Finalmente, como se esperaría de alguien que aspira a ser líder, Horacio Rodríguez Larreta tomó una decisión. O quizás resulte más claro decir que el alcalde porteño tomó “su decisión”. Aunque sus consecuencias puedan resultar difíciles y peligrosas. Como señala el refrán, a veces “la suerte está echada”. O, como prefieren los cultores del optimismo voluntarista, no existen casualidades sino causalidades.
En su magnífica obra “El azar y la necesidad”, el biólogo Jacques Monod discurre acerca de la particular simbiosis entre determinismo y azar; desde donde emergería la naturaleza biológica.
En las tragedias griegas podemos advertir la misma idea de Monod, aunque desde una perspectiva más dramática y pasional. Allí, aunque los personajes se revelen como sujetos intencionales rebosantes de propósitos, deseos y razones, lo cierto es que sus finales ya han sido fraguados por los inescrutables designios del destino. Pero en la trama narrativa ese destino aparece materializado en una causalidad real, anterior al desenlace trágico.
Así, en el Edipo Rey de Sófocles, es la conjunción de dos hechos lo que, a futuro, determinará la tragedia. Por un lado, el oráculo que predice que Edipo se acostará con la madre y matará a su padre. Por otro, que Layo, el padre de Edipo, le confiera crédito al oráculo y actúe en consecuencia, intentando (sin éxito) hacer desaparecer a Edipo cuando aún es una criatura. En otros términos, es en ese presente donde ya “se escribió” el trágico final de la historia.
En las elecciones de julio de 2015, un joven Martín Lousteau estuvo a punto de dar el batacazo y ganarle el ballotage a Larreta. Si aquello hubiera ocurrido, se habría asistido al final de lo que el agudo ingenio de Jorge Asís denomina el “maxikiosco” porteño. Y no solo eso, tal eventual triunfo de Lousteau habría comprometido seriamente a la misma causa de “Macri Presidente”.
La historia posterior es conocida: Martín Lousteau se “amigó” con el PRO para desempeñarse como embajador en USA del presidente Macri. Y luego, en 2017, regresó con el sueño de tener la revancha contra el alcalde porteño. Pero en las elecciones legislativas de ese año, donde una “Lilita” Carrió revitalizada se alzó con un triunfo histórico, superando el 50% de los votos, el fundador de ECO quedo bastante alejado de aquella promesa que quedó trunca en 2015.
Quizás sea por aquello de que la necesidad tiene cara de hereje o, simplemente, por conveniencia mutua, lo cierto es que, en 2019, el ex ministro de economía de Cristina y el alcalde porteño coincidieron en que sería mejor ser socios antes que adversarios. Así, el radical Lousteau apoyaría la reelección de Larreta a cambio de que el último, ya imposibilitado de reelegir, le diera luz verde a Martín para su viejo sueño de sucederlo como Jefe de Gobierno en 2013.
Y 2023 llegó. Y Horacio Rodríguez Larreta quiere ser presidente. Y Martín Lousteau quiere ser jefe de Gobierno. Pero el PRO (léase Mauricio y Patricia), acaso con razón y justicia, quieren que el “maxikiosco” sea heredado por “uno de los nuestros” (léase, Jorge Macri) y no por un “extranjero” (léase, Martín Lousteau).
Como en las tragedias griegas, la suerte ya estaba echada desde el inicio, antes de que el juego del destino se consumara.
Entonces, acaso como un parche transaccional, o porque cree en su propia estrategia o, sencillamente, porque no le quedaba otra, Horacio pergeñó aquello de una mayoría del 70%, que —entre otros actores— incluyera a un radicalismo más elevado a la categoría de socio importante, que a la de “furgón de cola del PRO”. Entonces, especuló también con aquello de las fórmulas cruzadas, del equilibrio razonable, de las coaliciones virtuosas, etc, etc.
Pero ¿y qué hacemos con Lousteau? Ni más ni menos que lo que se debe: darle el lugar previamente comprometido. Porque (podría haber razonado Horacio), además del peso de la palabra empeñada o del cumplimiento de los pactos preexistentes, dejar que fluya la candidatura de Lousteau hasta podría resultar funcional a la estrategia nacional mayor: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios”. “Dad a Horacio lo que se ha ganado (léase, ser presidente) y a los radicales nunca menos que lo que se merecen (léase, Gerardo Morales vice y Martín Lousteau, jefe de Gobierno).
Si tiene que ser que sea. Será lo justo. Sobre todo, si lo justo no entorpece el premio mayor y, por el contrario, hasta podría afianzarlo.
Pero, ¿y qué hacemos con Mauricio? Aquí la respuesta no admite la duda hamletiana. Si Mauricio interfiere, a Mauricio habrá que enfrentarlos. Otra no queda.
