La decisión del Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, de unificar las elecciones primarias porteñas y nacionales, pero con dos urnas distintas y dos sistemas electorales diferentes, ha generado gran polémica, especialmente al interior de la coalición de Juntos por el Cambio. Si miramos esta decisión desde una perspectiva legal, política y simbólica, podemos ver que la disputa por la Ciudad de Buenos Aires es una de las grandes batallas de este año electoral.
La decisión de Larreta es legal, porque está en la ley electoral local, y desde el punto de vista de la politología es correcta. Hipotéticamente, el ciudadano puede razonar con más claridad si vota para presidente y para jefe de gobierno aparte. Puede reflexionar sobre la propuesta nacional y sobre la local sin que se mezclen. Sin embargo, esta decisión de aplicar la ley supone que Larreta tenga que tender puentes con el gobierno federal, ya que para implementar el sistema de votación, la justicia federal y la porteña deben coordinar los dos comicios, lo que podría generar algunos contratiempos debido al ruido en la política. Sobre todo, llama la atención porque también el jefe de gobierno estaba autorizado por la ley a adherir a la forma de comicios nacionales. Por lo tanto, la decisión de Larreta es legal, pero tenía otras opciones. La que eligió lo lleva a retomar el diálogo con sectores del peronismo. Y en la política, nada es casual.
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El impacto de la decisión en la competencia política es incuestionable. Básicamente, desnacionaliza la elección local. El candidato a jefe de gobierno no se ve arrastrado por las figuras nacionales. En ese escenario, la UCR, que es un partido muy arraigado en toda la ciudad, se ve beneficiado porque se municipaliza la discusión. Además, crecen las chances de una candidatura competitiva del radical porteño Martín Lousteau. Es decir, Larreta usó parte de la regla electoral para jugar en la interna de Juntos por el Cambio y afianzar su alianza con los radicales de cara a las elecciones y a un eventual gobierno. Desde hace mucho tiempo, en los corrillos políticos circula una versión de que en la mente de Horacio Rodríguez Larreta hay una idea de convergencia con sectores del radicalismo y del peronismo. Una especie de centro moderado, lejos de los polos kirchneristas o cambiemistas radicalizados.
En cambio, el PRO y la gente de Milei, con esta regla electoral, no pueden disfrutar del arrastre de sus figuras nacionales. En este caso, se podría interpretar como un problema para la candidatura de Jorge Macri en la ciudad. El problema para Jorge Macri no solo es por no compartir la boleta con los presidenciables del PRO, sino también por la legalidad de su candidatura. Según el artículo 97 de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, para ser elegido jefe de Gobierno porteño se requiere “ser nativo de la Ciudad o poseer una residencia habitual y permanente en ella no inferior a los cinco años anteriores a la fecha de la elección”. Jorge Macri fue el intendente de Vicente López hasta diciembre de 2021 y es de Tandil. Es decir que, si se judicializa su candidatura, depende de la justicia porteña en la que, según fuertes versiones, talla muy fuerte Daniel Angelici, de origen radical y amigo de Macri. Por lo tanto, la candidatura de Jorge Macri es incierta desde el plano legal.
El problema político es que el PRO es un partido creado a imagen y semejanza de Macri y por mucho tiempo nadie pensó que esa voluntad podía ser desafiada. En este contexto, es interesante analizar la decisión del jefe de gobierno porteño. Desde una perspectiva psicoanalítica, la decisión de Larreta de tomar un camino diferente al esperado por su mentor político, Mauricio Macri, implica un proceso de liberación de un hijo de su padre. La teoría psicoanalítica sugiere que este proceso es una operación simbólica en la que el hijo renuncia a las expectativas y arbitrariedades de su padre, para construir su propia identidad.
Es interesante destacar cómo Horacio Rodríguez Larreta planteó y justificó su decisión ante el público, mostrando que tiene su propio pensamiento y deseando liberarse de la influencia de su mentor político, sin descalificarlo en ningún momento. Larreta reconoce que su independencia está regulada por la ley, lo que lo aleja de las arbitrariedades tanto de su mentor político como de cualquier otro progenitor con poder político. En otras palabras, su liberación es regida y apoyada por una ley que lo legitima y que está por encima de él.
Sin embargo, el proceso de liberación simbólica de un hijo de su padre trae consecuencias para ambos, ya que cuando un hijo “mata” simbólicamente a su padre, ambos sufren las consecuencias. Por otro lado, la liberación de un padre trae ventajas políticas inequívocas para el hijo.
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