Cuando un amigo se va

Abel Posse, escritor, académico y diplomático, murió este viernes a los 89 años

El escritor falleció en la mañana del viernes

Abel Posse fue un orgullo para la política, la diplomacia y la cultura de la República Argentina.

Novelista, ensayista, embajador y académico, llegó a ser miembro de la Academia Argentina de Letras y de la Real Academia Española de las Letras, consagrado como uno de los maestros de la nueva novela histórica de América Latina

Hombre de dos mundos, se formó como abogado en Buenos Aires y luego estudio Ciencias Políticas en la Sorbona de París.

Contribuyó con su sabiduría durante décadas en las representaciones diplomáticas argentinas en Moscú, Venecia, París, Lima, Tel Aviv, Checoslovaquia, Dinamarca, Unesco y España.

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Su estilo periodístico, ágil y brillante, estaba enaltecido con giros e imágenes de cuño literario.

Se manifestó en sus discursos y su prosa con humor, pasión e inteligencia manteniendo una congruencia entre sus ideas y sus acciones privadas y públicas.

Abel siempre creyó que las claves de nuestras crisis fueron de carácter espiritual y moral.

Sostuvo que: “si la Argentina todavía significa algo en el mundo es por aquella educación sarmientina y por la actividad cultural consecuente”.

Luego de una formación liberal y a pesar de provenir de una familia antiperonista, se fue abriendo de a poco hacia las ideas justicialistas.

El fervor popular que suscitó el funeral de Eva Perón en 1952 lo hicieron reflexionar.

Siempre tuvo osadía, sabiendo que su sinceridad le podía traer más de un dolor de cabeza. En plena época de esplendor soviético publicó “La boca del tigre”, un relato sobre la decadencia del imperio de la URSS que obtuvo varios premios nacionales.

Ponernos de pie en medio del incendio

Apeló a las reservas morales para sortear la crisis terminal de 2001 y su aporte fue un libro estremecedor y doloroso. Pero, al mismo tiempo, se trató de una obra esperanzadora.

En su ensayo “El eclipse argentino. De la enfermedad colectiva al renacimiento”, realizó un análisis punzante y trazó nuevos rumbos.

Formuló una detallada crónica de una crisis jalonada por términos como “corralito”, “cacerolazo”, “default” y otros más.

Expuso las expectativas tras el fracaso de un modelo economicista.

La privilegiada ubicación que tenía nuestra nación en aquella nueva realidad mundial de principios de milenio fue uno de los hilos conductores del notable trabajo.

“Cómo proceder para ser una sociedad a la altura de su tradición de prosperidad y ambición de dignidad”, fue una de las grandes preguntas formuladas.

Uno de sus párrafos iniciales resume su desinteresado aporte para una sociedad que buscaba abandonar la decadencia: “Estamos en el centro del eclipse. Pero como todo eclipse, será temporal. (…) Hoy no basta conformarse: hay que superar la visión chata, mercantil y materialista de la vida individual y colectiva de la Argentina. Propiciar un sentimiento poético y espiritual de la Patria. De amor y cuidado de la naturaleza. De proyección solidaria y religiosa de la existencia. ¡Pensar más allá de la ramplona didáctica de ‘lo posible’ y ponerse en el umbral del imposible!”.

Sus diagnósticos siempre estuvieron acompañados de un desinteresado mapa para la salida de los laberintos.

En uno de sus trabajos más logrados, “La Santa locura de los argentinos”, de 2006, graficó como pocos de dónde venimos y hacia dónde deberíamos dirigirnos. El libro se convirtió rápidamente en un best seller.

“Esos fundadores que cruzaron los desiertos en 1816, aparentemente sensatos, capaces de citas en latín o francés, estaban guiados por una inexplicable locura, seguramente de raíz ibérica, quijotesca, para transformar el desierto en vida y para enfrentar la globalización de entonces, sancionada en el Congreso de Viena”.

Abel siempre nos habló acerca de que vivimos pensando hacia atrás. No tenemos una planificación estratégica como la que ostenta Brasil, con el Ministerio de Planificación y la constante y consecuente política en Relaciones Exteriores del Palacio Itamaraty.

Por ello, sus últimos trabajos trataron de echar las bases para un proyecto nacional que contuviera lo mejor de los distintos mundos que le tocaron vivir como abogado, escritor y diplomático.

En octubre de 2009 publicó “Cuando muere el hijo”, una novela testimonial desgarradora sobre su propia experiencia con Iván, su única descendencia.

Con la lucidez intacta, en el final de sus días, descerrajó frases lapidarias: “Estamos asistiendo a la fiebre final. Antes de que venga la salud”.

Esta fue su advertencia tras pronosticar un rotundo cambio de época inminente para la Argentina.

Tuve el honor de contar con sus prólogos en algunas de mis obras, precisamente su último trabajo fueron las palabras preliminares para mi libro “El Poder Moral”, de próxima aparición.

Recibí su desinteresado asesoramiento en temas vitales y en tiempos turbulentos que me tuvieron como actor político, pero sobre todo, tuve el privilegio de gozar de su afecto y amistad y hoy con mi veteranía a cuestas, siento el estremecimiento de su pérdida y de saber que ese espacio que queda en mi alma no tiene remedio.

Chau Abel, con mi amistad y afecto eterno, te despido.

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