PARTE 1: Los candidatos que cuentan o podrían contar con chances de ganar
Cristina Kirchner o la centralidad agobiada
Invirtiendo el sentido de un antiguo proverbio inglés “La última, pero no la menos importante” (“The last, but not the least”), comenzaría con una “provocación operativa”: “Cristina Kirchner es la primera, pero no la más importante”.
Un lugar común del análisis político sentencia “la centralidad de Cristina”. ¿Pero qué significa realmente tal centralidad? Quizás apenas un eufemismo para destacar que ella es la Jefa. Quizás un modo de señalar que es la dirigente política más gravitante de Argentina. Quizás sentenciar que no se puede pensar la política del país sin pensar en Cristina. Quizás lamentar cierto agobio de la clase dirigente que padece de dificultades para respirar en la atmósfera emanada por la ex presidente.
Entre 2011 y 2015 la política argentina se movió bajo el influjo de “Cristina eterna”. Entre 2016 y 2017, sus seguidores incondicionales y adversarios de siempre anhelaban o temían el regreso impetuoso del “Huracán Cristina”. Pero en las legislativas de aquel 2017, Cristina emergió apenas como una brisa intensa o, con mayor benevolencia, como un viento incipiente. Porque sin dejar de ser gravitante, se ubicó segunda detrás de Esteban Bullrich.
Por eso en 2019, el apotegma fue “Sin Cristina no se puede, pero con Cristina no alcanza”. Y así nació la fórmula que sirvió para ganar, pero no para gobernar. Una inteligencia electoral que terminó transmutándose en un engendro para gobernar.
Entonces, a manera de oxímoron político, emergió la novedad de una “Cristina opositora de su propio Gobierno”. Extraña paradoja, más allá de que resulte un emergente de razones políticas legítimas o de meros caprichos arbitrarios (o de ambas cosas a la vez).
Fue durante aquel proceso eleccionarios de 2019, iniciado con una decisión materializada en un tweet, que comenzó a hablarse de “la centralidad de Cristina”. Y fue desde el mismo acto de asunción del Presidente Alberto Fernández que comenzó a proyectarse la opresiva sombra de Cristina sobre Alberto y sobre un gobierno parcelado por la dirigencia de La Cámpora.
Entonces la sombra de Cristina comenzó a hacerse cuerpo a través de tweets insidiosos y de apariciones esporádicas donde la Vice comenzó a decir de modo más o menos velado o directo: “Acá estoy yo. Esto no me gusta. No hay que ir por acá, sino por allá”. Mientras el coro de adláteres repetidores hostigaba de modo impiadoso y recurrente. O celebraba sentencias agraviantes, más allá de su valor de verdad, como aquello de “funcionarios que no funcionan”.
Y así, hasta que se perdieron las elecciones de 2021 y el cisma asomó como posibilidad. Mientras se escuchaban voces intensas y plenas de epítetos humillantes como “okupa” y “mequetrefe”. Mientras varios funcionarios amagaron con renunciar. Mientras el presidente Alberto Fernández amagaba hacer lo que no pudo: aceptarles la renuncia.
Pero al final, la sangre no llegó al río. Aunque sí volaron varios hombres y mujeres de confianza del Presidente. Hasta que se desató la crisis por la renuncia forzada del Ministro Guzmán y la espiral cambiaria e inflacionaria que evocó el fantasma del choque del Titanic, el helicóptero y la Asamblea Legislativa. Y que terminó elevando a Sergio Massa al rol de Superministro, para poner salvaguardar una situación que se desmadraba.
Ciertamente, Cristina lo hizo. O contribuyó mucho para que eso suceda. Demostrando otra vez que la “sombra de Cristina” no es un fantasma ficcional, sino una realidad modeladora.
Y así se llegó al dramático y repudiable atentado contra la vida de la Vicepresidente. Y la condena por parte de la Justicia por el delito de asociación ilícita. Y la inhabilitación permanente para ejercer cargos públicos. Y la firme declaración de no postularse a cargo alguno en 2023. Y la posterior aclaración de que no se trataba de renuncia o autoexclusión, sino de ser víctima de una proscripción. Y la acusación de que sus victimarios eran la justicia mafiosa en maridaje con los poderes económicos que solo persiguen expulsarla del juego político, porque no le perdonan tanta virtud consumada en sus ejemplares gobiernos. Y el tan esperado como estimulado operativo clamor que, real o imaginariamente, resolvería tanta injusticia padecida y podría ponerla nuevamente liderando la esperanza para un pueblo tan castigado.
En una encuesta reciente, se preguntó si Cristina Kirchner estaba realmente proscripta. El 28,4% respondió afirmativamente, contra un 64,7% que opinó lo contrario. No obstante, cuando se ofreció una mínima explicación técnico-jurídica, aclarando que, legalmente, Cristina no está impedida de presentarse como candidata, dado que su sentencia aún no está firme, y agregando concomitantemente la opción “Cristina no esté legalmente proscripta, aunque ante la sociedad es como si lo estuviera”; las opiniones se redefinieron así: solo 9,5% la consideró efectivamente proscripta, un 27,3% como “ambiguamente proscripta” y un 55,8% como no proscrita.
Pero lo más interesante surgió al indagar sobre las supuestas razones por las cuales CFK se declaraba proscripta. La opinión mayoritaria (36,2%) fue que el verdadero móvil de Cristina apuntaba a lograr un operativo clamor que le permita presentarse como salvadora. Seguidamente, (25,9%) se ubicó la idea de que se trataría de una excusa de Cristina para no presentarse, porque teme perder. En tercer lugar, solo un 25.0% consideró que CFK siente en verdad que, efectivamente, la han proscripto para excluirla del juego político. Mientras que un porcentaje parecido (23,3%) entendió que Cristina “se fue de boca” y luego se arrepintió, para entonces pergeñar que sea el pueblo y no ella quien “la obligue” a revertir su decisión. Mientas que, por último, un 16,4% opinó que se trataría de una maniobra para influir sobre sus jueces.
En síntesis, al margen de su debilidad política estructural en varios frentes, Cristina Kirchner quizás se sienta prisionera de sus propias palabras. Por eso necesita urgente un clamor popular capaz de ponerla nuevamente en escena, porque sería entonces el pueblo quien lo pide. Pero. ¿qué intensidad debería tener ese clamor? ¿Cuál podría ser su poder vinculante? ¿Qué quiere obtener en términos del interjuego entre lo real y lo posible?, ¿Cuál será su verdadero deseo detrás de su demanda?
