El Papa Francisco reafirmó la “urgente necesidad de proteger el medio ambiente” y de trabajar especialmente con los jóvenes para afrontar los efectos del cambio climático. Lo hizo en la audiencia con la delegación británica de “Interfaith Leaders from Greater Manchester”, un grupo interreligioso de la metrópoli británica que vio extenderse “un enorme progreso técnico y económico” junto con “un indudable impacto negativo sobre el medio ambiente humano y natural”.
Cuando estalló la Revolución Industrial en Inglaterra, en el siglo XVIII, las chimeneas de Manchester echando humo negro contra el cielo se convirtieron en uno de los símbolos del progreso galopante que abría una nueva era en Gran Bretaña. Pero es también, y no se percibe inmediatamente, el inicio de un proceso que poco a poco repercutirá en todas partes en términos de contaminación. Es la paradoja del progreso, no queremos la minería, pero necesitamos el Litio para la batería de los celulares. No queremos contaminación y que se reduzca la capa de ozono, pero usamos el auto en vez de la bicicleta. Nos gustan los beneficios de la electricidad, pero preferimos no saber cómo se genera.
Continua exponiendo el Papa Francisco: ”Cada vez es más evidente, en efecto, que nuestro compromiso actual para salvaguardar la creación, don de Dios, debe formar parte de un esfuerzo más amplio para promover una ecología integral, que respete la dignidad y el valor de toda persona humana y reconozca los trágicos efectos de la degradación medioambiental en la vida de los pobres”.
Pone de relieve un problema que vivimos en el mundo contemporáneo, que tiene sus efectos palpables en algo como el clima que no podemos dominar. En Sudamérica, venimos de un período de sequía extrema, tierra arrasada en la Pampa húmeda, en otros lugares lluvias torrenciales. La desertificación ocurre en el nombre del progreso y de ganar tierra cultivable y así se sigue arrasando el monte. Quisiera detenerme un poco aquí. El monte, en nuestro Chaco por ejemplo o en toda la zona que abarca el Amazonas, es el refugio de una enorme biodiversidad, pero también de pobladores que viven de lo que el monte les provee: alimento para sus animales, carbón y leña para cocinar, pero sin arrasarlo y por tanto dándole tiempo para que se regenere. En el Chaco, donde la tierra es gredosa, las raíces del monte permiten que el agua de lluvia penetre en la tierra. Hoy aparecen grandes compradores que ofrecen dinero para que los habitantes del Monte les vendan su tierra y luego la “topan” significa que una topadora arrasa con el monte para hacerla tierra de cultivo. Estas personas pobres terminan en la periferia de las ciudades, sin otro sustento que algún plan y teniendo que alimentarse del supermercado, o sea genera “nuevos pobres”. Se pretende allí cultivar soja, por ejemplo, pero la tierra rápidamente se erosiona sin las raíces y la contención del Monte.
En una palabra, reafirma Francisco, se trata de “reconocer que la crisis ambiental y la crisis social de nuestro tiempo no son dos crisis separadas, sino una sola crisis, que “requiere la creación de modelos económicos nuevos y clarividentes”.
Pero también requiere determinación para superar la cultura del “usar y tirar”, la cultura del descarte, generada por el consumismo y la indiferencia globalizada, que inhibe los esfuerzos para abordar estos problemas humanos y sociales desde la perspectiva del bien común”.
En la contribución social a una “conversión ecológica” tan necesaria, basada -dice Francisco- en los valores del respeto a la naturaleza, la sobriedad, la solidaridad humana y la preocupación por el futuro de la sociedad”. En Laudato si la encíclica escrita por el Papa Francisco en 2015 abordó la problemática del cuidado del medio ambiente y la ecología integral. En ella, se hace una fuerte crítica al modelo de desarrollo actual, que se basa en la explotación desmedida de los recursos naturales y en el consumismo sin límites, lo que ha llevado a una grave crisis ambiental y social.
En este contexto, el Papa Francisco se refiere al calentamiento global como uno de los mayores desafíos que enfrenta la humanidad. Según él, el cambio climático es una realidad innegable y está provocando efectos cada vez más graves en el planeta y en la vida de las personas, especialmente de las más pobres y vulnerables. Hace un llamado a la acción para proteger la Casa Común, como él llama al planeta Tierra, y propone una ecología integral que abarque tanto la dimensión ambiental como la social, económica y cultural. Además, insta a los gobiernos y a la sociedad en su conjunto a tomar medidas concretas para frenar el cambio climático, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y promover un modelo de desarrollo más justo y sostenible
Un aspecto esencial de esta contribución es nuestro compromiso, como hombres y mujeres de fe, para formar las mentes y los corazones de los jóvenes y apoyar su necesidad de un cambio de rumbo y de políticas con visión de futuro que tengan como objetivo el desarrollo humano sostenible e integral.
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