Biología, liberalismo y transgéneros

No se trata de “rechazar la biología”, sino de rechazar el maltrato

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REUTERS/Octavio Jones
REUTERS/Octavio Jones

Hay ocasiones en que los que se identifican como liberales reaccionan frente a ciertos temas sin estar debidamente empapados de la cuestión.

El problema es que al proceder de esta forma pueden terminar ingresando en contradicción con esa misma identificación política que dicen tener.

La ocasión que me gustaría abordar hoy es el debate sobre las personas transgénero. Especialmente a la derecha del espectro ideológico se multiplican los personajes que se dedican permanentemente a ridiculizar, denostar, estigmatizar, y cuestionar a las personas trans y a todas aquellas agrupaciones políticas que busquen visibilizarlas, entenderlas o protegerlas (de estos y otros ataques).

Muchos liberales, creyentes en que esta nueva “ideología de género” va a recortar su libertad de expresión o va a incrementar el gasto público, se suman a la horda y terminan fortaleciendo el bullying mediático, aplaudiendo a gente que se refiere (principal, pero no exclusivamente) a los transgénero como enfermos mentales, degenerados, pedófilos o simplemente desviados y anormales. Digo principal pero no exclusivamente porque en este ataque también entra de manera sutil cualquier identidad de género y orientación sexual que esté, de alguna manera, fuera de “lo normal” o “lo natural”.

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Como si para oponerse a la potencial censura o al potencial subsidio hubiese que adoptar una postura de ofensa e insulto contra algunas minorías.

Un argumento que se usa de manera sistemática para marginar y rechazar la –llamémosle- reivindicación trans, es el biológico. A saber, que como la biología indica que existen dos sexos, entonces no es admisible que alguien biológicamente hombre quiera ser tratado como una mujer. A grandes rasgos, según la biología, la especie homo sapiens se divide en dos grupos, los machos y las hembras, de acuerdo a su composición cromosómica. Y este es el fin de la discusión, machos son todos los hombres, hembras, todas las mujeres.

Consigna exhibida contra una marcha contra la "ideología de género" (Nicolás Stulberg)
Consigna exhibida contra una marcha contra la "ideología de género" (Nicolás Stulberg)

Nadie pelea con la biología

Hay dos respuestas a este argumento. La primera es que nadie, ni siquiera en el feminismo, se está peleando con la biología.

Al respecto, en Verbal, Schwember y otros (2021), se sostiene:

“… lo que el feminismo históricamente ha hecho no es sostener la inexistencia del sexo o de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, tampoco negar la posibilidad de que a partir de ellas se generen diferencias de comportamiento. Lo que el feminismo históricamente ha hecho es señalar el papel del género como herramienta de dominación. Es decir, como un instrumento que apunta a situar a las mujeres en un estado de subordinación respecto de los hombres”

Se puede discutir si el género como herramienta de dominación es una buena descripción de la realidad histórica o no lo es. Pero no se puede adjudicar al feminismo una negación de la realidad biológica.

Más adelante en la obra se afirma también que:

“En definitiva, la teoría queer llama la atención acerca de la rigidez de las concepciones tradicionales del género, intenta negar la existencia de una correspondencia biunívoca entre el sexo biológico y el género, así como la existencia de un numerus clausus por lo que a la identidad de género respecta, y reivindica el derecho a vivir según su propia identidad de género de todas las personas cuyas identidades no se ajustan a los patrones dominantes de género”

De nuevo, no hay debate sobre la biología, sino sobre el rol de las personas en la sociedad y el trato que debemos darles a ellas en base a lo que ellas deseen. El debate, por tanto, no es biológico, sino moral, jurídico y político.

Los derechos individuales tampoco son biológicos

Ahora bien, curiosamente, este tema debería ser muy claro para los liberales que se preocupan principalmente por la defensa y el superior estándar moral y jurídico de una cosa llamada “derechos individuales”.

En un reciente debate que tuvo lugar en la Ciudad de Buenos Aires, uno de los oradores me remitió a una frase del filósofo contemporáneo Yuval Harari. Harari sostiene en su obra “Sapiens” que:

“Desde la Revolución Cognitiva, los Sapiens han estado viviendo en una realidad dual. Por un lado, la realidad objetiva de ríos, árboles y leones; y, por otro lado, la realidad imaginada de dioses, naciones y corporaciones. Con el paso del tiempo, la realidad imaginada se volvió cada vez más poderosa, de modo que hoy la supervivencia misma de ríos, árboles y leones depende de la gracia de entidades imaginadas como dioses, naciones y corporaciones.

Sin embargo, la otra cara de esto es que la realidad imaginada no es una mentira o un engaño porque la realidad imaginada tiene poder en el mundo real. Los seres humanos crean realidades imaginadas, como sistemas legales, creencias religiosas y valores morales, y estos sistemas dan forma a nuestro comportamiento, creencias y normas sociales. Sin embargo, si miras a los humanos desde una perspectiva biológica, no encontrarás ningún derecho. El concepto de derechos solo existe en la imaginación compartida de los humanos”.

REUTERS/Rebecca Noble
REUTERS/Rebecca Noble

El planteo de Harari no tiene nada de diferente a lo que en el siglo XVIII planteaba el celebérrimo liberal David Hume, para quien los derechos no provenían ni de la naturaleza ni del orden divino, sino que eran simplemente una convención social conveniente. Los estudiosos de Hume coinciden en sostener que ni siquiera el derecho de propiedad era algo natural e inalienable para él, sino una convención social muy útil no solo para generar prosperidad económica, sino para garantizar la paz social.

¿Y qué tiene la biología para decir acerca de esto? Absolutamente nada. De hecho, si fuera por la biología, no habría nada que oponerle al canibalismo. Si un ser humano de mayor contextura física decide asesinarme a golpes y utilizar mi cuerpo como su cena de la próxima semana, nada encontraremos en la ciencia biológica o médica que lo prohíba. El biólogo y el médico coincidirán, a lo sumo, en describir que, dada la fuerza superior, y el esquema dentario del victimario, éste procedió a satisfacer su necesidad de alimento.

Ahora ningún liberal permitirá que esto suceda o le parecerá moralmente aceptable que eso pase. Y, curiosamente, ningún liberal objetará que oponerse al canibalismo constituya una barbaridad anticientífica porque está en contra de la biología. Sí, prohibir el asesinato está en contra de cierta capacidad biológica de las personas, pero es una ficción jurídica clave para preservar nuestro deseo innato de libertad y para garantizar la convivencia pacífica de la sociedad. Y eso es lo que le interesa al liberalismo. La libertad personal de los individuos de una comunidad y su coexistencia pacífica.

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Volvamos entonces al punto original: el debate político acerca del trato que exigen que les demos y que debemos darles a las personas trans no es un debate biológico. De hecho, los médicos y biólogos tendrán sus conversaciones en torno al asunto e irán llegando a diferentes conclusiones en la medida que siga avanzando el conocimiento científico. Pero no hay nada, absolutamente nada, ni en la biología, ni en los cromosomas, ni en los órganos del cuerpo de las personas que pueda indicarnos al resto de los ciudadanos la forma en que tenemos que tratar a nuestros vecinos.

Y a eso se reduce “la cuestión trans”. No se trata de “rechazar la biología”, sino de rechazar el maltrato, la estigmatización, y el ataque permanente contra la dignidad humana hacia los miembros de este colectivo. Llamo a todos los liberales a reflexionar sobre este punto y no sumarse a la horda reaccionaria. Y los que no son liberales, allá ellos. Al menos no ensucian la filosofía política que más progreso le ha traído a la humanidad.

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