Preguntas de difícil respuesta, pero que alcanzan para bosquejar el intrincado laberinto en que se encontraría sumida la vicepresidente.
Alberto Fernández o la rebelión que llegó demasiado tarde
Cuando Cristina lo ungió candidato a presidente en mayo de 2019 las opiniones se polarizaron entre dos opciones: 1) Alberto sería un nuevo “Chirolita títere de Cristina” y 2) Alberto Fernández sería un activo buscador de consensos que llegará adonde Cristina no puede, pero a la vez será un dirigente con personalidad que se hará respetar ante cualquier intento de manipulación por parte del Kirchnerismo duro simbolizado por La Cámpora.
En la película “Mi tío de América” 3 , se muestra que en la biología existen dos mecanismos básicos adaptativos para enfrentar el peligro: el ataque y la fuga. Pero en el plano humano se suma una posibilidad contraria a la biología: la indecisión. Y, mostraba aquel film, esa era la fuente de muchas gravedades que conspiraban contra la salud humana. Su apotegma sería “luchar o huir, jamás dudar”. Porque la indefinición y la oscilación decisoria resultan tóxicas.
Alberto quiso reaccionar, pero no se animó a hacerlo plenamente y cuándo aún estaba a tiempo. Resistió. Amagó, reculó y recalculó. Concedió lo que no debía. Aceptó humillaciones públicas y privadas, muchas propiciadas por segundas y terceras líneas del Kirchnerismo. No pude defender a sus propios funcionarios y capituló entregando sus cabezas. Ante su imposibilidad de reacción manifiesta se refugió en el vano ejercicio de la “guerra fría”. Y cuando el tiempo de su mandato ya languidece ensaya una tardía emancipación acaso más discursiva que fáctica. O cuando menos, imprecisa. Dice que quiere ser candidato. A esta altura nadie sabe si tomarlo en serio. Quizás es apenas una estrategia para evitar el síndrome del “pato rengo”.
Extraño propósito para un dirigente que se autoflageló hasta convertirse en ese mismísimo temido “pato rengo”. A esta altura, la mente del presidente se revela como inescrutable. Quizás lo anime la frágil quimera de ser reelecto. Quizás solo es un juego reactivo para gozarla a Cristina, su victimaria. Porque como sentencia un antiguo principio de la psicología: se tiende a realizar activamente lo que se sufrió pasivamente. Goce tan silencioso como inútil tanto para su espacio político como para el país.
Quizás la emancipación sea efectivamente real, emergida a modo de convicción interior que se fue fraguando a fuerza de pequeñas revelaciones y frustraciones. Tal vez la historia clásica de la marioneta que cobra vida. Y que ha decidido vengarse a su creador. Acaso Alberto ya está decidido a dar la batalla épica que tantos se cansaron de esperar. Aunque, paradoja de la vida, probablemente ya se consumió demasiado tiempo y llegaría tarde a su postergado y anhelado triunfo.
En mérito a la verdad histórica, tal vez algún día se conocerá el trazo grueso y la letra chica de aquel pacto sellado con Cristina Kirchner el 18 de mayo de 2019. Tal vez fue como aquellos pactos que se firman con el demonio, donde el pan de hoy será el infierno de mañana. Quizás Alberto fue una víctima involuntaria del destino o de las circunstancias políticas. Quizás fue apenas una de las tantas “encarnaciones” modernas del Príncipe Hamlet. Sabe lo que tiene que hacer, pero vacila y no lo hace. Su laberinto no tiene paredes ni espacios. Habita en su propia mente. Esa incesante vacilación lacerante que envenena y ahoga en su propia rumia.
De todos modos, lo lapidario del análisis no exime de la razonable cuota de ecuanimidad: al presidente Fernández le tocaron tres desgracias consecutivas: pandemia, guerra y sequía. Por cierto, tales circunstancias no eximen al presidente de sus responsabilidades, pero sería injusto soslayarlas como importantes atenuantes.
Sergio Massa o la restricción autoimpuesta
Cuando asumió en agosto de 2022, manifestó que se concentraría en la gestión. Trabajador incansable, desde el mismo momento de su asunción no paró de generar realizaciones. Negociaciones, acuerdos, mecanismos económicos, ingenierías financieras, legislaciones varias, proyectos educativos, economía del conocimiento, programas educativos para enseñar programación a niños, leyes de alivio fiscal, programas de precios justos, promoción de economías regionales, dólar soja, dólares sectoriales, controles de importaciones, gestión de financiamientos internacionales, cumplimiento de acuerdos con el FMI, acercamientos al campo, etc., componen el vasto catálogo de los intentos del tigrense para domar el potro salvaje de la inflación y mejorar la economía.
Pero tanta capacidad de trabajo se reveló insuficiente. Porque al margen de algunos éxitos relativos no menores, como la estabilización casi inmediata posterior al intenso desmadre generado por la salida intempestiva del ex ministro Martín Guzmán y agudizada por la fugaz gestión de Silvina Batakis; lo cierto es que —pequeño detalle— al Súper Ministro aún le resta la principal asignatura pendiente: bajar la inflación.
La cifra de 4.9% correspondiente a noviembre generó razonables ilusiones. Pero, lamentablemente, fue apenas una falsa alarma. Por aquellos días el Ministro declaraba que su meta era logar que, hacia abril, la cifra del IPC comenzara con tres. Pero los índices de febrero y de marzo superiores al 6% pulverizaron aquellas ilusiones.
Como sucede con tantas otras cosas existen dos modos de valorar una gestión política o económica: intrínseco y relacional. Lo primero refiere al valor per se de una gestión. Lo segundo a la comparación con otras gestiones reales o posibles.
Aplicada a la de Sergio Massa, la valoración intrínseca es severa y con aroma a decepción: la inflación supera hoy el 6% mensual y el 100% anual y, además, amaga con acercarse a los 7 puntos en marzo. La valoración relacional, en cambio, resulta benévola y hasta laudatoria: Sergio Massa nos habría salvado de chocar el Titanic, de la asamblea legislativa, de la hiperinflación y de la temida devaluación.
¿Cómo valorar entonces la gestión de Sergio Massa? Obviamente, los massistas preferirían enfatizar que su líder evitó que el país se encaminara hacia un infierno cuasi terminal. Mientras que los opositores al gobierno prefieren destacar que la inflación persiste indómita como un monstruo que nos destruye día a día, mientras acecha con devorarlo todo. A favor de los detractores y en contra de los seguidores de Massa, cabe decir que el desastre que no fue es conjetural y contrafáctico, mientras que la penuria inflacionaria es dramáticamente real y actual.
