¿Puede la tecnología ayudarnos a potenciar al docente y lograr una educación a la medida de cada alumno?
Hace unos días volví a cruzarme, gracias a la magia de internet y del algoritmo de YouTube, con una entrevista a Isaac Asimov realizada por Bill Moyers en 1988 para su programa televisivo ‘El Mundo de las Ideas’. En esa charla, con gran genialidad y claridad conceptual, Asimov predijo el tremendo impacto que tendría internet en la forma de acercarnos al conocimiento y en cómo concebimos el sistema educativo en general.
En la entrevista, Asimov hablaba sobre cómo la tecnología permitiría, en un futuro cercano, que los estudiantes aprendieran a su propio ritmo y según sus propios intereses. Planteaba que en la actualidad -en aquella, y aún hoy- llamamos estudiar a algo que se impone y donde todos los alumnos son obligados a aprender lo mismo, el mismo día y a la misma velocidad en la misma clase. Aunque sepamos que cada persona es diferente y que para algunos la clase pueda ir muy rápido, para otras muy lento y para otras incluso en la dirección equivocada...
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Viendo el entusiasmo de Asimov por el rol de las computadoras en el futuro de la educación, Moyers quiso saber qué pensaba del argumento que postulaba que las computadoras podían deshumanizar el aprendizaje. Asimov planteó que, en los hechos, permitiría todo lo contrario porque a través de esas máquinas por primera vez podríamos tener una relación uno a uno entre la fuente de información y el consumidor de la misma.
El genio de la ciencia ficción describió algo revelador para la audiencia. Recordó que en los viejos tiempos se acostumbraba a tener tutores para los niños: las familias con recursos contrataban a un pedagogo para que les enseñara a sus hijos. Y, si era lo suficientemente bueno, adaptaba sus enseñanzas a los gustos y necesidades de sus alumnos.
Pero, ¿cuántas personas podían pagar los servicios de un tutor para que educara a sus hijos? La mayoría de los niños se criaba sin educación formal alguna. Fue cuestión de tiempo llegar al punto en el que, como sociedad, entendimos que era absolutamente necesario y provechoso educar a todos. La única manera de cumplir con ese objetivo era tener un maestro o profesor para una gran cantidad de alumnos.
Organizar el aprendizaje colectivo derivó en estandarizar un proceso y darle a los maestros una currícula para enseñar a todos. En ese punto, Asimov hizo una pregunta provocadora: “¿Cuántos maestros son buenos para eso? Son muchos más los maestros que los buenos maestros”.
Hasta hace no mucho tiempo, y aún en nuestros días, parecemos estar ante una disyuntiva: tenemos una relación educativa uno a uno para unos pocos o una relación de uno a muchos para la mayoría, aunque esto implique resignar calidad.
Al respecto, Asimov reflexionó en 1998, ilusionado por lo que venía: “Ahora, por primera vez, estamos ante la posibilidad de experimentar una relación uno a uno para muchos. Todo el mundo puede tener un maestro a la medida de sus necesidades en la forma de acceso prácticamente irrestricto a los conocimientos acumulados de la especie humana”.
Según Asimov, la tecnología permitiría al maestro actuar como tutor y guía en la exploración y expansión del conocimiento. Ya no tendría que ser fuente y depositario del saber, una figura que simplemente enseña de manera repetitiva a un grupo de estudiantes y en un aula de manera sincrónica. Creía, firmemente, que la tecnología permitiría a los estudiantes aprender de manera individualizada y a su propio ritmo, y que los maestros podrían enfocarse en ayudar a los estudiantes a comprender los conceptos y resolver problemas con un enfoque más cercano a sus intereses.
Esto podría derivar en que un estudiante apasionado por el fútbol se enamore de las estadísticas por el simple hecho de aprender sus conceptos y aplicación en relación al juego que tanto disfruta entendiendo, por ejemplo, los porcentajes desde la posesión de pelota de cada equipo o los tiros al arco. Podríamos estar ante el final de la famosa pregunta que se suelen hacer muchos alumnos: “¿Y esto para qué me sirve?”.
La idea del autor de ‘Yo, Robot’ y ‘La Fundación’ acerca de cómo la educación personalizada a través de la tecnología permitiría a los estudiantes tener acceso a recursos antes sólo disponibles para los más privilegiados es hoy una realidad. Hace tiempo que existen plataformas en línea como Coursera, Udemy o edX que ofrecen cursos gratuitos a nivel universitario. Y hoy todos hablan de cómo la inteligencia artificial se puede utilizar, dentro y fuera del aula, para proporcionar retroalimentación instantánea a los estudiantes.
El futuro que Asimov imaginó es nuestro presente. La tecnología y el conocimiento están cada día más disponibles y accesibles. Ahora es responsabilidad de aquellos que tenemos la suerte de estar al frente de un aula virtual aceptar el desafío de reconocer que no somos (ni necesitamos ser) dueños del conocimiento. Es la clave para asumir el rol de tutores, guías y mentores que acompañan a sus alumnos, allí donde estén, en el fascinante camino de aprender.
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