Supongamos que nos surge la pregunta de cuán altos o gravosos son los impuestos en la Argentina. Y que para tener la respuesta más fundada se la hacemos a tres destinatarios: empresas pyme, economistas y tributaristas, cada grupo con sus métodos. Adelantamos la conclusión: las tres respuestas, por caminos distintos, coinciden en que Argentina tiene los impuestos más gravosos del mundo (sector “en blanco”).
La “respuesta de las pymes”, por la metodología que aplica, es la que ha dado el Banco Mundial con su investigación “Doing Business” (en vías de ser reeditado) y el ranking de “Impuestos Totales”, ya comentado en anteriores. El método es simple. Se toma el caso testigo de una pyme dedicada a la venta de macetas, con un margen bruto del 20%, entre otras asunciones. Especialistas de 190 países lo resuelven cual si fuera un ejercicio práctico. En el proceso han participado una auditora internacional, más de mil tributaristas (11 de Argentina) y funcionarios de cada país, Argentina incluida, con posibilidades de revisar y realizar reclamos. Más que el Banco Mundial es la comunidad internacional la que se expide a través de tal entidad.
Desde 2015, dejando de lado las ignotas islas Comoras, Argentina ha sido rankeada en el último lugar. Puesto 189, con 106%. Significa que los impuestos totales (numerador) se consumen las utilidades (denominador) y algo del capital. No hay otro país que supere el 100%. En Argentina es inviable operar con ese 20% de margen que, en mayor o menor medida, sí funciona en el mundo. Por ello las empresas elevan sustancialmente los precios de sus bienes para absorber la alta carga tributaria que suele superar el 40% (en varios rubros, con creces) de los precios pagados por 47 millones de argentinos. O se pasan a la informalidad (alta evasión).
Desde 2006 Argentina ha superado el 100%, entre 106% y 137%. Cinco países africanos también lo superaban, pero supieron salir de esa ‘zona roja’ vía reformas fiscales antes de 2015. En cada uno de esos años la calificación recibida por Argentina, en una escala de 0 a 100 puntos, ha sido “0,0″ (cero coma cero).
Otras fuentes
Las otras dos respuestas las encontramos en el reciente informe “Carga Fiscal Formal” de la Unión Industrial Argentina (UIA). Consiste en un estudio comparativo de 7 impuestos entre los países de Sudamérica, del G20 más España, Suiza y Países Bajos, en total 30 países, representativos del 86% del producto bruto interno mundial. Prácticamente, el mundo para Argentina.
La “respuesta de los economistas” la encontramos en uno de sus capítulos. Se parte de la presión fiscal general, ello es recaudación total de impuestos (nacional, provincial y municipal) dividido el producto bruto interno (bienes y servicios de la actividad formal e informal). Francia lidera el ranking (45,4%) y Argentina está en el décimo puesto (29,4%). Presión fiscal superior a la media, pero no entre las más altas. Luego aparece el cuadro relevante, el de carga fiscal formal, que excluye del denominador a la actividad informal aplicando el índice de empleo informal de la OIT. Allí Argentina salta del décimo al primer puesto, con el 50,7%, superando a Brasil, Colombia, Francia, etc. Único país donde la presión fiscal formal supera el 50%.
La “respuesta de los tributaristas” ha sido elaborada a partir de dicha investigación realizada por expertos de distintos impuestos del Departamento de Política Tributaria de la UIA. El método consiste en un análisis técnico, impuesto por impuesto, de 7 tributos en los 30 países. Se compara alícuota, base imponible y otros elementos esenciales, sopesando todos ellos para cada impuesto. La conclusión es que Argentina es el más gravoso entre los 30 países en los siguientes tributos: ganancias corporativas, débito y crédito, patrimonial, ingresos brutos, sellos y tasas municipales con base ingresos. Y es el cuarto más gravoso en el IVA. Cinco de esos tributos (salvo ganancias e IVA) son aplicados por pocos o muy pocos países. Argentina es el único país que los aplica todos. Se recuerda, 165 tributos según el conteo del IARAF.
