¿Cómo ganarle al populismo?

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Movilización en Caracas, Venezuela. En el escenario saluda a la multitud Nicolas Maduro. AFP
Movilización en Caracas, Venezuela. En el escenario saluda a la multitud Nicolas Maduro. AFP

En los últimos años se ha hablado mucho de populismo y la erosión democrática. Sabemos que las visiones populistas suelen simplificar, polarizar, manipular la emocionalidad y rechazar la empatía con lo diferente. Frente a esas ideas que ponen la voluntad de ciertas mayorías por encima de todo, hay principios humanistas que resisten. Pero, como afirmaba Borges, “Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose a ellos”.

Queremos advertir de algunos peligros que podemos correr quienes reivindicamos el humanismo. Entendemos por humanismo un ideal que tiene confianza en la libertad humana. Un humanista debe ser capaz de complejizar los problemas, no caer en simplificaciones y ser empático con el diferente. Para no usar los mismos instrumentos que su contrincante, el humanista debe poder entender el creciente resentimiento de quienes no participan en los “beneficios” y “reconocimientos” de la sociedad liberal, cosmopolita y progresista.

Estos años hemos visto el auge del populismo de derecha o izquierda en diferentes partes del mundo. Quienes se paran de la vereda opuesta al populismo lo hacen porque ven en esos movimientos un ataque a la democracia y a los estados de derecho liberales. Quizás sea necesario comprender -no justificar- qué se esconde detrás del auge de esos movimientos.

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¿Qué es lo que define un movimiento como populista? Algunos deterministas económicos han creído encontrar razones de ingreso salarial en su explicación. Otros han buscado razones religiosas, étnicas, raciales o nacionalistas.

La mayoría de los estudios parecen coincidir en que es la educación y no el nivel de ingresos lo que predice la inclinación a movimientos populistas. Una de las divisiones más predictoras del populismo es la que separa a quienes tienen estudios universitarios de quienes no los tienen (sucedió en las elecciones de Trump o el Brexit). Las personas con altos niveles culturales son más proclives a sectores políticos liberales. Sería porque la educación los expone a grupos diversos y culturas diferentes, lo cual hace más difícil su demonización. También se argumenta que la educación brinda un respeto por los hechos investigados, los argumentos razonados y protege contra teorías conspiratorias, demagogia emocional y expresiones intuitivas. Esto puede ser música para los oídos de un liberal y generar un sentimiento de autocomplacencia.

Manifestantes reunidos en una protesta celebrada en el parque Collect Pond, frente a la fiscalía de distrito de Manhattan, el martes 4 de abril de 2023, en Nueva York. La pancarta lee "Trump o muerte". (AP Foto/Stefan Jeremiah)
Manifestantes reunidos en una protesta celebrada en el parque Collect Pond, frente a la fiscalía de distrito de Manhattan, el martes 4 de abril de 2023, en Nueva York. La pancarta lee "Trump o muerte". (AP Foto/Stefan Jeremiah)

En estas circunstancias, la materia prima de los partidarios del populismo serían los perdedores o excluidos no tanto de la competición económica sino de la competición cultural.

El filósofo Michael Sandel advierte sobre la existencia de élites meritocráticas, que con un discurso individualista, progresista y globalizador han caído en una soberbia excluyente cada vez más agudizada. Es lo que llama la “tiranía del mérito” e incluye un cúmulo de actitudes y circunstancias que sumadas generan la exclusión de esos “perdedores” que forman los movimientos populistas. La tiranía del mérito nos ha hecho creer que merecemos lo que tenemos, y por lo tanto nuestro éxito material o simbólico es, a la vez, un éxito moral: algo así como “somos buenos porque nos va bien, nos va bien porque somos buenos”.

Se podría resumir en tres puntos: 1) la creencia que somos individualmente responsables de nuestro destino y merecemos lo que tenemos (esto hace a los exitosos más soberbios y a quienes fracasan más culposos, humillados y frustrados por su situación); 2) la creencia “credencialista” de que un título universitario nos da acceso a mayor estima social y que los trabajos manuales o menos respetables nos alejan de esa estima; y 3) la visión de que la mejor forma de solucionar problemas sociales y políticos es recurrir a expertos técnicos que tienen alta formación y son neutrales en términos de valores: la visión “tecnocrática” de la política.

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Históricamente el humanismo aspira a ser una alternativa ética y política que se basa en la defensa de la dignidad humana, la solidaridad, la justicia social y la democracia la participativa. Quienes adscribimos al humanismo reconocemos la complejidad de los problemas e intentamos plantear soluciones que involucran a la sociedad en su conjunto, respetando las diferencias y promoviendo la inclusión.

