Por una diplomacia para el progreso y desarrollo de la República Argentina

Necesitamos una política exterior que vele por los intereses de nuestros ciudadanos y muestre resultados visibles

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REUTERS/Carlos Garcia Rawlins
REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

“La política exterior es la causa o el resultado del desarrollo y engrandecimiento del país? Yo creo que ambas cosas se explican, apoyan y suponen mutuamente.”

Juan Bautista Alberdi

Los tiempos difíciles llaman a la meditación.

La conmemoración de los sesenta años de la creación del Instituto del Servicio Exterior de la Nación -del cual soy un orgulloso egresado- por Carlos Manuel Muñiz, el 10 de abril de 1963, es un excelente momento para hacer una reflexión sobre la diplomacia: pasado, presente y futuro.

Ante todo rendir un homenaje a Carlos Manuel Muñiz: personalidad humanística y polifacética – abogado, académico, profesor universitario, diplomático excepcional, escritor agudo, cultor y coleccionista de arte y poeta, en definitiva, un hombre de Estado- es el creador de dos instituciones claves para la política exterior de la Republica: el Instituto del Servicio Exterior de la Nación-ISEN-creado en 1963 y el Consejo Argentino de Relaciones Internacionales -CARI-, del cual soy miembro desde su origen en 1978.

Carlos Manuel Muñiz
Carlos Manuel Muñiz

En segundo lugar, ponderar seriamente la dimensión y relevancia de la política exterior, y su brazo desarmado la diplomacia, en la necesidad imperiosa de generar el shock de confianza. El gobierno que asuma el próximo 10 de diciembre es consciente que la política exterior es un instrumento -quizás de los más relevantes- para impulsar crecimiento, desarrollo y progreso, y no el brazo externo de voluntarismos imaginarios.

Es así que, entre los innumerables desafíos que se deberá abordar en diciembre, está la redefinición del Servicio Exterior de la Nación, a partir de su punto inicial: el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. No sin cierta razón, el ejercicio de la diplomacia está actualmente devaluada.

En nuestro mundo interconectado, las noticias no se hacen esperar y llaman a nuestra puerta sin previo aviso. Esta repentina irrupción del acontecimiento rompe el sello entre interior y exterior.

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En esta era de globalización, con la aparición de una interdependencia inédita, de la inmediatez de las comunicaciones, de la eliminación de la intermediación por parte de los avances vertiginosos de la digitalización, de la perdida del monopolio de la política exterior por parte de las Cancillerías, y de la creciente relevancia de las diplomacias alternativas, es licito preguntarse sobre el futuro de la diplomacia.

En primer término, parafraseando el título de las memorias de un Embajador francés Claude Martin, ¡la diplomacia no es una cena de gala!

La diplomacia es una profesión- al servicio de la Nación y no del gobierno de turno; una vocación, en el sentido weberiano; y arte, en la medida en que intermedia entre intereses y valores. Particularmente vocación por el mundo, ya que el talento del diplomático no consiste en hablar de sí mismo sin saber dirigirse a los otros.

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La diplomacia es performativa: sus palabras son sus hechos. Las palabras tienen importantes consecuencias legales y políticas. No se puede improvisar, ni abordar esta profesión con reduccionismos ideológicos, alejados del interés nacional y de sus consecuencias para nuestros compatriotas.

Esta labor es una opción de vida y una profesión de experiencia, que exige idoneidad, tal como lo señala el articulo 16 de nuestra Constitución Nacional. Idoneidad en su doble dimensión: profesional y ética, tanto para los miembros del Servicio Exterior de la Nación, como para los Embajadores políticos que pueden ser nombrados por cada presidente.

Para un diplomático, pensar que países rivales y hostiles no pueden llegar a un acuerdo es olvidar de qué se trata la diplomacia. Los diplomáticos tendrían poco que hacer si el mundo consistiera en socios, disfrutando de la intimidad política y respondiendo a llamados comunes.

La diplomacia no es sólo negociación. No solo debemos recurrir al uso de diplomáticos en la fase final: la negociación. Su labor comienza mucho antes, ya que para llevar adelante todos los elementos de la negociación hay que dialogar y convencer. No hay negociación sin comprensión del juego del otro.

