto, un preso comenzó un movimiento contra las reglas establecidas que derivó en la flexibilización de las normas sobre las visitas de las parejas

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A mediados de los ‘90,
A mediados de los ‘90, los presos no podían tocarle ni siquiera la mano a su parejas cuando iban a visitarlos

Camel era un delincuente con cartel. En sus antecedentes no faltaban fugas ni asaltos a blindados, los delitos que dan más jerarquía en las cárceles.

En 1994 volvió a la penitenciaría de Devoto. Se sintió mal apenas ingresó por el portón de calle Bermúdez; le faltaba el aire, no soportaba el encierro. Había dejado algo de dinero afuera y quería escaparse. Se dedicó a observar todo lo que sucedía en el penal. Comenzó a familiarizarse con la enfermería, a mirar las ventanas y los muros. Se movía adentro del penal ansioso.

Fue a trabajar al Centro Universitario de Devoto (CUD). Una vez que se familiarizó con el lugar, pidió audiencia con el director y el subdirector para ver cómo eran sus oficinas. Estudió las celdas VIP atrás de la capilla.

Cada edificio de Devoto tiene patios a ambos lados. Como hay cuatro pabellones, en los horarios en de recreo reparten a los presos en distintos patios para evitar peleas.

Camel no dio problemas. Su estrategia era pasar inadvertido hasta conocer el lugar y la gente. Pronto comenzó a probar la resistencia del sistema.

Una novia de la villa Carlos Gardel, fue a visitarlo. Se sentaron juntos en un banco, como lo hacían todas las parejas, A mediados de los ‘90, no se podía tocar siquiera la mano. Los guardias disfrutaban de vigilar que los presos no tengan contacto físico con sus parejas. Para los que estaban encerrados, la prohibición era similar a derramar agua delante de un sediento. Si un recluso violaba el reglamento, venía la paliza y luego el calabozo.

Cada edificio de Devoto tiene
Cada edificio de Devoto tiene patios a ambos lados. Como hay cuatro pabellones, en los horarios en de recreo reparten a los presos en distintos patios para evitar peleas

Conocía la evolución de las cárceles por los relatos de los reclusos más veteranos; tenía claro que detrás de cada conquista “tumbera” hubo infinidad de garrotazos. En prisión nada se consigue sin violencia.

Camel, que había quedado mal después de ver a su novia, estaba decidido a conseguir mejores condiciones para las visitas.

Comenzó a hablar con los presos de su pabellón. Sus arengas eran una verdadera “revolución sexual”. Les decía que en el CUD los estudiantes mantenían relaciones sexuales con sus parejas, que ellos no eran menos que los universitarios.

Le pidió a la gente de su pabellón que corrieran la voz que exactamente a las tres de la tarde del miércoles había que besar en la boca a sus parejas.

Ese día, al mismo tiempo, como si fuera una obra teatral hartamente ensayada, cincuenta presos tomaron a sus visitas por la cintura y las besaron. Al instante entraron los guardias repartiendo bastonazos y obligando a los “besadores” a ponerse boca abajo con las manos en la nuca. Los “buzones” de castigo, que solo podían albergar a una persona, quedaron sobrepoblados, a pesar de que los encerraban de a cuatro. No había capacidad para castigar a todos los que habían violado las normas.

Hubo una serie de reuniones entre el director y los delegados de los pabellones y acordaron que las parejas podían tomarse de la mano, pero no besarse porque al estar sentados en un banco a la intemperie no tenían intimidad.

En las siguientes visitas las parejas se tomaron de la mano, pero se excitaban y los besos eran inevitables. Volvió la violencia, los palos y los buzones. Los guardias se dieron cuenta de que esa historia no iba a terminar por más golpes o más encierros en buzones. El movimiento estaba extendiéndose a todo el penal. A partir de ese día, dejaron a las parejas besarse.

Las arengas de Camel eran
Las arengas de Camel eran una verdadera “revolución sexual”

En una de las visitas, Camel le dijo a su gente que pidan a sus novias que vengan con manteles para cubrirse mientras se besaban porque era una situación que no debían ver los familiares que venían con chicos.