¿Podrá Sergio Massa dominar el potro de la economía? Expresada así la pregunta remite espuriamente a una dicotomía cuando, en rigor, se trata de una dimensión. Porque la pregunta más apropiada debería ser ¿En qué medida podría Massa controlar la inflación? Para entonces abrir este otro interrogante: ¿Cuánto debería bajar Massa la inflación para que su causa como ministro y como eventual candidato tengan futuro? Lo cual remite a otra cuestión emparentada: ¿Cuánto debería Sergio Massa bajar la inflación para que la ciudadanía recupere la confianza de que Argentina es un país viable y que, por añadidura, inscriba al tigrense en el polo de la esperanza?
Un análisis preliminar indicaría que, si el ministro lograra bajar la inflación a menos de tres puntos en los próximos 3 o 4 meses, sería Gardel, o Messi, o —mínimamente— una versión moderna del Cavallo virtuoso del inicio de la convertibilidad. Si, en cambio, la baja oscilara los entre los 4 y 5 puntos, el ministro podría seguir participando, aunque sin torcer el amperímetro de la zozobra cotidiana. Por último, si el esquivo índice permanecería alrededor de los 6 o 7 puntos o aumentara aún más, no solo complicaría seriamente el presente y futuro del gobierno, sino el del país mismo y el del propio Massa.
Lo anterior revela una verdad inexorable: a diferencia de los otros candidatos potenciales (donde extrañamente puede incluirse a Alberto Fernández) que deben competir entre sí (es decir: contra otros actores intencionales), Sergio Massa, antes de disputar contra otros en calidad de candidato, debe hacerlo contra un adversario sin nombre y sin rostro: la Realidad.
El laberinto de Sergio Masa radica entonces en que la restricción que él mismo se autoimpuso (lograr una inflación oscilante entre 3 y 4 puntos) determina la posibilidad misma de su candidatura.
A su favor cuenta con su animalidad política. Su inclaudicable capacidad de trabajo. Al fin y el cabo, en un gobierno caracterizado por funcionarios que no funcionan, Sergio Massa es una rara avis. El único que realmente labura. El único que busca crear alguna jugada. El único con vocación constructiva y capacidad resolutiva. Quizás el funcionario del gobierno que menos prioriza el ideologismo inútil y beligerante para centrase en la resolución efectiva de los problemas. Acaso el más audaz. Audacia que para los críticos no es más que venta de humo. Conejos sacados de la galera. Apenas parches para llegar. Pero lo cierto es que el Ministro sorprende día a día con su resiliencia, su impertérrita perseverancia, su renovado entusiasmo.
En su contra cuenta, como se dijo, la inescrutable realidad. Pero fundamentalmente, el chiquitaje de Cristina y Alberto. Con sus inútiles peleas sin fin. Con su infinita irresponsabilidad de seguir echando nafta en un fuego que ameritaría mayor respeto.
Porque si existe algo de cierto en aquello de que la crisis de argentina es más política que económica, ¿cómo puede seguirse una hoja de ruta que incluye la dimensión internacional, cuando los máximos líderes del país insisten en pelearse como criaturas egocéntricas? Acaso, la realidad de los “amigos” que entorpecen cuando deberían ayudar, resulta también consubstancial del laberinto por donde Sergio Massa debe transitar.
Al fin y al cabo, como lo sostenía el biólogo Jacques Monod, la vida misma es una síntesis entre azar y necesidad. Lo cual traducido a la política ilustra que el éxito de una gestión depende tanto de la inteligencia de las ideas y la determinación para ejecutarlas, como de los indomables azares que condicionan su éxito o fracaso.
Horacio Rodríguez Larreta o la virtud que no alcanza a ser luz
Ya lo sabemos, el reparto de los dones humanos suele ser democráticamente aleatorio. Quizás a todos los humanos les toca algún balance particular entre virtudes y defectos. Entre fortalezas y debilidades. Una de las grandes injusticias en política ocurre cuando los talentos importantes no son tan notorios para la sociedad como las debilidades accesorias.
Tal vez ese y no otro resulte el karma de Horacio Rodríguez Larreta. Porque en el reparto de los dones al jefe de Gobierno le tocó el del “Hacedor gris”. Alguien con una tremenda capacidad de gestión, pero que no alcanza a brillar. Alguien con una inmensa capacidad de trabajo, parecida a la de Sergio Massa, pero, en este caso, sin estridencias.
No sería exagerado sostener que Horacio Rodríguez Larreta es un hacedor inteligente. Y un exquisito orfebre del poder tallado desde las sombras. Pero el problema es que no despierta pasiones. Quizás resulta un caso particular de una perversa paradoja del reparto de los dones: aquella donde la virtud misma implica una debilidad correlativa. Porque una de las posibles paradojas de la inteligencia es que para ser apreciada necesita de un interlocutor también inteligente. No se necesita ser bello para apreciar la belleza. Pero sí se necesita ser inteligente para valorar el intelecto. Y, ya los sabemos, los electorados se definen mejor por su emocionalidad pasional que por su valoración intelectiva.
La sabiduría popular lo sintetiza con elocuencia: “Dime de qué alardeas y te diré de qué careces”. Un espíritu elemental podría incurrir en el ostensible error de inflar el pecho para disimular sus limitaciones. Aquel “Dicen que soy aburrido” de Fernando de la Rúa sería un ejemplo paradigmático. Pero Horacio es demasiado inteligente para adoptar actitudes simplistas. O no.
Detrás de cualquier fortaleza se esconde una debilidad latente. Jugar a emular a los Beatles semeja mejor a divertimentos de estudiantinas que a estrategias de inteligencia. Quizás no importa. Porque a veces solo se trata de llamar la atención. Entonces vale jugar a ser un surfista de utilería.
Cuando en un acto de asertividad política el alcalde porteño decide decir “Aquí estoy, soy candidato”, elige una narrativa épica fundacional para enmarcarse. No estuvo mal. Sin embargo, quizás sutilmente, sus palabras delataron su carencia. Porque dejaron sobrevolando que referían más al justificativo de una falta que a un discurso positivo.