Para muchas personas, la falta de éxito en sus vidas es algo duro, pero la visión generalizada del mérito, de que cada uno tiene lo que se merece, es aún más desmoralizadora y desesperante. La visión de que hay una clase más inteligente y otra menos, está creando un peligroso cóctel a favor del populismo. Y es lo que explotan los líderes populistas como Javier Milei, Donald Trump, Cristina Kirchner o Marine Le Pen. Ellos utilizan el desprecio implícito que existe por parte de las élites meritocráticas y cultas hacia las personas con pocos estudios o grupos desfavorecidos. No es cuestión de tener más o menos dinero, se excluye por cuestiones culturales o de talento. El mensaje político populista, de agravio y resentimiento demuestra que hay un dolor y una humillación, no simplemente por aspectos económicos, sino por reconocimiento y estima sociales. Por ejemplo, los varones de clase trabajadora sin carrera universitaria votaron de forma abrumadora a favor de Trump.

Javier Milei junto a seguidores en Chubut
Javier Milei junto a seguidores en Chubut

Esto pone en cuestión algo interesante: ¿son los liberales o progresistas de las élites cultas más ilustradas que el resto? La buena formación universitaria o el conocimiento técnico no implica ilustración en el plano moral. Esta realidad se vuelve aún más atractiva con los impresionantes avances de la inteligencia artificial que vemos estos días (Chat GPT genera increíbles conocimientos técnicos, pero no tiene la misma eficacia con juicios políticos o éticos). No discriminar por cuestiones de raza, género o religión hoy no garantiza evitar el segregacionismo hacia personas con menos nivel educativo o que realizan tareas manuales. Si los resultados meritocráticos de la educación son legítimos, entonces hay una desigualdad justificada. La cultura del rendimiento, el estatus, la imagen y el perfeccionismo es peligrosa y excluye a muchos que no tienen el mismo grado de “utilidad” y “valor”. Los humanistas a veces caemos en el error de reivindicar el mérito como regla de oro, o en prejuicios y falta de respeto hacia personas con menos formación académica que no serían “provechosos”. Debemos dar una mirada humilde desde el humanismo y entender que el conocimiento técnico no implica carácter moral, sabiduría o virtud cívica.

Desde nuestra visión humanista sostenemos que el populismo de derecha se caracteriza por la defensa de un nacionalismo excluyente, que busca la identidad en la homogeneidad. Al contrario, el progresismo defiende la diversidad y el diálogo intercultural como herramienta para la construcción de una sociedad más rica y compleja. El buen juicio político requiere ética, conocimiento y perspicacia, no simplemente títulos universitarios y buenas notas. El humanismo soberbio que se cree superior y cree que los mejores o más brillantes son preferibles como gobernantes a los ciudadanos con menos credenciales educativas está siendo funcional a los populistas y olvida sus raíces democráticas.

El populismo de derecha utiliza, muchas veces, la violencia simbólica y física para imponer su agenda, mientras que desde el humanismo defendemos la no violencia, la construcción de espacios de encuentro y diálogo para la resolución de conflictos. El populismo de derecha promueve la polarización y la fragmentación de la sociedad, mientras que el humanismo busca la unidad en la diversidad y la construcción de espacios de convergencia. Por lo tanto, no podemos ser humanistas y utilizar las mismas herramientas que nuestros contrincantes: sin perder nuestras ideas tenemos que ir al encuentro y creer en la capacidad de elección del ser humano.

El humanismo no debe caer en el enfoque tecnocrático de la política, ya que este deposita la toma de decisiones en quienes tienen “más títulos universitarios” y con ello le saca poder a los ciudadanos del llano. El populismo, en sus diferentes variantes, ha sabido aprovechar este error. Si el humanismo comete el error de la tecnocracia neutra va a olvidar la difícil tarea de la persuasión política y la necesidad de discutir valores centrales para el ser humano.

Actualmente los populismos de derecha están cuestionando valores morales, sentidos de vida, problemáticas éticamente controvertidas, y posiciones que interpelan al corazón mismo del debate político ¿Qué es el bien? ¿Qué es la verdad? ¿Cuál es el camino virtuoso? ¿Qué es el bien común? Son preguntas que cierto progresismo incómodo no quiere ni siquiera hacerse, “porque cada plan de vida es individual”. Pero la relativización de las preferencias es algo mas parecido al mayoritarismo populista que al humanismo.

Es necesario que como sociedad seamos conscientes de la importancia de defender y promover los valores éticos en nuestra vida cotidiana y en nuestras decisiones políticas, para así poder construir una comunidad más justa, libre y solidaria.

Tenemos que trabajar por un humanismo humilde, que respete la ciencia, pero también la espiritualidad, que vaya al encuentro de los que se sienten excluidos de la estima, el reconocimiento y los honores que detenta la “élite culta”. No vamos a quedarnos en el discurso cómodo y mucho menos en el testimonial, no vamos renunciar a persuadir al diferente, al dialogo y a la construcción de consensos, porque hacerlo sería serle funcional al populismo que hoy encuentra en la anti política el caldo de cultivo para los autoritarismos.

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