Oficialismo y oposición acaban de dar muestras de su idea del mundo a través de sendas participaciones en internacionalistas supuestamente de signo contrario.
El Presidente, junto a otros jefes de Estado “progresistas”, asistió a una cumbre de la Internacional Socialista que preside el jefe de gobierno español, Pedro Sánchez, mientras que Mauricio Macri se daba corte cenando con otros elementos de la Fundación Libertad que integra desde hace unos años.
Como demostración de los deberes que acarrea pertenecer a ese círculo, en junio del año pasado, en Brasil, en una Conferencia Internacional de la Libertad, Macri hizo gala de sus conocimientos de historia y política asegurando que el populismo se originó en la Argentina, “primero con Yrigoyen y después con Perón y Evita”, pero fue “muy contagioso y hoy se ha extendido al resto del mundo” (sic).
Macri pasó así de inaugurar en el año 2015, flanqueado por Eduardo Duhalde y Hugo Moyano, el primer monumento a Juan Domingo Perón en la Ciudad de Buenos Aires a pagar su cuota de ingreso al club liberal desdiciéndose de lo que entonces afirmaba: “El peronismo no es prepotencia ni soberbia, el peronismo es justicia social”. O también: “Perón marcó varias guías para mí en la tarea que estoy llevando adelante y sin ser en realidad peronista en el corazón respeto ese justicialismo, esa justicia social”.
En 2016 también se declaraba tributario de Yrigoyen al abogar por el diálogo y la búsqueda de consenso “que permitan construir todos esos sueños que tenía Don Hipólito”.
Algo análogo a lo que hizo Mario Vargas Llosa quien, apenas galardonado con el Premio Nobel de Literatura, en noviembre de 2010, se despachó con una perorata contra el peronismo y contra la existencia del Estado-Nación, en la primera entrevista que dio, como si fuese el santo y seña para acceder al círculo de elegidos de la cima del mundo. Tan enfático fue que casi parecía que le habían dado el premio para eso. También él hizo alarde de conocimientos históricos: “Argentina se fue subdesarrollando por razones puramente políticas y para mí eso tiene un nombre: peronismo”. Cada vez que puede vuelve con la misma retahíla: “La Argentina se jodió con el peronismo”, “el peronismo fue fatal para la Argentina”, etc.
Del otro lado, tenemos a Alberto Fernández, entusiasta integrante del Grupo de Puebla, otro círculo de perdedores, unidos por una necesidad de supervivencia política, y ahora igualmente entusiasta asistente a una reunión de la Internacional Sociallista, alineamiento insólito para el Justicialismo; aunque es entendible que un Presidente que no tiene mucha agenda más allá de la perspectiva de género se sienta identificado con un “deconstructor” como su par español, Pedro Sánchez, presidente de esa red progresista.
A través de estas internacionales, ambos, el ex y el actual Presidente, habilitan a personajes minoritarios y desacreditados en sus respectivos países, a inmiscuirse en asuntos internos de la Argentina. Y, a la inversa, de la mano de estos mismos figurantes incurren también ellos en flagrantes descortesías hacia la soberanía ajena.
Guiado por el sherpa Marco Enríquez Ominami, procesado en su país por financiamiento ilegal de la política, Alberto Fernández logró enemistarse sucesivamente con dos presidentes chilenos. De signo opuesto. Con Sebastián Piñera, por instar a la oposición chilena a unirse para derrotar al presidente, y con Gabriel Boric, por firmar una declaración junto a todo el Grupo de Puebla en defensa de Enríquez Ominami: “Inadmisible forma de perseguir un liderazgo, una nueva modalidad de Lawfare”. Esas expresiones no sólo enojaron al gobierno chileno, sino también a la oposición. Dos pájaros de un tiro.
Del otro lado, tenemos al brasileño Sergio Moro respaldando a una candidata local -ambos se autoperciben como “luchadores contra los criminales y el crimen organizado”- y recibe el aplauso alborozado de un auditorio que olvida que su reputación como juez anticorrupción quedó en entredicho cuando pasó a integrar el gabinete de Jair Bolsonaro como ministro de Justicia y Seguridad, y definitivamente manchada cuando se reveló que había apelado a mecanismos que rozan el delito con tal de mandar a la cárcel a Lula Da Silva.
Hubo un tiempo en que los políticos se cuidaban de no ofender a otros países. Respetaban ciertas reglas de juego, como la de no inmiscuirse en asuntos internos ajenos. Hoy, aplauden al escuchar a voceros de esas internacionales hablando mal del país. Pisotean la soberanía de otros Estados y avalan que se haga lo mismo con el propio. Lo que demuestra que en el plano internacional no encarnan la representación de la Argentina sino la de su facción o la de su persona.
Por izquierda y por derecha son “puntos” del sistema globalista.
Estas internacionales contribuyen en común a la degradación política y cultural de los países representados por los dirigentes que responden a sus convocatorias.
Distracción ontológica
Del populismo, Macri criticó el autoritarismo y la fuerte concentración del poder en una persona, para inmediatamente después imponer una sucesión dinástica en el Gobierno de la Capital Federal.
Hablan de democracia y vemos a “una” que eligió a un presidente con un tuit y a “otro” que designó a dedo a la titular del PRO, como si se tratase de una empresa familiar. Es muy difícil hacer creer al conjunto de la sociedad que la van a impregnar de una participación que no ejercen entre ellos.
