La Doctora tiene la bolilla negra en Estados Unidos. Lo anticipó, con gráfica gestualidad, tres años atrás, un encuadrado occidentalista del peronismo. Con el pulgar marcó primero hacia arriba. El Norte. El Departamento de Estado o El Comando Sur. E inmediatamente con el mismo pulgar marcó hacia abajo. Game Over. Nada que hacer. Juego terminado. Estampilla indeleble. Sin retorno. La maltratan con la bolilla. La tildan de corrupta, equiparable al ex presidente Horacio Cartes, de Paraguay.
Coincidencias inquietantes. La declaración condenatoria del senador Ted Cruz. O de la parlamentaria Elvira Salazar. Misiles orales que La Doctora interpretó, en defensa propia, como otro complemento banal de las desdichas internas. Irresponsablemente, Estados Unidos le reserva a La Doctora el destino de Nicaragua o de Cuba (ya no de Venezuela, la condena disminuye por la energía espiritual de Chevron). Paradójicamente la bolilla negra se explicita cuando La Doctora, a través de Sergio Massa, El Profesional, avala el desplazamiento hacia el centro.
Y cuando sin otra alternativa, con su silencio, avala los suplicantes contactos con Washington. A los efectos de llegar, con oxígeno, a la frontera de la elección que asoma con desventura. Cae entonces la bolilla negra cuando el presidente Joseph Biden, El Abuelo Dulce, recibe en la Casa Blanca al presidente Alberto Fernández, El Poeta Impopular. Para una cumbre que La Doctora -con el mismo embajador Jorge Argüello- nunca pudo conseguir. Solo pudo compartir con el ex presidente Barack Obama, El Keniano, una sesión especial del Consejo de Seguridad. Cuando, con suficiencia nerviosa, supo bajar línea en asuntos globales.
La coronada fotografía de Alberto, para su álbum, coincide con otra estrategia suplicante. Es Biden el líder de la superpotencia que declina ostensiblemente. Debe esmerarse en cuidar cada baldosa del patio trasero. Para que no le ocurra lo mismo que en Medio Oriente. La apodada América Latina nunca debe caer seducida por la audacia y los billetes de la otra potencia ascendente que se dedica a humillarla. No se trata solo de la carrera tecnológica perdida por el sustancial 5G. Inapelablemente Huawei impone la superioridad (leer «El 5G y la poética del espectro»). Ahora China devalúa a Estados Unidos también en la esfera diplomática.
Reconciliación de Arabia Saudita con Irán
Al reconciliar a Arabia Saudita con Irán (al árabe con el persa, al sunnita wahabi con el chiita), por iniciativa del presidente Xi Jinping, China logra el acontecimiento diplomático que planta influencia en la región. Mientras tanto acentúa la ostensible pérdida de influencia de Estados Unidos. En efecto, el canciller de Irán, Hossein Amir Abdollahian, y el canciller del reino saudita Faisal bin Farhan, desde Beijing instrumentaron la próxima reposición de embajadas. Para lícita preocupación, también, de Israel, donde proliferan despiadadas críticas de la oposición al gobierno derechista de Benjamin Netanyahu. Cuestionan la “infalible” inteligencia. No advirtió sobre el entendimiento «histórico» que modifica el eje de conflicto en la región.
Debe aceptarse que China, sin jactancia, muestra su triunfo. Ante el desconcierto La humillación de China a la Unión Europea y a Estados Unidosde la Unión Europea y el reposo gestionario de Estados Unidos. Dos poderes (UE y USA) encuadrados. Ambos surten de ferretería militar a Ucrania. En el conflicto mundial contra la Rusia invasora que mantiene el respaldo de la potencia maligna. Mientras tanto Irán perfora la idea instalada del aislamiento. China marca la distancia que Arabia Saudita tomó de Estados Unidos, el máximo aliado y protector. Durante décadas, sobre las cenizas de miles de muertos en guerras fatídicas, funcionó el implícito pacto de intercambio. Petróleo por seguridad. Energía segura por ferretería sofisticada.
