Onassis, el oscuro

Aristóteles Onassis, el hombre y su leyenda. El magnate de la industria naviera del siglo XX, su visita a la Argentina y cómo atravesó un trágico hecho

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Aristóteles Onassis y Jackie Kennedy (Fuente: Shutterstock)
Aristóteles Onassis y Jackie Kennedy (Fuente: Shutterstock)

El oscuro como suele llamarse a Heráclito, el presocrático de Efeso entre el lV y V antes de nuestra era-todo fluye, el ser no es inmóvil y eterno era su pensamiento en cuatro palabras insuficientes-, pero fue nombrado al nacer Aristóteles Sócrates, de manera que la familia, griega radicada en Esmirna, tenía en alto a aquellos hombres que crearon el concepto, el modo en que se es o no se es, todo lo que significa amor al pensamiento y abrieron por siempre las puertas de lo que llamamos Occidente, semilla de nuestra civilización amenazada. Los Onassis eran sobre todo ricos tratantes en tabaco turco y banqueros.

Onassis, el hombre y su leyenda. De eso trata aquel hombre de nariz enérgica.

Sus anteojos curvos no del todo oscuros, cabeza brillante de gomina y la cara siempre bronceado por el sol del Mediterráneo, el mismo, sí, pero con esa diferencia que no podemos explicar pero sabemos de qué se trata: suponía que esa piel era propia de tiempo y aire libre, de tipos que tienen todo lo resuelto y bastante más.

En uno de sus biografías no autorizadas le dice a alguien en el puerto el Pireo: “¿Vio ese edificio con óxido y abandono, con paredes leprosas? Voy a comprarlo muy barato- tiene unas vistas soñadas-, a comprarlo por poco y lo venderé después en millones”. “Es verdad ¡Una idea simple, brillante, simple, veloz!” .”Sí-contestó Aristóteles Sócrates – pero yo lo vi antes. Por eso soy Onasssis”.

(Gettyimages)
(Gettyimages)

Hasta su muerte en 1975 donde quedó este mundo con gran depresión y una miastenia grave en el Hospital Americano de Neuilly- sur- Seine. La muerte de su hijo Alejandro en un accidente de avión mientras como piloto instruía a nuevos aspirantes. Uno de la de flota de Olimpic Airways. Onassis era de él, como tantas cosas, desde largo en el magnate que era con su leyenda, y a mucha distancia de sus primeros tanteos en Buenos Aires cuando llegó como inmigrante con un pasaje de tercera clase y consiguió sin dudar el primer empleo a mano: lavacopas. Corría 1923. Al poco tiempo se dedicó a vender cigarrillos con un quisco metido en un zaguán y a cosechar amigos, clientes, contactos. Pero, ¿por qué?

¿Por qué viajó a la Argentina con 17 años? Puede que por la guerra greco turco, puede que por algún episodio, o varios, por el camino de quienes llaman el amor griego para no referirse de golpe a la homosexualidad masculina. Imposible decirlo.

Sócrates, el filósofo, aquel que caminaba por las calles seguido por sus seguidores y gran cantidad de asuntos al que iluminaba por medio de preguntas, se permitía algún permitido con efebos frente a la furia de su mujer, la intratable Jantipa. En este otro Sócrates, es probable, no era tolerada esa posibilidad.

¿Por qué tan lejos? Qué lo haya hecho con un pasaporte Nansen para refugiados habla de la guerra. Primero Uruguay, unos días, y Buenos Aires.

Su facilidad para relacionarse, sus vínculos, los fabricantes y los importadores de tabaco, fue poco a poco en un jugador importante. Por cierto, y es importante, en la ciudad junto al río inmóvil, tenía ”Ari”- iba a quedarle- vivía una hermana y aclara las cosas. Con un don magnético y atrayente al hablar y moverse empezó a trepar la escalera.

Aristóteles Onassis y María Callas (AFP)
Aristóteles Onassis y María Callas (AFP)

Empezó a hablarse del griego de cara morena. Se relacionó con los Gaona y los Dodero, y el runrún interior de entrar en la industria naviera se transformó en objetivo. Logrado, y cómo: una flota fue construyendo destinada sobre todo al petróleo y a la pesca de ballenas, junto con competidores poco amables, como Niarkos, rico sin medida, rodeado de princesas reales, estrellas de Hollywood, matrimonios escandalosos. Un tragedia griega a la que debe agregarse casamientos entrecruzados y enredados- Onassis con Tina Livanos, madre de sus dos hijos-, “arrebatada” a Niarkos, una belleza deslumbrante también hija de un naviero, mientras Ari abandonada su historia novelesca con María Callas.

Cierto día, Lee Radziwill, hermana de Jaqueline Kennedy Bouvier- un financista que a media había inventado un abolengo-, le confió a Truman Capote en el Four Seasons y después de cuatro martinis, que su hermana iba a casarse con Onassis, con juramento de no revelarlo.

Un intento de suicidio de Callas, un intento de volver con ella con negativa de la soprano luego de separarse, y la unión en la isla de Skorpios, paraíso personal de Ari no sin un larguísimo acuerdo sobre bienes y legados. La boda fue amarga: Jackie volvía siempre a Nueva York, ingresó en la industria editorial, desde entonces marcada por el magnicidio del presidente Kennedy, hasta ahora atrapado por la conspiración y el crimen.

Cristina Onassis, abrumada por la melancolía, cuatro casamientos- uno con el arrogante y apuesto Thierry Rousell, con un arreglo dirigido a embarazarla como es el empresario de laboratorios-, mientras al unísono nacía una niña de una modelo con él. Pero quedó Athina, bonita y endemoniada rica. Y queda- quedará- el recuerdo de Onassis el oscuro. Cristina murió en Tortugas, aquí, en la casa de su íntima Marina Dodero.

Onassis perdurará en la memoria. Pero los más ricos del mundo viven ya en el mundo digital.

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