Porque lo que dijo quedó a mitad de camino entre una declaración de principios (“creo en el trabajo, en el diálogo, no en las grietas”) y la auto justificación, “por si las moscas”. Más allá de lo que Horacio efectivamente dijo, pudo leerse algo así: “Soy Horacio, no puedo ser Mauricio ni puedo ser Patricia; no soy un “animal político”, soy un trabajador infatigable que cree en el diálogo, no voy a pelearme con el kirchnerismo ni con nadie porque ese no es mi estilo. Si quieren la estafa de la grieta, no cuenten conmigo”.
El problema es que mucha gente quiere la grieta porque está cansada de la estafa. Y otra tanta cree que al Kirchnerismo no se lo vence con buenos modales. Sino haciéndole beber de su propia medicina. Tal vez sea por eso que, conforme a los números de quien escribe, Patricia Bullrich, luego del paso al costado de Mauricio Macri, hoy supere holgadamente a Larreta.
En síntesis. Ya lo sabemos: no hay nada más peligroso y equívoco que jugar a ser quien no se es. Horacio Rodríguez Larreta es un político exitoso que con inteligencia y trabajo llegó adonde llegó. Es el arquitecto indiscutido de “La trasformación que no para”. No está para parodiar a los Beatles ni disfrazarse de surfista “pendeviejo”. Su declaración pretendió ser épica. Pero solo demostró una carencia. Si hay miseria que no se note, decían aquellas abuelas. Pero detrás del montaje se notó el truco: la tabla era sostenida por un extraño. Dime de qué alardeas y te diré de qué careces.
Detrás de las palabras épicas se notó que Larreta es un trabajador silencioso. Pero no es (y quizás no le interese ser) un guerrero épico.
Probablemente Horacio Rodríguez Larreta, si fuera electo, podría ser un buen presidente. ¿Por qué no? Quizás hasta podría ser el mejor El gran desafío es si podrá llegar. Si podrá salir airoso en la disputa con auténticos animales políticos. Con los halcones (aunque hoy uno de los halcones tenga nombre de mujer) Si podrá, efectivamente, continuar con la transformación que no para.
Esto es: transmutar su debilidad en fortaleza.
Un viejo adagio oriental sostiene que “a veces si fuerzas algo hacia un fin, produces lo contrario”. Horacio quiere y acaso merezca ser presidente, pero el karma de la falencia le juega en contra. Ese es su laberinto. Aunque sea injusto.
Patricia Bullrich o la asertividad política existencial
Patricia Bullrich representa un caso paradigmático de lo que se denomina “Animal político”. Y, en la jerga faunística contemporánea representa a un auténtico Halcón (o “Halcona”, lenguaje inclusivo dixit).
Sus detractores le cuestionan que anduvo por todos lados, que su pasado la condena (aunque no más que a muchos otros dirigentes políticos). Pero hay una mirada alternativa de ese pasado que más que condenatoria resulta halagadora. Patricia siempre se pasó la vida peleando. Es una luchadora todo terreno. En los 70, siendo una adolecente, se enfrentó al poder del imperialismo. En los 90, a las tropelías de Hugo Moyano, quien pretendía bajarle el precio llamándole “La piba”.
Cuando fue ministra de seguridad, se enfrentó al narcotráfico. Y no sucumbió a la tentación de renunciar a sus convicciones para disfrazarse de corrección política en casos complejos como los de Luis Chocobar y Santiago Maldonado.
“La próxima vez te rompo la cara. Conmigo no se jode” supo decirle a un funcionario macrista que la había cuestionado por TV. Entre tantos actos de beligerancia justiciera, Patricia Bullrich ha instalado una cruzada contra la tibieza inactiva disfrazada de virtud. Y ha enarbolado una lucha no menos intensa contra “La “religión oficial del progresismo”, que conduce al imposibilismo que obtura el cambio real y sustantivo. Patricia Bullrich predica la necesidad de no tener miedo de enfrentar a quien haya que enfrentar, para hacer lo que haya que hacer.
En una encuesta reciente, la Presidente del PRO se ubicó claramente en el primer lugar (y por varios puntos de ventaja) ante las preguntas “¿Qué presidenciables tiene mayor coraje para tomar las decisiones difíciles que el país necesite, si eso fuera necesario”, “¿Qué presidenciables son más capaces de luchar contra el delito y bajar la inseguridad”, “¿Qué presidenciables tienen mayor capacidad para combatir a las mafias, al delito organizado y al narcotráfico?”.
Como se señaló antes en pie de página, este artículo se había bosquejado antes de que Mauricio Macri tomara la decisión de dar un paso al costado en su candidatura. Entonces la sección dedicada a Patricia Bullrich se titulaba así: “Patricia Bullrich o la asertividad existencial condicionada”. Y, a efectos de caracterizar la dimensión laberíntica de cada presidencial, concluía así:
“Pero hay un problema. Su voluntad estaría condicionada a una voluntad mayor. La de Mauricio Macri. Porque, ¿qué haría Patricia si Mauricio intentara correrla de la misma carrera presidencial a la que antes, para esmerilar a Rodríguez Larreta, la alentó a ingresar?,¿Aceptaría Bullrich ser desterrada como candidata de provincia, solo porque el deseo del Jefe así lo dispone? ¿O será capaz de plantársele al mismo Macri y enfrentarlo? ¿Podría Patricia, siendo Patricia, consentir a ser menos que (según ella) el tibio Horacio, quien ya se atrevió a desafiar al líder?
Toda estrategia tiene un talón de Aquiles. Acaso Mauricio pretendió utilizar a Patricia para horadar la candidatura de Horacio. El problema es que ahora, puede que el asunto ya no tenga retorno. Como el vuelo de avión que despegó y, por ende, ya no puede abortarse, aunque exista peligro. Porque Patricia Bullrich ya se probó la banda presidencial y no solo le gustó, sino que la vio posible ¿Se animará a Patricia a dar esa batalla? ¿Se animará Macri a arriesgarse a perder no ya ante Cristina, sino ante Patricia misma?”.
Una semana después Mauricio Macri decidió públicamente dar un paso al costado. El miedo no es zonzo, dice el refrán. Quizás Mauricio entrevió que Patricia podría convertirse en un huracán imparable. Mauricio entonces se quedó sin candidatura. Y el autor de este trabajo se quedó sin ningún laberinto para Patricia. Y por si eso no fuera poco, en la encuesta post decisión de Macri realizada por quien escribe se reveló que: 1) Patricia Bullrich encabeza la intención de voto a presidente con 20 puntos, 2) Duplica al 10% que obtendría Larreta y 3) Capitaliza para sí el 75% de los votos que Mauricio Macri dejaría vacante. ¿Qué más podría pedir?
