Por momentos- todos los días, en realidad- se dan señales de algo parecido. “El suicidio es el único tema de la filosofía”, dice el terrible nihilista pensador rumano trasladado (Paris) de país y de idioma . Pero, ¿puede suicidarse un país? Nadie puede decir con certeza las negras, secretas razones del suicida, como un objetivo deliberado: pueden ser muchos y dependen de un número casi imposible de determinar.
La caída se expone todo el tiempo. En la ciudad ,que los gobernantes nacionales dale que dale con su “opulencia” a partir de posiciones acerca de la historia: más manos liberal y revisionista, divididos los últimos en nacional falangista y católica y el revisionismo con legendarios caudillos acompañados de respectivas chacareras en su memoria, opresión del Puerto sobre las provincias, la influencia con su mayonesa de trotskismo y peronismo, presencia popular y militar, figura mayor de la izquierda nacional, Jorge Abelardo Ramos.
En tanto, la división azuzada por la guerra fría y Cuba, se hizo más y más aguda. El mito o propuesta de la patria grande no fue ajeno al “Colorado”, a Ramos: “Somos argentinos porque no supimos ser americanos”. Apenas unos pocos lúcidos sin ser escuchadas adelantaban algo rarísimo: el tsunami por períodos aunque siempre repetidos.
Pero aquí no se propone ninguna clase de ensayo -quedaría grande de sisa-, sino el intento del título. Por enorme que parece, el 40 por ciento de pobreza, en crecimiento y estricto y con un 34 de chicos, gatillo sobre el presente y sobre el futuro. Cuarenta años atrás, la pobreza se medía en 8 por ciento y el 3 en desocupación. La comparación entre contextos es un método que puede oponer argumentos, pero los números son los números. En los últimos treinta años, la Argentina es el único país de América Latina que aumentó sin pausa la su pobreza, mientras los demás, sin llegar a una distribución mejor ni a la perfección que no existe, la ha reducido en todos los casos. El único.
Por estas horas la abulia y la apatía signan las elecciones próximas. Ningún entusiasmo, ninguna ilusión. El ánimo prevaleciente es ocupado por la idea de que el país no tendrá manera de arreglar el vergonzoso ofrecido desde el gobierno, donde los chismes y traiciones resultan vanos si se trata de encontrar a un candidato fuera de Cristina, por otra parte ya corta de relato, de ganas y sentido.
En el terreno político se compite sin que las personas no encuentran comprar lo indispensable, comida, alquiler, cobijo. La Caja Pan, con el inicio del Raúl Alfonsín fue una herramienta de urgencia y constaba de leche en polvo, fideos, un pequeño paquete de galletitas, aceite, puré de tomates, un tarro pequeño de dulce de leche, harina y tres latas envasadas. Un parche que hoy sería irrisorio con millones de planes, comedores de intendencias, aportes de intendencias, iniciativas particulares, sin que se alcance a satisfacer los alimentos necesarios, que se venden a precios carísimos y en escalera empujados por una inflación despiadada.
Se podrían encolumnar datos de la calamidad, encuestas, el campanazo periódico de INDEC , cruces de cifras. Aquí vemos lo que ocurre, además. Aún si se cumple el deber de neutralidad para mirar la Argentina que amenaza con suicidarse - la objetividad es puro ectoplasma: todos tienen ideas y deseos en torno a cómo debe ser una sociedad y con menos fatigas y penurias-, y ese deber se impregna de una decadencia pestífera que se transforma en una gran bola en pendiente.
Chicos de nueve años que no saben leer ni escribir, destrucción de la educación agobiada, además, por gremios docentes unilaterales y adoctrinadores con toda desvergüenza. ¿Qué serán de esos chicos a los dieciocho, veinte? Nada. Sonámbulos. Zombies.
La ferocidad del delito no es un invento “de la derecha”: es vivir sin descanso en el miedo. Hay una franja sin gobernar. Un gobierno, un barco sin timón, y sin rumbo, al ritmo de la discusión de élite, de palacio, de mesas chicas, gritos y susurros a espaldas de lo que no vendría mal llamar con claridad el pueblo.
La gente ha dejado de importar. Que se las arreglen. La calidad de promedia de los representantes y designados es penosa. Las rutas son decimonónicas, con una capa de cualquier cosa si se avecinan las elecciones. Es difícil comunicarse entre regiones. Invertebrados. Con excepciones rarísimas, los intendentes son impresentables y poderosos, codiciosos y brutales.
Con todo, tratemos de disuadir al suicidio histórico de la Argentina. Salgamos en busca de generosidad y lucidez. Será difícil. Quizás con gran sacrificio y un milagro.
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