La “banalización del mal” es un concepto acuñado por la filósofa Hannah Arendt para describir el fenómeno por el cual actos atroces pueden ser cometidos por personas ordinarias en circunstancias ordinarias. Argumentó que personas comunes o, si se prefiere, burócratas obedientes, podían seguir órdenes sin cuestionar su moralidad. Según Arendt, la banalización del mal ocurre cuando los individuos pierden la capacidad de pensar críticamente y se conforman con seguir las normas y convenciones sociales sin reflexionar sobre las consecuencias de sus acciones. Es claro que la banalización del mal también puede ocurrir, como nos está pasando, en situaciones cotidianas donde hechos terribles y trágicos toman estado público y son, o pretenden ser, explicados por las autoridades responsables con argumentaciones que se alejan de los hechos concretos para justificar su propia impericia o inacción.
Son hechos que nunca debieron suceder. Vidas arruinadas a consecuencia de un Estado incapaz de contener todos los problemas que confluyen en un episodio de violencia. Es, a no dudarlo, el resultado de varias décadas de decadencia institucional y torpeza de la clase política para brindar soluciones a una población que está llegando al límite de su tolerancia. El incremento de los delitos deja al descubierto la impotencia, no solo del gobierno actual en particular, sino de la dirigencia política toda, para dar solución a un problema que se revela cada vez con mayor crudeza. En muchos casos pobres robando (o incluso matando) a pobres. Padecemos un huracán feroz de delincuencia, con su epicentro en la provincia de Buenos Aires, “el último bastión cristinista”, donde se suceden hechos delictivo cada dos minutos. Si, leyó bien. Cada dos minutos la delincuencia se hace presente.
Esa banalización de lo que está mal es fogoneada por la septuagenaria vicepresidenta Cristina Kirchner desde su cuenta de Twitter, donde solo habla de sus propios problemas, evidenciado que su camino por el sendero del ocaso ya no tiene retorno. En efecto al comparar el asesinato de colectivero Barrientos con su propio atentado, se olvida de la familia del difunto chofer (a la cual ni siquiera le dedicó un pésame) y abona la teoría del complot. Un disparate por donde se lo analice, tanto como la comparación que hizo el gobernador Axel Kicillof con el robo a un camión blindado, por el supuesto “despliegue” que realizaron los malandras en el hecho. Para sumar desaguisados, la detención cinematográfica de dos choferes que supuestamente fueron agresores del ministro Sergio Berni, no fue más que un mensaje de “conmigo no se jode” del magullado funcionario. Son todos hechos que banalizan lo que nos sucede, se corren de lo que realmente importa, el homicidio de un trabajador, y no hacen más que mostrar a la sociedad que no tienen soluciones para los problemas.
La trágica muerte de Daniel Barrientos es un hecho más que se suma a una larga lista de episodios de violencia e inseguridad que no toman estado público. Aunque en este caso, la agresión a Berni le dio la visibilidad. Además ocurrió en el partido bonaerense de mayor concentración oficialista. Kicillof con sus declaraciones tardías y buscando echar culpas ajenas nos ha demostrado nuevamente que para él la seguridad es un problema que es incapaz de enfrentar. El Estado ausente en todo su esplendor. Observamos una terrible desconexión entre las preocupaciones reales del ciudadano de a pie y la agenda de la política. Tanto que el hartazgo social es cada vez más evidente. Salir con el argumento de que les “tiraron un muerto” es la expresión más banal de todo lo que desde la gobernación de la provincia de Buenos Aires no pueden solucionar. Banalizaron con esas declaraciones la muerte de un ser humano. Imperdonable.
Las declaraciones de Berni y Kicillof nos dejan en el borde del delirio institucional donde es más fácil explicar la teoría de un complot inexistente que la realidad misma. En este contexto de impericia e improvisación, el resto de los funcionarios del gobierno miró por televisión la agresión a Berni. Se sienten lejos de ese tipo de episodios. Eso se conoce como la “falacia del observador”, que se refiere a la tendencia a centrarse en los casos de éxito o de supervivencia, mientras se ignoran los casos de fracaso. Por lo tanto, se puede concluir que algo es más probable de lo que realmente es, basándose únicamente en los casos que se han observado. Por ejemplo, si sólo se escuchan noticias sobre personas que han superado una enfermedad grave, se puede llegar a la conclusión errónea de que la enfermedad es menos peligrosa de lo que en realidad es. Esto puede llevar a una subestimación del riesgo y a una falta de precaución (es lo que le pasó a Berni por minimizar el clima social). Es común que la gente subestime el riesgo de algo hasta que les afecta directamente. Pero es más común que los funcionarios subestimen el sentido común y el hartazgo de los ciudadanos de a pie.
Este tipo de falacia puede ser especialmente peligrosa en el contexto de la inseguridad ciudadana. Los funcionarios tienden a subestimar la gravedad de la inseguridad hasta que ocurre un delito que los saca de su zona de confort. La muerte de Daniel Barrientos fue la confluencia de muchos problemas de diferente naturaleza. No es, como pretendieron explicar CFK, Berni y Kicillof, un complot pergeñado por la oposición. Tan aventurada afirmación es la contracara de la desesperación por explicar lo que no pueden. Por justificar su propia inacción. Las víctimas cotidianas de hechos de violencia lo saben muy bien. Por cierto el estado actual en que se encuentra el partido de La Matanza, es la demostración más clara del desastre que produjo el populismo en el gobierno. El máximo responsable del municipio, Fernando Espinoza, se esconde antes que poner la cara y hacerse cargo de los problemas que su pésima gestión ocasiona.
Fue la propia Iglesia, mediante un comunicado, la que dejó en ridículo las argumentaciones de Berni y Kicillof. Los obispos de San Justo y Laferrere (La Matanza) expresaron: “En las puertas de la Semana Santa, los hechos acontecidos el día de ayer [por el lunes] y que son de público conocimiento nuevamente nos han confirmado que la Pasión sucede hoy: un inocente asesinado fruto de la falta de seguridad instalada en nuestros barrios y de los pequeños intereses creados”. A lo que agregaron: “Si bien nos consterna, no nos asombra porque es uno más en la lista de los últimos años, en los cuales ningún barrio ni zona ha quedado exento del robo, la entradera, el apriete, el choreo de celulares a plena luz del día; muchos de ellos seguidos de muerte”. Para sentenciar: “La sensación de los vecinos es que vivimos en territorio liberado o negociado. Liberado porque se hace la vista gorda a menos que el hecho se venga encima y no haya más remedio que actuar. Negociado porque atrás de esta inseguridad sabemos que operan las grandes mafias de los narcos que han invadido con su negocio nuestros barrios y tienen como soldaditos a nuestros pibes o como consumidores que salen a robar lo que sea para poder ir a comprar la merca que necesitan para seguir viviendo”.
No le tiraron un muerto al Gobierno. Tampoco se trata de un complot. Son hechos que se producen como consecuencia de la degradación de un modelo de país inviable. Joe Biden dijo en 2020 (no sabemos si se lo repitió al presidente Fernández hace poco días cuando se encontraron cara a cara): “La gente común no necesita promesas vacías, necesita soluciones tangibles a sus problemas diarios”.
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