No sorprende, en la encuesta antes referida la otra pregunta donde Patricia Bullrich sacó una ventaja superlativa fue “¿Qué presidenciables le generan mayor esperanza de que Argentina pueda convertirse en un país mejor donde valga la pena vivir?”.
Javier Milei o el outsider en la cornisa del out
Uno de los grandes logros culturales de Javier Milei es haber legitimado a una derecha que se avergonzada de su condición. Porque lo cool era ser “progre”. Y porque ser “progre” equivale a ser moderno, open mind y buena persona. En cambio, ser de derecha suena a un ser arcaico y malvado. Un troglodita. Un individuo egoísta, discriminador e insensible. Entonces muchos de quienes se autopercibían liberales y/o de derecha, tendían a ocultarse antes de padecer el oprobio de aparecer como tontos o como malvados.
Ciertamente, “El peluca Milei”, le devolvió el orgullo a quienes se sentían liberales. O de derecha. Aunque más no fuera porque se sentían pertenecientes a una clase media cuyo “pecado aspiracional egoísta” era (Adelina Dalessio de Viola dixit.) desear ser propietarios antes que proletarios. O simplemente porque son comerciantes o quieren ser empresarios. O porque, como decía un personaje de la célebre película española “Solos en la madrugada”: “Nueve de cada diez personas que Ud. admira son de derecha”.
Para llegar a ese logro, Javier Milei pasó innumerables horas predicando los fundamentos del liberalismo y explicando a Von Mises, Hayek, Milton Friedman y la escuela Austriaca.
No queda claro cuántas de esas ideas comprendió ese gran público dispuesto ahora a votarlo. Pero lo cierto es que Milei cayó bien. Quizás porque algunas cosas sí se entendieron. Por ejemplo, aquello de que los políticos son una casta abominable que se roba la riqueza de los ciudadanos nobles ahogándolo con insaciables impuestos. O que la revolución necesaria que nos va a traer la felicidad radica en quemar el Banco Central, porque esa es la usina de la emisión y, por ende, de la inflación que nos destruye. O quizás, simplemente, porque mucha gente está harta y prefiere a un “loco desconocido” antes que a los corruptos o inútiles de siempre.
Pero, aunque una noción marxista no debería aplicarse para analizar a un liberal, aquí se tomará la licencia de señalar algunas contradicciones quizás estructurales en el discurso de Milei.
En primer lugar, como es sabido, ser liberal y ser de derecha ni son sinónimos ni se solapan plenamente. Como suele argumentar quien escribe, la política, como la vida misma, está también atravesada por el malentendido. Así, cuando Milei se autoproclama como liberal vociferando con fuerza, muchos se identifican con un líder nacionalista cuyo leimotiv es venir a poner orden. O porque cuando Milei se proclama antiabortista, aunque eso resulte más compatible con ser un conservador de derecha, antes que un liberal, quizás la gente se siente identificada solo porque Milei, utilizando sus propios términos, “está en contra de esos “zurdos de m…. “.
Por otra parte, lo que resulta quizás una contradicción más significativa (¿o una omisión?) es que Milei invita al “juego de la libertad beligerante”, antes que al de la democracia consensuada. O, mejor, a la épica de defender a la libertad con discursos de alto contenido beligerante. “No vengo a guiar corderos, vengo a despertar leones”, “¡Viva la Libertad, Carajo!”.
Javier Milei se presenta entonces como un cruzado en la lucha por la libertad, donde no se escatiman los discursos incendiarios. Se supone entonces que la libertad es lo que sobrevendría si se gana esa lucha. Es decir, liberar las potencias creativas de una sociedad para hacer un mundo y una vida mejores. Pero de eso Milei no habla. O sí habla, pero nadie parece escucharlo.
De modo que esa imagen constructiva de la libertad se sustituye por otras menos gráciles. Porque las imágenes más pregnantes de Milei son las de carácter bélico: “Voy a quemar el Banco Central”. “Los vamos a sacar a patadas en el c (…)”.
No es posible describir la figura de Javier Milei soslayando su dimensión de Personaje. Porque, muchos lo dicen, Milei es un rockstar. Lo cual supone una ética consustanciada con una estética (i.e. “Somos superiores ética y estéticamente”, Milei dixit.).
En efecto, existe un estilo Milei, una puesta en escena Milei y un look Milei, con camperas de cuero y rugir de leones. “Quieren épica, acá estoy”, parece querer decir Milei cuando actúa en modo de líder social.
Como todo líder controversial, Javier Milei despierta pasiones y rechazos. Algunos le temen. Quizás como se le teme a todo lo desconocido. Quizás porque lo asocian con Donald Trump y Jair Bolsonaro y éstos no les simpatizan. Quizás porque Milei hace y dice cosas que despiertan razonables temores. Porque, ciertamente, existen algunos problemas alrededor de la figura del líder libertario. Por ejemplo:
Milei se descontrola. Cuando algo no le gusta, Milei se torna fácil e intensamente irascible. Y saber qué lo hará descontrolar resulta casi impredecible. Y eso, que no es bueno para un dirigente, lo es menos para un presidente. Como se dijo en relación a Rodríguez Larreta, a veces la virtud, en su límite, se torna debilidad. Como el medicamento que cura en la dosis justa y enferma en la mayor.
Las intensidades de Milei son un arma de doble filo: generan la pasión del entusiasmo tanto como el peligro del descontrol. Quizás antes le sucedía con mayor frecuencia. Quizás ahora hace un esfuerzo para no sucumbir. Quizás se nota ese intento de controlarse. Quizás se nota que es un esfuerzo al borde del estallido. Quizás.
Pero hay más. En algún curso de liderazgo político quien escribe solía teorizar sobre cuatro dimensiones del liderazgo:
En primer lugar, existe lo que podría denominarse “Liderazgo social”. Esto es: la capacidad de un líder de empatizar, persuadir y entusiasmar a un grupo. En esta dimensión Milei merecería la calificación de 10.
Luego, seguiría la dimensión interna del liderazgo. Esto es, el “Liderazgo conductor”. Es decir, la capacidad de convocar y desarrollar una fuerza política coherente, homogénea y alineada hacia un objetivo común. Algo que Mauricio Macri hizo especialmente bien: armar equipos que, a la postre, conformaron un partido. Esta dimensión parece deficitaria en Javier Milei. Quizás la delega en su hermana Karina Milei, “La Jefa”, o en su armador Carlos Kikuchi. Pero no se lo ve personalmente demasiado involucrado o interesado. ¿Cómo hará entonces para armar su gabinete?
