Un viejo adagio de la política económica indica que “la única devaluación que sirve es la percibida como la última”.
Por eso, cuando se lanzó el “dólar soja I”, quedaba claro que luego vendría el II, el III y los que hicieran falta.
Porque el Banco Central se quedó sin reservas, aún antes de la sequía, de hecho, con récord de exportaciones.
La caída de la producción, a partir de la falta de agua, agravó el panorama e hizo más evidente que el tipo de cambio especial y temporal de septiembre y diciembre se iba a repetir, dado que, sin ajuste fiscal, la alternativa que encontró el gobierno para conseguir, temporariamente, “un puñado de dólares” es ofrecerles un tipo de cambio especial a los productores, más o menos equivalente a quitarle las retenciones, por un período determinado.
Pero el problema es macroeconómico. La falta de reservas refleja un exceso de gasto público que no alcanza a ser compensado, como en otros períodos de la Argentina, con ingreso de capitales privados, dispuestos a financiarlo.
Sin financiamiento privado, ese exceso de gasto, al final del día, es “pagado” con emisión del Banco Central. Emisión que llevó la tasa de inflación relevante al piso actual del 100% anual, pese a que se ha postergado emisión colocando en forma creciente deuda del Banco Central, las tristemente célebres leliqs.
Por lo tanto, si la falta de dólares en el Banco Central es consecuencia del exceso de gasto público, la única forma de recuperar reservas en forma sostenida es reducir ese exceso de gasto. Cualquier otra alternativa es “dólar para hoy y no dólar para mañana”,
Y aquí está la clave de los próximos meses.
El Gobierno se resiste, en un año electoral, al ajuste explícito del gasto y, hasta aquí, había preferido que el trabajo sucio lo hiciera la inflación, de la que puede culpar a la guerra, a los empresarios, o a la propia sequía.
Pero una inflación del 100% y en aumento, está afectando fuertemente a la política y las perspectivas electorales del oficialismo.
El dilema de política económica que enfrenta el Gobierno es que, si mantiene este exceso de gasto, no puede recuperar reservas, sólo puede adelantar liquidaciones y perderlas después, haciendo uso de devaluaciones sectoriales temporales. Y si con esto no alcanza, tendrá que profundizar las restricciones a las importaciones o mandar una parte de ellas a “otro mercado”.
Pero si profundiza las restricciones, lo más probable es que caiga más el nivel de actividad, con menor recaudación de impuestos genuinos y con más recaudación del impuesto inflacionario. Pero más inflación es, entre otras cosas, menos votos.
La alternativa, es un salto en el tipo de cambio generalizado, con la esperanza de obtener algún incremento marginal de exportaciones, y racionar, pero por precio las importaciones.
Y, otra vez, un salto en el tipo de cambio, sin ajuste fiscal, sin programa, sin ancla, es también más inflación, y menos votos.
Y en esta encrucijada está hoy la política económica.
Un dólar sectorial, pega menos en la inflación en el corto plazo, pero sólo posterga el problema de la falta de reservas, obligando, más temprano que tarde, a más restricciones a la importación, más cepos a la demanda y más inflación.
Un salto generalizado en el tipo de cambio es más inflación ahora, pero si se mantiene el exceso de gasto público, tampoco es garantía de acumulación de reservas, y menos inflación después.
Y en medio de esta discusión surge el FMI que parece presionar, dentro de lo que puede, justamente, para limitar ese exceso de gasto.
Las bellas almas del staff del Fondo están diciendo: “Nosotros te seguimos financiando, y mirando para otro lado, en materia de metas, pero ustedes tienen que apurar el ajuste en los precios regulados de los servicios públicos, frenar la moratoria previsional, y el resto de los gastos. Y, en algún momento, (¿Después de las PASO o antes?) reordenar la política cambiaria”.
Al parecer, el Gobierno ha aceptado acelerar la suba de tarifas “para los ricos”, reglamentar con muchas restricciones la moratoria previsional y limitar la expansión del gasto en general, para luego, con esas “cartas” negociar con el Fondo alguna ayuda extra, a cambio del “reordenamiento” de la política cambiaria.
Pero el problema es que este escenario no logra anclar las expectativas de inflación, ni alejar la probabilidad de un salto en el tipo de cambio, y en consecuencia, tampoco se aleja el riesgo de un descontrol nominal mayor que “pegue” ya con el proceso electoral más avanzado.
Y aquí estamos.
Para el ala política del oficialismo, evitar un deterioro aún mayor de la macro tiene gusto a demasiado poco. A resignación. A fracaso.
Sin embargo, a estas alturas, para la política económica, evitar un derrumbe mayor de la coyuntura sería, paradójicamente, un éxito.
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