Y, como era previsible, Mauricio dijo “no”. Entonces el dilema afloró a la superficie como el emergente obligado de la tragedia griega. No era literalmente el destino quien lo decidía, pero sí las fuerzas de la historia que trascienden las voluntades.
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Porque, como en las tragedias griegas, Horacio quedó atrapado en una lógica dilemática a la que sus acciones anteriores contribuyeron (la necesidad), aunque sus consecuencias eran imposibles de prever (el azar)
Dilema y paradoja son trampas que comparten una misma esencia. No tienen una solución. No tienen final feliz. Como las tragedias griegas. No hay diagonal. Solo jugar y encomendarse a la suerte.
Si Horacio cede ante Mauricio confirmaría la peor de las afrentas de sus detractores: será un tibio, un débil, un émulo de Alberto. En cambio, si Horacio se rebela, desmentirá a quienes lo cuestionan y se afirmará en su rol de líder. Comenzará el camino para, por fin, Ser.
Pero, la trampa de la fatalidad ya urdido su mueca: justo le toca sacar pecho cuando detrás de su acto se compromete el destino de su propia tribu. Los designios del destino han sentenciado la cifra del dilema para Horacio: o se convierte en débil y su carrera termina antes de empezar, o se recibe de fuerte, pero queda en una gran soledad y debilidad dentro de su cofradía de pares.
Digámoslo sin eufemismos: hace unos días Mauricio, Patricia y Horacio tenían un tercio de las acciones del PRO y de su electorado afín. Pero luego de la decisión de Horacio, es altamente probable que la balanza se incline 2 a 1, a favor de los halcones. Game over para Horacio.
Moraleja: Horacio Rodríguez Larreta, a fuerza de inteligencia y trabajo, se preparó para tener chances serias de ser presidente. Tenía mucho para lograr el objetivo. Y acaso estaba cerca de hacerlo. Solo debía exorcizar aquella crítica que lo sindicaba como una paloma demasiado tibia para afrontar al poder avasallante del kirchnerismo. Además, simbólicamente, debía “matar” a Mauricio, su “padre político”.
Pero los azares de la política, como los de la vida, le jugaron una mala pasada. Así, cuando Horacio debía jugar el partido clasificatorio antes de la gran final, quedó prisionero de un dilema. Por cumplimiento de pactos preexistentes y/o por decisiones estratégicas personales, Horacio debía decidir cambiar o no las reglas electorales de la ciudad.
Si lo hacía, favorecería a Lousteau y a su modelo de alianza con la UCR. Y enfrentaría, por fin, a la sombra de Mauricio. Pero el costo es enorme: ante los ojos de su comunidad, Horacio está poniendo en peligro las joyas de la abuela, el símbolo fundacional. Porque CABA es al PRO lo que la Provincia de Buenos Aires al Peronismo/ Kirchnerismo. Son el hogar. El refugio. La razón de ser. Todo.
Pero si Horacio no lo hacía, es decir: si daba un paso atrás y entraba en las atendibles razones de la cofradía, Horacio se auto degradaba a la altura del subordinado.
No había escapatoria.
Entonces Horacio decidió. Y argumentó sus razones. O sus racionalizaciones. Quizás aquello de que la elección con boleta única podría quitarle votos potenciales a Ramiro Marra (o a quien fuera el candidato de Milei) y entonces beneficiar al espacio. Quizás. Pero deja sabor a poco. Porque tal quita de votos es apenas conjetural. En cambio, el eventual beneficio a Lousteau parece más probable en un escenario sin “padrinos presidentes” como el que propuso Horacio, que en otro más convencional con listas sábanas, como proponían los halcones Mauricio y Patricia (y María Eugenia Vidal, devenida en “halconcita”).
Entonces, si Horacio daba marcha atrás quedaba débil ante Macri. Y haciéndolo queda un poquito “traidor” y/o débil frente a sus compañeros de causa del PRO. Pero eso no quita valor el gesto de haber decidido asertivamente. Aunque la consecuencia pueda ser negativa para él, para su futuro y para su sueño.
Podría entonces sintetizarse así: “Horacio Rodríguez Larreta, quién jugándose a Ser, puede dejar de ser”.
Acaso no importa. En aquellas historias griegas, el destino de los hombres era trágico. Pero según Albert Camus en el “Mito de Sísifo”, antes que trágico el destino humano puede ser absurdo. En “Milonga de Jacinto Chiclana”, Jorge Luis Borges sentencia: “Entre las cosas hay una de la que no se arrepiente nadie en la tierra. Esa cosa es haber sido valiente. Siempre el coraje es mejor.
Acaso ese sea el absurdo que le espera a Horacio. Aunque sea injusto.
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