Luego, continuaría la dimensión de las alianzas, los acuerdos y los consensos. De la negociación con otras fuerzas políticas y sectores sociales. Es decir: la conocida “Rosca política” que alguna vez reivindicó Emilio Monzó. Esta asignatura Milei también se la llevaría a marzo. O quizás resulte “inaprobable”. Porque supone la verdadera paradoja estructural de Javier Milei. Su singular laberinto. El laberinto que atrapa a los que pretenden ser puros. Porque la casta son los otros.
Pero para armar una “anticasta” se necesita organizar otra casta. Aunque no se la llama “casta”, no por eso dejará de serlo. El barro de la política que expulsa a quien no quiere ensuciarse. Pero que puede envenenar a quién se anime a bajar a ese llano de “la rosca”.
Javier Milei, originariamente, se definió como la “anticasta”. Se dio entonces una esencia y una causa al tiempo que se inventó un personaje. Pero no advirtió que tal restricción autoimpuesta supone una Contradictio in terminis, una autocontradicción que atenta contra el futuro mismo de su posicionamiento de origen.
En síntesis, conforme a la referida conceptualización, la capacidad de liderazgo supone cuatro funciones básicas: Ser un buen líder de masas. Saber armar y conducir una fuerza política. Ser un hábil constructor de consensos y coaliciones. Y saber liderarse a sí mismo. Javier Milei es un león en el primero, pero parece no comprender en absoluto los tres restantes. En efecto, su capacidad de seleccionar y conducir una fuerza política resulta dudosa. Su capacidad de entretejer acuerdos y coaliciones atenta contra su misma esencia. Y, por último, sus constantes exabruptos y su intolerancia mesiánica revelan la dificultad para auto controlarse.
Milei se autopercibe como un león que ruge para despertar a la pasión liberal dormida. Esa es su mayor fortaleza. Sin embargo, cualquier exabrupto intenso e innecesario puede dejarlo afuera. La gran paradoja del “Peluca Milei” puede que sea entonces que lo que lo llevó a ser un auténtico outsider es lo mismo que puede ponerlo definitivamente out.
PARTE 2: Los que cuentan a pesar de sus chances
En aras de la extensión del artículo, se será breve con los candidatos que encuadran en la presente categoría de referencia
María Eugenia Vidal o la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser
Parafraseando la célebre cita de Julio César, “La chica de Flores (tomo prestado el apodo conferido por el Maestro Jorge Asís) podría sintetizar su historial político así: “Fui. Llegué. Vencí. Perdí. Partí. Volví y ahora quiero volver a ser jugadora de las grandes ligas”. Triunfé, perdí y volví a triunfar podría ser la crónica de una ganadora resiliente. Pero no. A Mariu ahora no le dan los números. Un magro 2% alcanza para muy poco. Es que de tanto ir y venir ya se desgastó la figura. Quien puede lo más, puede lo menos es una gran verdad. Pero para quien no pudo lo menos de la provincia, es difícil tener chance en lo más que representa el país. Es un gran problema. Este magro 2% pone a María Eugenia muy lejos de aquel pretendido “Plan V” que pudo haberla convertida en presidente.
Y el gran pueblo bonaerense que represente un 37% del país no parece perdonarle haberlos abandonados luego de tanta celebración amorosa. Te fuiste y “nos dejaste de garpe”, dirían en el barrio que ya no existe. Lamentablemente, María Eugenia Vidal encarna como nadie aquello de “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser” Al menos hoy. Mañana (en otra elección), quizás.
“Lilita” Carrió o la eterna ilusión de volver
Más por interés que por enojo, “Lilita” Carrió, lanzó su candidatura. Más como estrategia para fijar posiciones que como mera candidatura testimonial. Léase, preservar su espacio. No dejar afuera a su propia tropa. Tal vez pueda colársele aquel anhelo quimérico de enfrentar por fin a Cristina y de una buena vez, ganarle. Porque “Lilita” Carrió alguna vez estuve cerca, de poder ser presidente.
Fue en el 2007, si hubiera habido ballotage. Porque al mediodía de ese domingo de votación Cristina no llegaba al 40%. Pero, en una jornada confusa, al fin llegó y superando el 45%. Game over: Cristina presidente y “Lilita” derrotada. Y poco tiempo después, implosionó descendiendo casi al 1%. Pero cual ave fénix, años después, volvió a ilusionar con aquel 50% de CABA. Es posible que “Lilita” tenga el deseo de que, como dicen algunos, los astros por fin se alineen y conspiren a su favor. Aunque eso sea más del orden de la quimera que de la realidad. Porque, casi como Vidal, “Lilita” ni siquiera alcanza llega al 2%, Tal vez lo de ella, más que un auténtico laberinto, no sea sino un antiguo Karma que se resiste a liberarla.
Facundo Manes o de la imposibilidad de jugar a medias
La sabiduría futbolera es una de las tantas gamas del ingenio. “Mostaza” Merlo lo dijo con austera elocuencia: “Paso a paso”. Pero para el ímpetu del neurocirujano aquella receta de “Mostaza” no sirve. “Que sea todo o que no sea nada”, parece pensar. Parafraseando a Luca Prodan, “¡Se lo que quiero, pero lo quiero ya!”. Facundo quiere (o quiso) genuinamente ser el Presidente de una Argentina moderna. Una especie de Sarmiento del siglo XXI. Una reencarnación de aquel espíritu fundacional de la generación del 80. Y tendría con qué. Pero el hombre es demasiado impaciente. O ambicioso. Lamentablemente, hoy no llega al 3%. Demasiado cabildeo. Demasiada sinuosidad. O demasiado ego para saber conjugar el arte de la espera. Ya lo sabemos: cuando se aspira a todo, pero no es el momento, se corre el riesgo de quedarse sin nada.
Facundo Manes es un pensador brillante. Quizás podría ser un buen ministro de educación. Tal vez, el mejor. Para un país que sentencia cotidianamente que el único modo de salir de la decadencia argentina es a través de la educación, el Dr. Manes podría encarnar un necesario liderazgo. Pero debería ser paso a paso. Con predicar la empatía no basta. Sobre todo, cuando se carece de la misma a la hora de interpretar la elusiva psicología de las fuerzas políticas.