En suma: cualquiera sea el método o camino que se elija, la Argentina tiene los impuestos más altos del mundo.
¿Qué es lo que se suele invocar en contra? Los rankings sobre presión fiscal general (que, recordemos, está licuada en el denominador por la informalidad), como el recién mencionado en que Argentina figura en el décimo puesto. Pero ese no es el punto en discusión. El problema tributario principal de la Argentina es la carga fiscal formal (o “en blanco”) que es donde rompe el termómetro desde hace años. Ambos conceptos no sólo no van de la mano sino que hasta pueden ir en sentido opuesto. Llega un punto en que cuanto más impuestos, se generan más informalidad y menos recaudación. Es lo que se conoce como “curva de Laffer”. Conocemos dos de sus equivalentes: la “curva de Buquebus”, cuando con el sólo anuncio del impuesto a la riqueza dejaron el país muchas familias de alto patrimonio; y la “curva de Ezeiza”, con miles de jóvenes que van dejando cada año el país porque, entre otras principales razones, proyectan que no están dispuestos a trabajar –impuestos mediante- más de medio año para el Estado; que, además, no devuelve servicios acordes.
Analogía fiscal
Si se permite la analogía, la presión fiscal general es la “presión arterial”; y la carga fiscal formal elevada es el “tumor”. Un paciente con tumor avanzado bien puede estar teniendo una baja de su presión arterial, en especial si está a punto de fallecer. Aquí tenemos una radiografía (pymes), una tomografía computada (economistas) y una biopsia (tributaristas), todas coincidentes en que los impuestos en el sector formal de Argentina son un cáncer (los más altos del mundo desde hace años). De nada sirve medir la presión arterial.
Mientras tanto, en el oficialismo se sostiene que el mundo está equivocado, que lo del país más gravoso es un “mito” y que hay espacio “para crear un impuesto más hasta que crezcamos”, dicho todo esto con el tensiómetro en la mano. Mientras que en la oposición encontramos variadas voces. Por un lado, las que destacan la disminución de algunos puntos en la presión fiscal como un logro de la gestión anterior y el camino a seguir; pero que no es tal cuando se constata que en aquel ranking del Banco Mundial seguíamos siendo el país más gravoso en esos años. Por otro lado, otras voces declaman que debería bajarse el gasto público y los impuestos, pero –demostrando poco convencimiento- recién cuando se alcance el equilibrio fiscal; y sólo se bajan impuestos a meses de las elecciones. El puñado de políticos realmente convencidos de lo que debe hacerse fiscalmente poco podrán hacer si el resto de sus pares no coincide en la gravedad del diagnóstico.
Desde hace años somos el país con los impuestos más gravosos del mundo, con la alta evasión resultante. La otra cara de la moneda es la causa, también gravosa y raíz del dislate fiscal, el gasto público más descontrolado e irrazonable. Ni los impuestos más altos alcanzan por lo que se recurre a la inflación, la cuarta más alta del mundo. ¿El resultado? Un país estancado en la última década, casi medio país sumido en la pobreza, todos –en mayor o en muy mayor medida- sufriendo las consecuencias en el día a día. Sobran evidencias que la clase política, por sí sola y en medio de su laberinto, no puede dar solución a la cuestión fiscal, a dominar el gasto.
Desde Lógica planteamos que Argentina sólo saldrá de esta crisis crónica si se lleva adelante un proceso de concientización profundo y masivo que active la preocupación para que las reformas fiscales necesarias para el país sean demandadas (o rechazadas lo menos posible, según el caso) desde todos los sectores y niveles, empezando desde la gente, de abajo hacia arriba. Eso es lo que sucedió en otros procesos exitosos, desde la consolidación de la democracia a la igualdad de género. Y el primer paso es tener consenso en la sociedad sobre el diagnóstico fiscal. Sólo conociendo la enfermedad del país es que podrán aplicarse los remedios adecuados.
La Argentina cambiará cuando todos y cada uno entendamos que ser el país más gravoso es una desgracia colectiva y personal. Y que cuando tengamos gastos e impuestos lógicos vamos a tener un país lógico.
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