“Cuando a Walter (Festa, su marido e intendente de Moreno) le propusieron tener una diputada, él dijo: ´¿Quién mejor que mi mujer?´. Yo le dije que no estaba preparada, que estaba hacía muy poco tiempo (en el municipio). Ahí hablé con él y fui diputada nacional por dos años”.
La frase pertenece a una de las participantes más destacadas de la edición de Gran Hermano que acaba de terminar, Romina Uhrig, diputada por el Frente de Todos entre 2019 y 2021, y fue dicha el martes 21 de marzo, luego de ser eliminada del juego, en prime time y con un rating espectacular.
Se han escrito ríos de tinta y se han gastado palabras y palabras para tratar de explicar las razones de la falta de eficacia y el desprestigio del Congreso y de, en general, las legislaturas provinciales y municipales. Y del desperdicio de tanto dinero público.
Pero es muy difícil encontrar una explicación mejor que la de Romina o “Romi”, como le dicen cariñosamente los muchos admiradores que cosechó en los casi cinco meses y medio que duró GH.
En muy pocas palabras, seguramente descolgada de la realidad debido al aislamiento dentro de la casa más famosa del país, la jugadora nos reveló el poder que tienen los caudillos territoriales en la confección de las listas sábanas y por qué tantos diputados y senadores dan pena cada vez que se expresan, tanto varones como mujeres.
En eso, Romina fue más astuta: ella no habló ni una sola vez en los dos años que estuvo sentada en la Cámara Baja. Tampoco presentó un solo proyecto de ley propio.
Su mandato duró solo dos años: había quedado como suplente en los comicios de 2017, pero ingresó en 2019 cuando otro prohombre del Gran Buenos Aires, Fernando Espinoza, le dejó su lugar para volver a asumir como intendente de La Matanza.
Hay que tener en cuenta que ningún legislador llega solo al Congreso. Cada uno aparece con su equipo, y no se trata —al menos, no en todos los casos— de la selección de Lionel Scaloni. Por lo general, sus asistentes y asesores se parecen bastante al diputado o a la diputada que los nombra. Los parientes, en primer lugar porque ¿qué mejor que la sangre de uno para la acción política cotidiana?
Deberían irse todos ellos junto con el legislador, cuando termina su mandato, pero siempre hay algunos que logran quedarse saltando de un lugar a otro. Esa es la razón por la cual la planta de personal del Congreso no deja de crecer.
La frase nos devuelve al centro de la escena a los jefes territoriales; es decir, a los dueños de los sellos partidarios en los municipios y las provincias.
Por ellos circula el poder de los partidos grandes y pequeños. Si en Santa Fe, por ejemplo, esa savia pasa por los senadores departamentales, eternizados en sus bancas y con ramificaciones en la justicia y la policía, en el Gran Buenos Aires los jefes son los intendentes, con esa enorme caja que son las intendencias, aunque La Cámpora ha sabido hacerles frente con el dinero de los jubilados en las delegaciones locales de la ANSES al igual que ahora el Movimiento Evita con el reparto del dinero de los planes sociales.
Se entiende la importancia del intendente de turno de Moreno: con sus casi 390 mil electores, es uno de los bastiones del peronismo cristinista, cuya fortaleza política está precisamente en las zonas más pobres del conurbano. Por eso, puede colocar a dedo un candidato a diputado nacional en la lista del peronismo, entre otros cargos.
Eso no quiere decir que sea imbatible en su territorio, como le ocurrió a Festa, que no fue reelecto en 2019 ya que lo derrotaron dentro de su propio partido.
Además, este caso nos dice que el cupo femenino fue positivo para mejorar la representación en el Congreso, pero por sí solo ciertamente no alcanza para dar un salto de calidad en ese poder clave para la república dado que allí se hacen las leyes y se controla al Poder Ejecutivo.
¿Cómo relativizar el poder de los jefes territoriales en el armado de las listas de diputados y senadores? ¿Habrá que abrir las listas sábanas? Si el problema son las listas sábanas, creo que podemos esperar sentados dado que el sistema de partidos, y la clase política misma, descansa en ese ladrillo del esquema electoral.
Por lo pronto, no ocurrirá en el próximo turno electoral, cuando volveremos a toparnos en el cuarto oscuro con esas listas sábanas en las que apenas conocemos, con suerte, a los candidatos que ocupan los primeros lugares.
Pero, ¿cómo fue que aprendimos esta lección fundamental de la política criolla a través de Gran Hermano? Porque, si bien es un juego con participantes, premios y reglas, también es un reality, y el más real de todos: puede ser seguido en vivo y en directo.
Eso asegura que la realidad en la que vivimos se cuele por todos lados. No solo la política, ni mucho menos. Mucho más relieve tuvieron otros temas, como el acoso y el desprecio a causa del sexo, el género, la edad o el peso; las dificultades para salir de la pobreza; la manipulación, la solidaridad, el egoísmo, la generosidad, los estereotipos y la falsa moral.
Y todo eso de una manera entretenida, cautivante. Gran Hermano volvió para quedarse.
*Periodista, escritor y analista de la última edición de GH