Demasiado ego para ser segundo. Demasiado ego para esperar. “En casa de herrero cuchillo de palo”, para quien predica contra el flagelo contemporáneo de la ansiedad.
El Dr. Manes irrumpió en la Pcia. de Buenos Aires en 2021, logrando una performance exitosa.
Devolver la autoestima a un radicalismo alicaído desde hacía tiempo no fue una empresa menor.
Entonces podría haber capitalizado ese indiscutible éxito. Podría haberse hecho fuerte en la provincia inviable. O aplicar su inteligencia superadora para gestionar el cerebro de la política. O diseñar una revolución educativa auténtica para comenzar a posicionarse como la encarnación de Sarmiento. Pero no. Como cualquier aprendiz hijo de vecino, el eximio neurocientífico se mareo de éxito. Demasiado ego para conformarse con chiquitas. El autor de estas líneas ya lo entrevió tempranamente, luego de aquel triunfo importante. Cuidado, Facundo Manes tiene un problema: es demasiado ambicioso y tiene un ego inflado. Si algo no le gusta, a la primera de cambio, patea el tablero y los deja a todos plantados.
Entonces, absurdamente, naufragó en la estrecha isla de la empatía significante. La que tampoco ejerció. Porque, como le gusta repetir, en lugar de sobrevolar la grieta saliendo del laberinto por arriba, se dedicó a ejercer la chicana fratricida e inconducente cuyo blanco preferido fue Rodríguez Larreta, primero, y Mauricio Macri, después.
Entonces, en lugar de mostrarle a la sociedad la utopía magnificente de la educación y la ciencia, Manes se dedicó al vano devaneo de la disputa política de cabotaje. Atacando a Macri en discusiones estériles, más allá de la cuota de razón que le cabía. ¿Y el plan educativo Dr.? No sabe, no contesta. Lo seguiremos esperando. En casa de herrero (…).
Gerardo Morales o el ímpetu por gestionar encerrado en un envase perdedor
Gerardo Morales, aunque no es un político sub 50, sí es un gobernador moderno. Y razonablemente exitoso. Su agenda del litio y la explotación industrial de cannabis medicinal. Contrastan claramente con el estereotipo del caudillo feudal anacrónico de provincias norteñas.
Pero tiene un problema. Pertenece al radicalismo. El partido centenario de las glorias de Irigoyen. y Alfonsín, de la ejemplaridad de Don Arturo Ilia. Pero también del que persiste como socio menor del Pro. O del que está condenado a aportar más de que lo recibe. Vaya a saber por qué extraño designio. A diferencia de la ambición desmesurada de Facundo Manes, la posición de Gerardo Morales encuadra mejor en la de un realismo austero y pragmático. Lo cual transforma la debilidad de pertenencia a un partido que no logra volver a estar acorde con las glorias pasadas, en una certera vocación vicepresidencial de Horacio Rodríguez Larreta. Quizás, a veces, la política es, sencillamente, el arte de lo posible.
Juan Schiaretti o el arte del amague serial
El Gobernador de Córdoba podría ser un buen Presidente. Pergaminos no le faltan. Haber gobernado de modo aceptablemente exitoso una provincia importante y compleja como es Córdoba, no es poca cosa. Juan Schiaretti podría entonces ser un buen presidente para Argentina.
Pero hay un problema: primero debe ganar la elección. Y hoy tiene apenas un 2%. Probablemente porque la mayoría del país no lo conoce. Y quizás Juan Schiaretti no sea conocido simplemente porque no se decide plenamente a darse a conocer. En 2019 fue miembro fundador de aquella ilusión fallida que se denominó “Alternativa Federal”. Pero luego de su resonante reelección como Gobernador de Córdoba y cuando se esperaba que por fin pusiera orden en la alta conflictividad que acaecía dentro del espacio debido a las pretensiones señoriales de Roberto Lavagna, se limitó a decir que no esperaran que él fuera “el macho alfa” del peronismo. A confesión de partes, relevo de pruebas.
El “Cordobesismo”, expresión que porta el orgullo de ser cordobés, es una fuerza importante. Pero en Córdoba. Jugar a nivel nacional, en cambio, requiere de otros ingredientes. Por ejemplo, la voluntad de hacerlo sin tantas vueltas y dilaciones.
Tal vez tengan razón los analistas políticos más ilustrados: la tibia candidatura de Schiaretti solo encubre el objetivo de posicionarse mejor en su provincia. Otra manera de significar que el gobernador de Córdoba, más que un auténtico candidato a presidente, es apenas un “amagador serial” sin convicción seria de concretar un proyecto presidencial. Si esto fuera cierto, entonces lo de Schiaretti, más que un laberinto verdadero simplemente se trataría de ausencia propositiva.
Santiago Cúneo o la potencia en busca de la forma
Santiago Cúneo, aunque menos conocido, es una de las voces potentes de la política. Potencia discursiva atravesada por un exceso verbal que, según sus detractores, bordea la violencia discursiva. Pero voz potente al fin.
Entre otras virtudes, Santiago Cúneo es un analista político de primera. sobre todo, en lo concerniente a la dimensión geopolítica. Pero entre tales virtudes destaca especialmente la ser el autor de un proyecto de rediseño del federalismo, plasmada magistralmente en su libro “Democracia confederal”.
Allí, Santiago Cúneo no se anda con chiquitas. Porque convoca a una rebelión política radical para —según su visión— salir del agotado modelo de La república, para ingresar en el revolucionario (y alguna vez fallido) modelo de la Confederación. Acostumbrados a grietas tan perniciosas como banales, quizás la invitación de Cúneo resulte saludable. En efecto, el ejercicio de pensar sobre el significado de la disyuntiva entre República o Confederación, resulte un camino mucho más interesante y conducente que agotarse en la estéril disputa entre kirchnerismo y macrismo.
Santiago Cúneo. La confederación o la República. “Quieren ideas nuevas, acá esto yo”, parece decirnos. Aunque lo nuevo sea un remedo de algo que alguna vez pudo ser pero que, finalmente, no fue. Pero que podría ser. Quizás lo revolucionario radique en volver a una encrucijada de la historia donde se tomó un camino equivocado. Y lo de Cúneo sea una invocación a responder ¿en que extraño laberinto nos perdimos?
Aunque Santiago Cúneo coseche ahora solo un 0,4% del voto presidencial. Por ahora. Porque Cúneo se revela como una pura potencia en busca de forma.
