Feminista en falta: Ariana Grande, Silvina Luna, Mary Quant y la fórmula para dejar de odiar nuestros cuerpos

La cantante estadounidense y la modelo argentina hicieron un llamado casi en simultáneo para que dejemos de comentar sobre la apariencia de los otros. Parece una fórmula simple y, sin embargo, olvidada, ¿o por qué dos mujeres famosas y bellas mucho más allá de su figura se sienten en la necesidad de recordárselo a sus seguidores, pese a la bajada de línea diaria del body positive?

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Ariana Grande, Silvina Luna y
Ariana Grande, Silvina Luna y Mary Quant

Cuando en 2018 Chadwick Boseman protagonizó Black Panther, hizo historia al convertirse en el primer superhéroe negro de Marvel en un mundo donde los únicos reyes eran los hombres blancos y heterosexuales. Pero aún en el nuevo universo de diversidad marketinera y héroes políticamente correctos, no había manera de que Boseman se pusiera el traje de líder de Wakanda sin un cuerpo hercúleo y hegemónico: no existen muchos héroes gordos ni escuálidos y los pocos que hay son bulleados incluso en las ficciones.

Por eso, desde el mismo día en que supo que lo habían elegido para el casting, el actor comenzó una rutina de entrenamiento durísima: hasta cinco horas diarias de sit ups, running y boxeo que combinaba con sesiones en el sauna y una dieta hiperproteica para marcar cada músculo. Mientras se hacía mundialmente famoso por sus abdominales perfectos, Boseman ya libraba una batalla silenciosa contra el cáncer de colon que le habían diagnosticado en 2016, y cuando los signos de la enfermedad se volvieron evidentes, los comentarios no se hicieron esperar.

El público y los medios especularon entonces en infinidad de notas y posteos –incluso en las redes de Boseman– sobre las posibles razones de su pérdida de peso. Algunos reaccionaban con preocupación genuina, otros se burlaban de su aspecto demacrado y sugerían que usaba drogas o había dejado los anabólicos que lo transformaron en T’Challa.

No es distinto de lo que ocurrió en la Argentina cuando las últimas intervenciones parlamentarias de Esteban Bullrich dejaron a la vista los síntomas de la esclerosis lateral que padece. El ex senador zanjó las opiniones no requeridas con una remera que, didáctica, explicaba: “No estoy borracho, tengo ELA”. Muchos tuvieron que retractarse.

Chadwick Boseman en su papel
Chadwick Boseman en su papel de Black Panther. Sufrió luego, cuando enfermó de cáncer y fue objeto de burlas por su deterioro físico

En el caso de Boseman, no hubo tiempo de disculpas. Cuando su muerte, en 2020, reveló la cruda verdad sobre su cambio físico, otra verdad aún más dolorosa quedó al descubierto y tomó la fuerza de una autocrítica generalizada: se había perdido la compasión frente a un hombre que agonizaba. Parecía que, por lo menos, los dos años que pasó borrando fotos –en pleno tratamiento– para evitar las críticas impiadosas habían servido de algo, que ahora lo íbamos pensar dos veces antes de señalarnos. Pero el ejemplo de su martirio duró poco.

Lo dijo Ariana Grande esta semana, casi en simultáneo con nuestra local Silvina Luna: “Nunca sabés por lo que está pasando una persona. Aunque tu comentario intente ser cariñoso y creas que es necesario, hay que tener en cuenta que esa persona puede estar trabajando en eso y con suerte ya tiene un entorno que la acompaña. Nunca se sabe. Hay que ser amables con los otros y con uno mismo”.

Parece una fórmula simple y, sin embargo, olvidada, ¿o por qué dos mujeres famosas y bellas mucho más allá de sus cuerpos se sienten en la necesidad de recordárselo a sus seguidores, pese a la bajada de línea diaria de los campeones del body positive e incluso pese a la toma de conciencia colectiva por los errores del pasado?

Tal vez porque lo que se enuncia no siempre se traduce en acciones. Tal vez porque opinar desde el anonimato es muy fácil y tiene muy pocas consecuencias. Tal vez porque son cosas que naturalizamos en privado y hemos perdido el registro del peso de lo que decimos en público, una balanza mucho más inestable que la del baño o la farmacia. Tal vez porque, aunque llevamos décadas repitiendo que lo que importa “es lo de adentro”, la preocupación –y la obsesión– por la propia apariencia –antes que por la ajena– sigue rankeando desproporcionadamente alto en nuestra cabeza.

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Ariana Grande dijo, sobre las
Ariana Grande dijo, sobre las personas que hablan de cuerpos ajenos: "Nunca sabés por lo que está pasando una persona. Aunque tu comentario intente ser cariñoso y creas que es necesario" (Instagram)

En un video que compartió hace diez días en su cuenta de Instagram, Luna –que sufre daño renal crónico tras una mala praxis en un procedimiento estético– había dicho a su vez: “Ayer subí un reel y me encontré con un montón de comentarios muy crueles... Yo por ahí estoy más curtida, pero hay muchas chicas adolescentes a las que un mensaje tan dañino las puede matar. [...] Buscando mi valía en lo exterior, tomé una decisión y hoy me hago cargo de las consecuencias. Me encantaría regalarles que puedan mirarse interiormente y darse cuenta de que esa valía no está en si tenés la cara más redonda o si estás más gorda o más flaca. No se opina de los cuerpos”.

