El 11 de enero del año 49 A.C. Julio César, ante la orilla del Rubicón, un pequeño río que separaba a Italia de las Galias, vaciló sólo un instante frente a los peligros y consecuencias que entrañaba lo que se encaminaba a hacer para, apenas antes de cruzar, señalar Alea jacta est (“la suerte está echada”).
Es que el héroe de Roma sabía que cruzar ese pequeño cauce de agua desafiaría al Senado romano y de hecho desataría una guerra civil contra el cónsul Pompeyo. No había vuelta atrás. Pompeyo, que había impuesto su voluntad de prohibir cualquier incursión militar fuera del territorio sin que mediara su consentimiento, con la clara intención de bloquear el ascenso incontenible de César, sorprendido ante la audacia y el rápido movimiento de su enemigo, huyó. El futuro emperador entró en la capital sin derramar una gota de sangre. Aunque, por cierto, la República soportó años de guerra civil.
Así, desde hace más de 2 mil años, ese cruce del Rubicón adquirió una importancia simbólica, no solo en política, sino en cualquier acto de la vida en el que se debe tomar una decisión. Si bien como todos sabemos “cruzar el Rubicón” no siempre asegura el éxito ni la felicidad, hay encrucijadas en la vida que nos enfrentan a decisiones de las que “no hay vuelta atrás”.
En este marco, es inevitable señalar que la decisión del jefe de Gobierno de avanzar con el desdoblamiento concurrente como sistema de votación en la ciudad -por un lado, los cargos nacionales con las boletas de papel y los locales con la boleta única electrónica- entraña una suerte de “parteaguas” en la disputa por el liderazgo al interior del PRO y JxC. Una decisión que, sin dudas, marca un ante y un después no sólo en la carrera de Horacio Rodríguez Larreta sino en la historia del PRO.
Es que la determinación del alcalde porteño -más allá de ajustarse a derecho- implica un desafío abierto a Mauricio Macri. Un gesto inocultable de independencia respecto a un ex presidente que, con la centralidad recuperada al calor del recrudecimiento de la crisis económica y social, pretendía ser juez y parte del proceso de renovación de liderazgos dentro del espacio. Una muestra de autonomía frente al fundador de un partido que nació intrínsecamente vinculado a un proyecto personal y que en el camino de institucionalizarse necesita -según la metáfora freudiana- “matar al padre”, tan respetado como temido.
Lo cierto es que más allá de la escalada y agresividad que adquirió esta disputa por el liderazgo, hay en ambos extremos cosmovisiones subyacentes que son diametralmente opuestas, casi incompatibles. Mientras Rodríguez Larreta, acompañado por una porción muy significativa de los radicales, Elisa Carrió y otros sectores minoritarios de JxC buscan fortalecer la coalición no solo como un instrumento electoral sino fundamentalmente como herramienta de gobierno, Macri y Bullrich encarnan una posición más rupturista que, incluso, mira con desconfianza a los propios socios de la coalición (los radicales) y se plantea internamente una eventual confluencia con los sectores que hoy respaldan a Milei.
Así las cosas, la decisión de Rodríguez Larreta no solo marcará fuertemente la interna con los halcones del PRO sino que también tendrá impacto en la elección local. Una cuestión muy cara a los intereses del ex presidente, que esperaba que la decisión de Larreta le allanara a su primo Jorge el camino a Uspallata.
No debe perderse de vista que los sistemas electorales son fundamentalmente instituciones arbitrarias. Como lo han demostrado autores clásicos de la ciencia política (Duverger, Sartori, entre muchos otros), son el instrumento más determinante en el corto plazo del sistema político, fundamentalmente porque tienen un impacto directo en la configuración, dinámica y funcionamiento del sistema de partidos.
Macri aspiraba a que Larreta fijara reglas de juego que beneficiaran explícitamente al candidato del PRO y, más concretamente, a su primo y ex intendente de Vicente López, Jorge Macri. Sin embargo, el alcalde porteño optó por otra alternativa que no sólo introduce un mayor nivel de competitividad en la interna por su sucesión, sino que busca proyectar una imagen de independencia, firmeza y decisión, algo que los estudios cualitativos que se consumen en esa terminal de la oposición marcan como una de las “debilidades” de su candidatura.
Y, quizás lo que es más importante aún, Larreta no vaciló en cruzar su Rubicón porque confía en que las encuestas no se equivocan: que Macri declinó de su candidatura porque no le daban los números, que conforme avance la campaña se irá desdibujando su incidencia y gravitación sobre la contienda entre los candidatos en pugna, y que mostrando independencia respecto a Macri podrá aspirar a captar un electorado más amplio. En fin, uno de los tantos escenarios posibles que por estas horas proyectan los diversos candidatos, y que más temprano que tarde irán contrastándose con la inexorable realidad de las urnas.
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