Miguel Ángel Pichetto o la inteligencia estratégica incomprendida
Como el autor de estas líneas, son muchos los que lo piensan: Miguel Ángel Pichetto acaso sea el mejor estratega de la política. Pero hay un pequeño problema. Son pocos los que lo advierten. No obstante, Pichetto insiste en decir lo justo y necesario para repensar posibles soluciones para la Argentina. Pero pocos lo escuchan. Quizás porque pocos lo entiendan.
Como se señaló antes, a propósito de Rodríguez Larreta, a Miguel Pichetto le cabe la referida paradoja de la inteligencia: para comprender a un pensador inteligente el interlocutor debe ser también inteligente o, al menos, disponerse a la comprensión.
Cabe sospechar que el discurso de Pichetto está condenado a quedar circunscripto a una reducida elite. El resto, o no lo entiende o no le interesa intentarlo. Probablemente porque le interese más las rencillas políticas de cabotaje que adentrase en el exquisito juego de la inteligencia política.
En una encuesta reciente, Miguel Ángel Pichetto apenas alcanzó un 0,5 de intención de voto a presidente. Es evidente que ese resultado es injusto. Porque a la opinión pública impermeable a reconocer el talento del pensador rionegrino le cabe aquello que suele decirse en la cotidianeidad: “Es lo que hay”.
Nazareno Etchepare o el liberalismo racional que permanece invisible
Nazareno Etchepare representa un caso singular del escenario electoral actual. Fue el primer dirigente que definió su candidatura presidencial a inicios de 2022. Pero es el menos conocido.
Aunque en su partido, denominado “Demos”, se jactan de tener representación en casi todas las provincias y en la mayoría de los partidos de la Provincia de Buenos Aires.
Nazareno Etchepare es un joven abogado que se presenta como liberal. Aunque su nombre no trascendió, su inicio en la política comenzó en aquellas jornadas del 18N, y otras tantas celebradas en 2012, cuando una serie de movilizaciones masivas comenzó a ponerle límite a ese desvarío de una “Cristina eterna”. Un joven Etechepare fue entonces uno de los importantes mentores de aquellas impresionantes movilizaciones ciudadanas.
A diferencia de Javier Milei, Etchepare se define como un liberal racional y constructivo. Su discurso tiene una impronta inconfundible: prevalecen los conceptos antes que las estridencias.
Por otra parte, el sello de su ideario está dado por su concepción geopolítica de la política nacional. Quizás en esto no sea original. Porque, aunque el pensamiento del General Perón se ubique en las antípodas del liberalismo de Etchepare, en algo coinciden: “La verdadera política es la política internacional”.
En las encuestas recientes Nazareno Etechapare alcanza apenas un magro 0.4%. No es poco para empezar. Aunque resulte injusta la abismal diferencia de caudal electoral que tiene respecto de Javier Milei. Porque, más allá de las diferencias notorias, ambos son liberales. Solo que uno es el rockstar que se esforzó en construir. Mientras que el otro, como suele decirse, es un dirigente al que aún le falta mucha instalación.
Epílogo
Se ha intentado conjeturar sobre la naturaleza de los laberintos en que se encontrarían sumidos algunos presidenciables, Sin duda, razones de espacio obligaron a dejar afuera a candidatos como Daniel Scioli, Wado de Pedro o Juan Grabois. Su análisis quedará para otra ocasión. Con todo, se ha trazado un panorama que incluye tanto a varios de los quienes tiene chances, como a otros que tendrían poca.
Se ha tratado de los asimétricos dones de las virtudes y las debilidades de los candidatos. Y de sus azares asociados. Sobre el malentendido en la política. Sobre posicionamientos políticos, instalaciones mediáticas e injusticias varias.
Aunque no se lo refirió de modo explícito, se ha dejado entrever que si la lista de presidenciables fuera desconocida y se hiciera una especie de casting de propuestas y habilidades persuasivas donde la ciudadanía pudiera votar, quizás los resultados sería bastantes diferentes al que hoy indican las encuestas y el análisis político.
Por último, una reflexión de índole epistemológica. En “El idioma analítico de John Wilkins”, la exquisita imaginación de Jorge Luis Borges nos invita a pensar en la arbitrariedad de las categorías clasificatorias. En la jerga del análisis político de estos días, tales categorías se agotan en la distinción entre “halcones” y “palomas”, que se suma a las ya clásicas de izquierdas y derechas, peronismo y antiperonismo, kirchnerismo y gorilismo, etc.
Pero el análisis realizado revela la posibilidad y conveniencia de otros marcos clasificatorios, también relevantes para comprender la política. Aunque resulten tan arbitrarias como el pretendido idioma de John Wilkins, a continuación, se enumeran algunas de esas posibilidades de categorizar a los candidatos:
1. Los que tienen o podrían tener alguna chance: Cristina Kirchner, Patricia Bullrich, Sergio Massa, Horacio Rodríguez Larreta, Javier Milei, Alberto Fernández.
2. Los que no tienen o difícilmente tengan chances: “Lilita” Carrió, María Eugenia Vidal, Facundo Manes, Gerardo Morales, Juan Schiaretti, Santiago Cúneo, Miguel Ángel Pichetto, Nazareno Etchepare.
3. Los que son o podrían ser auténticos “animales políticos”: Cristina Kirchner, Patricia Bullrich, Sergio Massa, Javier Milei, Santiago Cúneo.
4. Los que poseen clara capacidad de trabajo y gestión: Sergio Massa, Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales, Juan Schiaretti.
5. Los que se perciben con el suficiente coraje para tomar decisiones más difíciles: Cristina Kirchner, Patricia Bullrich, Sergio Massa, Javier Milei, Santiago Cúneo.
6. Los inteligentes que poseen buenas ideas, pero que aún no logran sobresalir suficientemente: Horacio Rodríguez Larreta, Facundo Manes, Gerardo Morales, Juan Schiaretti, Nazareno Etchepare.
7. Los que efectivamente, podrían ser presidentes: Cristina Kirchner, Patricia Bullrich, Sergio Massa, Javier Milei.
8. Los que para ser presidentes dependen más de sí mismos que de las complejas vicisitudes de la realidad: Cristina Kirchner, Patricia Bullrich, Javier Milei.
9. Los que para ser presidentes dependen más de las complejas vicisitudes de la realidad que de lo que son capaces de hacer por sí mismos: Sergio Massa.
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