En este sentido, la actividad del diplomático se nutre de la observación continua de otros pueblos, de su forma de vida, de su sistema político, económico, social y tecnológico, de su historia, cultura y geografía. La diplomacia es esencial para sintetizar información y traducirla en una partitura para el interés y valor nacional.

La historia no transcurre en línea recta. Está hecho por personas y por el azar y las circunstancias, es así que la diplomacia trabaja en términos de descifrado: observa, escucha, y analiza antes de accionar.

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Es por ello que debe desarrollar delicadeza en el análisis y la capacidad de dar un paso atrás ante los eventos del momento para restaurarlos en una perspectiva larga

En este contexto, psicologizar las dinámicas en las relaciones internacionales es peligroso e incorrecto. Mas allá de la dimensión psicoanalítica del tomador de decisión, el proceso se nutre de un conjunto de acciones de las instituciones públicas y de dinámicas sociales. Es por ello que un diplomático debe transitar todos los vectores de los variados y distintos esquemas de poder local: instituciones formales, opinión pública, sociedad civil, medios de prensa y redes modernas de información, lobistas, academia y think tank.

En la actualidad nuestra política exterior está totalmente desorientada: hemos perdido la brújula que oriente nuestro accionar externo. La lectura e interpretación ideologizada del escenario global, la falta de una estrategia clara y consistente con nuestros valores e intereses, la pérdida de la credibilidad internacional, la utilización partidista de nuestra diplomacia, exigen que el próximo gobierno encarrile su accionar externo sobre bases realistas y conducentes al progreso y desarrollo nacional, dentro del marco global que nos condiciona.

Cada vez importa más lo que sucede más allá de nuestras fronteras nacionales, ya que estamos cotidianamente consumiendo globalización. Esto presenta un desafío categórico a nuestra futura política exterior: debe estar al servicio del crecimiento y desarrollo del país y ser percibido como un vector que mejora la calidad de vida. Necesitamos una política exterior que vele por los intereses de nuestros ciudadanos y muestre resultados visibles.

Por eso la búsqueda de la concordia, una convivencia pacífica y próspera de todos los argentinos respetando los principios republicanos de nuestra Constitución Nacional, acordando y generando políticas sustentables en el tiempo – tanto en el plano interno como externo- y siguiendo los ciclos positivos de la alternancia democrática, es probablemente la gran hoja de ruta a acordar en conjunto.

En su opera prima Paz y Guerra entre las Naciones, Raymond Aron señalaba que dos hombres, y dos solamente, actúan plenamente ya no como miembros ordinarios, sino como representantes de las comunidades a las que pertenecen: Embajador y Soldado.

Este concepto esta aun hoy vigente, y en el caso de la diplomacia no cabe el debate sobre vieja o nueva diplomacia, ya que no se corresponden con la realidad. Lo que tiende a cambiar es el exterior o, si se quiere, las formas y exteriorizaciones de la diplomacia en consonancia con los nuevos contextos. El trasfondo seguirá siendo el mismo porque la naturaleza humana no cambia.

A futuro será imperioso contar con un presidente de la Nación que conozca y entienda el mundo – imprescindible para ello el dominio de idiomas, ¡reflejo de su interés por lo otro!- y que pueda ser, así, un interlocutor serio y responsable con sus pares en la moderna realidad de la diplomacia presidencial. Un Canciller con pleno conocimiento de los laberintos de la diplomacia global, y que este en condiciones de guiar al instrumento diplomático en el sendero de las negociaciones diplomáticas y apertura de oportunidades acordes a este nuevo siglo XXI. Y una diplomacia ágil, orientada a la acción, comprometida con las necesidades de nuestros conciudadanos y compatriotas, y nutridos de la vocación de servicio digno de lo que Carlos Saavedra Lamas llamaba las nobles tradiciones internacionales de la Republica.

En la Academia de Platón, delante del templo de las Musas, estaba escrito: no entre nadie que no conozca la geometría.

En la puerta del ISEN debería leerse, no entre nadie que no conozca la concordia, el servicio a la Patria y abogue la paz.

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