Como recordó ella misma hace unos días en una entrevista con María Laura Santillán, su carrera, que comenzó en Gran Hermano hace más de dos décadas, se catapultó con una publicidad televisiva de un tratamiento para adelgazar. El público la había visto subir de peso en vivo dentro de la casa y su cambio físico –si se ponía siliconas o se veía más atlética– era parte de lo que la volvía cercana: todos los días en sus casas, millones de mujeres (y también de varones y personas no binarias) lidian –lidiamos– con las imposiciones sobre la belleza. Ella lo hacía a la vista de todos.

“Caí en la trampa de los estereotipos”, admite ahora Luna. ¿Y cómo no caer, si hasta lo hacemos los que no vivimos expuestos? ¿Cómo no caer cuando no sólo aprendimos otra cosa, sino que la nueva pedagogía no logra ir de la mano de un cambio verdadero y choca de lleno con la realidad cada vez que salimos a comprar ropa y nos enfrentamos al consabido “para vos no hay”, o terminamos llorando en un probador?

Según los últimos datos de centros especializados, la Argentina es el segundo país después de Japón con más casos de trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Una de cada tres personas –en su mayoría mujeres– crece y padece a veces toda su vida una relación problemática con la comida. Los discursos, como vimos estos días, se replican en la tele pero también en los consultorios médicos: durante años me senté a escuchar a un terapeuta especializado que me pesaba cada vez y también me decía sistemáticamente que la comida, la nutrición, “siempre es la madre”.

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“Caí en la trampa de
“Caí en la trampa de los estereotipos”, dijo Silvina Luna en la entrevista que le hizo María Laura Santillán en Infobae (Franco Fafasuli)

Nos horroriza escucharlo en el prime time y sobre todo si el foco está puesto con fotos aumentadas y saña política innecesaria sobre quien se supone que padece el trastorno: lo peor que puede hacérsele a una persona con un TCA –bulimia, anorexia, vigorexia, ortorexia y todos los diagnósticos que usamos para nombrar el odio al propio cuerpo– es poner ese cuerpo bajo el escrutinio público, ¿tan difícil es ver que ya tiene bastante con el propio?

Nos horroriza, pero no es distinto de lo que escuchamos durante décadas de muchas voces que presumimos autorizadas. Y hay un por qué para eso: pese a los cambios sociales y a la insistencia con que las tareas de cuidado ya no deberían ser exclusivamente femeninas, la crianza y la alimentación parecen seguir a cargo de las madres. Claro que si la comida es una madre ausente, habría que preguntarse primero donde estaban los padres.

Hoy sabemos que no todas las personas que desarrollan un TCA lo hacen de la misma manera y que no todas lo desarrollan por las mismas causas. Eso depende de cada historia de vida, que es justamente lo que no sabemos cuando opinamos de un cuerpo (así suelto, como si ese cuerpo que vemos no guardara dentro a alguien que siente) sin que nadie lo pida.

No vale la pena detenerse en la crueldad de usar un supuesto padecimiento como chicana contra una madre, sin importar quién sea esa madre ni el lugar que ocupa. Pero sí en cómo ese discurso se reproduce por lo bajo y aún con el crédito de especialistas con matrícula y título colgado, de la misma manera en que, aunque tropezamos una y otra vez con la realidad de que los cuerpos a los que señalamos por gordos, por flacos, por distintos, y hasta como un elogio por lo que adivinamos como logros, son apenas la armadura de personas cuyas historias íntimas, en general, desconocemos.

Mary Quant, la diseñadora que
Mary Quant, la diseñadora que impuso la minifalda en la década del '60 y falleció el jueves 13 de abril de 2023. Decía -con un realismo que hoy cancelarían- que “la gente siempre reacciona bien a una persona que se ve bien”

Vivimos en un mundo en el que es muy difícil incluso para los anónimos quedar al margen del juego adictivo y perverso de la exposición. En un mundo donde el cumpleaños de tu tía exige el maquillaje correcto para la foto que alguien subirá a Instagram. En un mundo donde los anónimos sabemos que más allá de las palabras y las buenas intenciones, la apariencia –¡todavía!– nos abre o cierra puertas en el trabajo, en la vida social y en el amor.

“La gente siempre reacciona bien a una persona que se ve bien”, decía con una sabiduría hoy cancelable la diosa de la moda Mary Quant, fallecida ayer a los 93. La diseñadora inglesa se pasó a dieta toda su vida adulta y estaba orgullosa de haberse mantenido flaca incluso durante el embarazo. Podemos sentirnos lejos de esa mirada, pero a la mayoría todavía nos importa que nos quede bien la minifalda. Y el “sos hermosa” para la que se animó a mostrar el rollo o las estrías no nos hace mejores, lamentablemente.

Quisiera tener más incorporada la fórmula para salir de la encrucijada, y quisiera bancarme usar la mini de todas formas, pero es algo en lo que sigo pensando mientras trato de aceptar mis propios cambios corporales, o de, al menos, sentirme un poco menos incómoda en este traje. Quisiera que fuera tan fácil como no hablar de los cuerpos de los otros, pero sé que es mucho más complejo. Porque lo primero que implica, como dijo Grande, es ser más amables con nosotros mismos.

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