El país presentado y percibido siempre como modelo de orden, previsibilidad y austeridad, ha dado un paso hacia el vacío institucional que rompe sus sanas tradiciones para siempre. Las razones para este tipo de cosas siempre aparentan fundamentación, pero no la tienen, bien lo saben los argentinos que padecen la ruptura y fragmentación permanente de las instituciones y del propio sistema jurídico.
Es que el caso del Banco Credit Suisse ha ocasionado un temblor sin precedentes en la tierra de los chocolates y en el mundo, a tal punto que el gobierno Federal suizo ha decidido romper la Constitución, la Ley de Sociedades, ignorar la voluntad de los accionistas, y avasallar la propiedad privada de los accionistas de Credit Suisse, con la excusa del “riesgo sistémico” que implicaría para Suiza la caída del gigante financiero de 170 años.
Ha intervenido directamente en la venta, ha salteado las normas vigentes para poder así aprobar en tiempo récord la transferencia -aún precaria y de consecuencias imprevisibles- del Credit Suisse al UBS, su gran competidor, ignorando que la propiedad del capital pertenece a quienes detentan sus acciones; presionando violentamente a los dueños del capital del Banco y derogando en los hechos la actual normativa que concede otros plazos, procedimientos y garantías, que eran de imprescindible cumplimiento para aprobar semejante operación. E incluso ha destacado que el acuerdo de accionistas no es necesario para aprobar la fusión.
El gobierno Federal suizo ha decidido romper la Constitución, la Ley de Sociedades, y avasallar la propiedad privada de los accionistas de Credit Suisse
Y hay que recordar que la venta se hizo por un monto 70% inferior a la cotización bursátil del día anterior. Esto es una expropiación, pero sin indemnización.
En el medio, además, queda un tema mucho más grave -si se quiere- para la salud del sistema financiero todo: el vacío en que deja a los tenedores de Bonos AT1 del banco caído, por nada menos que USD 17.000 millones, que no saben qué pasará con sus acreencias o, peor aún, esperan que no se les paguen; a pesar de que sus bonos tienen (tenían) privilegio sobre el crédito de los accionistas.
Así entonces, bajo la excusa de la “emergencia”, el gobierno Federal avasalla sin pudores la propiedad privada. Y si se decidiese someter ex post éste verdadero desatino al Parlamento, la Asamblea Federal de Suiza quedaría en un aprieto absoluto: si convalida, viola el orden jurídico todo; si no convalida, pues aparecerá como el responsable de sumir al sistema financiero suizo -y tal vez mundial- en un caos absoluto que, tarde o temprano, sucederá.
¿Tolerarán los ejemplares ciudadanos de Suiza tales desatinos? ¿Sacrificarán ellos el respeto a su propiedad privada en el altar del “riesgo sistémico” que erigieron los banqueros?
Y el comprador, UBS, no conforme con comprar la entidad a un tercio de su valor en Bolsa, exige a las autoridades suizas -y éstas le han otorgado a través del Banco Nacional Suizo (o sea el Banco Central)- liquidez ilimitada para devolver los depósitos (hasta USD 100.000 millones), y, además -por si fuera poco- un seguro de casi USD 10.000 millones para garantizar cualquier daño no previsto por la compra del Credit Suisse.
El mismo Banco Nacional Suizo que ya viene, éste mismo año, de perder mucho dinero y cuya cotización bursátil viene en baja, puede llegar a poner (según indican medios internacionales) hasta USD 280.000 millones en esta loca carrera. La enorme catarata de problemas y -seguramente- juicios que se avecinan contra el país helvético es imposible de calcular, pero ocasionarán un daño cuantioso.
La enorme catarata de problemas y -seguramente- juicios que se avecinan contra el país helvético es imposible de calcular
Las propias acciones de UBS sufren caídas serias en los mercados por esta absorción forzada y a causa de rumores de multas de EEUU por supuestos negocios con los rusos. En el mundo, la caída de los bonos AT1 amenaza por su parte a un mercado de USD 275.000 millones y compromete a todos los grandes bancos en todo el planeta. Desde hace días asistimos a serias turbulencias del Deutsche Bank (demasiado grande para ser rescatado), que deja bien en claro que el pánico sigue intacto y que ninguna entidad es demasiado fuerte en este contexto.
Ahora bien, ¿las autoridades políticas pueden hacer cualquier cosa con la excusa del “riesgo de contagio”? Si esto ha hecho Suiza, ¿qué pasa en el resto del mundo? Evidentemente los problemas siguen, aunque Christine Lagarde y otros interesados pretendan hacer creer que es un problema circunscripto al Credit Suisse (sic) o a otro banco puntual.
Se ha pasado del riesgo financiero a un grave daño institucional y a la pérdida de una credibilidad que costó siglos construir. Y el ejemplo dado al resto del mundo es pésimo. Suiza ha “rescatado” al Credit Suisse, pero ahora, ¿quién rescatará a Suiza?
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