En la visita siguiente, los bancos, aun los que no eran de parejas, se transformaron en toldos. Todos los familiares de los presos colaboraron con la rebelión. Los manteles cubrían a los amantes. Además de besarse, se acariciaban íntimamente. Se hacía complicado desbaratar esos campamentos improvisados porque los guardias no podían adivinar en cuáles estaban las parejas.

Camel disfrutaba con el virus que había introducido. Su “revolución sexual” estaba debilitando el sistema de seguridad y podía favorecer una fuga.

Los “limpieza”, los delegados de los pabellones, fueron advertidos: “El que arme un toldo va en cana”. En la requisa siguiente no dejaron entrar a las visitas con los manteles.

Los guardias no sabían que, en la anterior ocasión, los lienzos quedaron en poder de los presos. Por eso, cuando colocaron los bancos en el patio, desde las ventanas superiores, los internos comenzaron a arrojar manteles y palos para armar carpas.

Los presos montaron la escenografía en un minuto y se refugiaron en esos minicampamentos. Parecían unos toscos boy scouts.

Volvieron a mandarlos a buzones y los golpearon con más ensañamiento que antes. “¿Así que sos cachivache (rebelde)?”, les decían.

La situación se hizo insostenible y el director del penal aceptó que armen las carpas contra las paredes. Que organicen todo discretamente. “No me importa lo que hagan bajo el mantel, pero no quiero que esto se transforme en un quilombo porque perdemos todos”, les advirtió.

El director del penal aceptó
El director del penal aceptó que armen las carpas contra las paredes

Los presos comenzaron a diseñar las nuevas reglas. En el Servicio Penitenciario Federal sabían que estos delincuentes podían matar, pero detestaban cualquier exhibición sexual que afecte a los familiares. Las visitas son sagradas.

Lo primero que exigieron los líderes fue que apenas recibieran a las novias, esposas o amantes, cierren bien los toldos. Se prohibieron los gritos y los gemidos. Debían amarse en silencio por respeto a los niños, las madres y demás familiares.

El que contravenía estos principios iba a tener un castigo más grave que el que impartían los guardias, porque para los presos las exhibiciones obscenas delante de la familia son faltas que dan derecho a la represalia más salvaje. El que no cumplía las reglas podía ser apuñalado.

Para un preso no hay peor verdugo que otro preso. El “tumbero” impone códigos; la cárcel les pertenece, aunque los guardias los vigilen. Jamás los guardias van a tener el control total de las prisiones. La comunicación entre los presos es muy fina, se hablan hasta con las manos. Sus códigos son laberínticos, es una subcultura difícil de interpretar.

Poco a poco los toldos se fueron perfeccionando y ampliando; eran verdaderas carpas. Se apoyaron contra los muros para que fueran más consistentes. Incorporaron equipos de audio, colchones y algún ventilador en el verano.

Los guardias se adecuaron a los nuevos tiempos y los controles fueron más flexibles. El preso que había tenido relaciones bajaba sus niveles de violencia. Después de todo era mejor que se aplacaran por el sexo que por las pastillas que les daban los médicos.

Los reclusos respondían a los estímulos y se organizaron porque las visitas son lo más importante que les sucede en el encierro. Cuando se iban los familiares y amigos, los “fajineros”, limpiaban la suciedad y dejaban el patio impecable.

Pronto se organizaron en las “ranchadas” para que los visitantes estén bien atendidos. Al final del día, la “ranchada” compartía lo que les habían traído. Del festín participaban los compañeros que no recibían visitas.

El rancho es la familia del preso en las cárceles. Entre ellos se protegen de otras bandas. Cuando un preso hace referencia a otro y dice “ranchaba conmigo”, está hablando de un amigo íntimo, casi un hermano. Comparten penas y alegrías, planes de fuga y se dan un enorme abrazo el día en que alguno sale en libertad.

Camel era querido por los presos. Si bien llevaba adelante la revolución sexual y familiar, nunca dejó de mirar los muros. Sabía que el día que se decidiera escapar iba a encontrar cómplices porque se había transformado en un líder.

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