El error de Biden consistió en “hablarse encima” (habitualidad que lo unifica con Alberto). En la campaña electoral, el Abuelo Dulce se mostró más defensor de los derechos humanos de lo que correspondía. Al extremo de prometer la condena al reino de Arabia Saudita. Lo calificaba como «Estado Paria». Consecuencia del descuartizamiento del opositor Jamal Khashoggi, colaborador del Washington Post. Cortado en cuadraditos en el consulado saudita de Estambul. Al final Biden le ganó a Donald Trump, The Fire Dog. Pero MBS no perdonó. Mohamed bin Salman, el príncipe heredero del poder real, jefe virtual del Estado Paria. Sin emitir palabras ofensivas MBS activó, en tándem con Vladimir Putin, en la OPEP. Para manipular la producción y el precio del petróleo en instancias de escasez.
El cierre de las canillas de Rusia mortificaba a los países presentables de una Europa energéticamente debilitada. Mientras tanto Putin se dedicaba prioritariamente a la destrucción. La invasión a Ucrania fue catastrófica. Salvajada inimaginable cuando la Unión Soviética era dirigida por el ucraniano Nikita Kruschev. La humillación de China a la Unión Europea y a Estados UnidosLa salvajada se debía al avance desmedido de la OTAN. Organización del Atlántico Norte conducida a la distancia por Estados Unidos, potencia salvadora. Pero en realidad los rusos jamás aceptaron la Ucrania independiente. En tiempos gloriosos de la URSS, para homenajear al visitante, se le podía decir: “Tovarich, no deje de conocer la bellísima Kiev, capital de la República Socialista Soviética de Ucrania”.
De pronto el aliado con el enemigo
Preocupación de Israel. El enemigo Irán clausura de pronto el tendencioso aislamiento. El acuerdo mitiga diversos conflictos regionales. Desde Yemen o Siria hasta Libia e Irak. Matanzas que fueron y son aún financiadas por sauditas en desmedro de Irán, y viceversa. Para algarabía de los corporativos de la industria armamentista. Proveedores de la ferretería americana (o israelí). Mientras tanto, Netanyahu, El Bibi, estaba confiado en el pacifismo de las «ramas de olivo» sauditas. Expresiones de paz. Permitía que su inmoderado ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, proclamara que “el pueblo palestino no existe”. Admitía que los colonos, a los tiros, en Cisjordania, expulsaran a los palestinos imaginarios. Entonces Netanyahu, de pronto, debió sorprenderse. La reconciliación del aliado, Arabia Saudita, con el máximo enemigo, Irán. Con la instrumentación de China que, en simultáneo, apunta ambiciosamente más arriba aún. Wang Yi, el canciller, casi un discípulo de Henry Kissinger, se atreve a presentar un plan de paz. Se entromete la diplomacia china en la contienda mundial de Rusia contra Ucrania y la ferretería asociada de la OTAN. Más la ferretería de la superpotencia que incentiva el conflicto.
Para acabar con la desgracia de Rusia. Fascinados, acaso, por la magia patriótica de Volodimir Zelenski, el gran actor de Kiev. Unánime defensor del pueblo ucraniano que conmueve desde la televisión mientras monologa en uniforme de combate.
Final con trebejos
Se entiende que Estados Unidos ya no pueda perder el menor trebejo en este ajedrez universal. Y que Biden se esmere en persuadir al suplicante Alberto, presidente del ex gobierno de La Doctora, portadora de la bolilla negra. Entonces China no debe venderle un pepino a Argentina. Ningún avión. Tampoco construir ningún puerto de aguas profundas. Ni siquiera un muelle para los pescadores furtivos. Ningún telescopio para contemplar el sistema solar de Patricio Zain y menos una planta nuclear. Es una dictadura comunista totalitaria que tiene que estar presupuestariamente lejos. Aunque el billete siempre sea la gran tentación.
Argentina tiene que cumplir. La estrategia suplicante suele ser efectivamente eficaz. Se llegará con holgura occidental a las elecciones desventuradas. Y es probable, entre tanta fantasía, que hasta puedan ganarlas. O por lo menos pelearlas. El fenómeno riesgoso de la fragmentación brota en simultáneo con la carencia recíproca de liderazgos. De continuar por la pendiente de la declinación, la bolilla negra que Estados Unidos le planta a La Doctora podrá presentarse, en el futuro mediato, como mérito. Un logro hoy demasiado prematuro. Para confortar, acaso, a los bisnietos.
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