Por eso crece la antipolítica, que es una consecuencia de esa causa. Pero como son incapaces de verlo, en vez de preocuparse por modificar la causa, se desvelan con encuestas múltiples para medir cómo crece la consecuencia.
Ninguno de los auto-candidatos hizo hasta ahora manifestación alguna tendiente a definir el ideario de la Argentina porque tienen una idea abstracta de la política, a la que sólo ven como herramienta para disputar el poder, cuando es un instrumento al servicio de lo que secularmente se conoce como bien común.
Si la política exterior es proyección de la interior, ya podemos imaginar lo que piensan hacer los dirigentes que se suman alegremente a estos clubes internacionales ya que en ninguno de ellos se habla de valores. Suponen que son elementos abstractos cuando en realidad se trata de los más concretos, ya que en función de ellos se define la orientación de la política y de la economía para sacar al país de la crisis que lo aqueja. En virtud de esto se toman decisiones como la de usar los fondos de los jubilados para otros fines o endeudar a la Argentina y que el FMI conceda el préstamo más grande de su historia.
A 40 años de democracia, el balance es lapidario: 39 por ciento de pobres. Entre los niños, la cifra supera el 50 por ciento. Símbolo dramático de este estado de cosas, una beba, hija de una pareja sin techo, muere a metros de la Casa Rosada…
En momentos críticos como éste, la Argentina exige excelencia en las reglas de funcionamiento de su sistema institucional para volver a ser creíble, para reintegrarse simultáneamente a sí misma y al mundo. Pero para ello necesita perentoriamente una dirigencia con autonomía de conciencia.
Obviamente, es legítimo que los políticos aspiren a candidaturas pero, de momento, todos los postulantes son sólo candidatos de sí mismos. Ninguno encarna una agenda de la Argentina. Ya estamos casi en campaña. Pero ningún político les habla a los argentinos de lo que éstos necesitan escuchar.
En medio de la crisis, al presidente lo felicitan por sumarse a los países que combaten “de manera frontal la crisis de salud pública del tabaquismo”, a través de la “prohibición absoluta de la importación, distribución, comercialización, publicidad y cualquier modalidad de promoción y patrocinio de sistemas o dispositivos electrónicos de administración de nicotina…” ¿En qué órbita está?
La desconexión con la realidad es patente en las agendas que impulsan los políticos.
En pleno estallido de la violencia narco, los gobiernos nacional, provinciales y municipales, que gastan fortunas en publicitar –o inflar- sus actividades no invierten un peso en la prevención y el combate a un flagelo que castiga a diario, con su secuela de destrucción humana y violencia social.
La corrupción ya es parte del paisaje, de la normalidad. El nepotismo, el conflicto de intereses y el uso de los recursos del Estado para fines partidarios ya no escandalizan.
¿Cómo los jóvenes no se van a desilusionar de la política?
¿A qué se los convoca como no sea al “reviente”? La misma agenda “cultural” es promovida desde ambos lados de la “grieta”. De la ópera porno de JxC al “se garcha” del FdT. Son los valores tanto del progresismo de la Internacional Socialista como del populismo de la Liberal. ¿O no repartían los mismos penes de madera en CABA y en Buenos Aires? ¿O no vienen promoviendo el aborto como primera opción ante el embarazo? ¿Acaso la oposición no se quedó callada frente al escándalo de la campaña de esterilización de adolescentes que promovió el Ministerio de Salud de la Nación?
Los políticos argentinos tienen respecto de la realidad una distracción ontológica. No “son”, por eso no pueden “decir”. Hablan, pero sus discursos no conmueven ni convencen. No hay asesor en comunicación que valga cuando no se tiene nada que transmitir.
En cambio los vemos trabajando con la agenda que fijan usinas culturales transnacionales que apuntan a fragilizar las naciones por vía de debilitar los principales componentes de su unidad: la religión, como expresión mayoritaria de la fe del pueblo; el lenguaje, como elemento vinculante de su diálogo; y la familia, como núcleo natural de la sociedad, debilitando en consecuencia la demografía.
La población es un dato central para el funcionamiento de una economía que depende casi en un 80 por ciento del mercado interno.
Sorprende que mientras potencias como India y China, con 1400 millones de habitantes cada una, apuestan a la demografía -una no para de reproducirse y la otra convoca con alarma al patriotismo de tener hijos- porque comprenden el valor de la población, Occidente parece querer suicidarse porque todo, absolutamente todo, lo que propone y promueve apunta a disminuir el número de sus habitantes. Más grave aun es que esto pase incluso en lugares donde el territorio es inversamente proporcional a la demografía, como sucede en la Argentina, donde se promueve un antinatalismo furibundo y hasta se postula la eugenesia social como remedio a la pobreza.
En Argentina, en vez de impulsar patrióticamente que nazcan más argentinos, se lanzan iniciativas casi obscenas como financiar lubricantes -”haceme tuyo”, con todo lo que ese eslogan implica-, en paralelo con campañas contra el “micromachismo” y todo aquello que contribuya a aislar a lo mejor y más natural de la creación que es la pareja humana.
Los argentinos tendremos un severo desafío a la hora de votar porque nos quieren inducir a la falsa opción de que para lograr una mejora de la economía haya que hacer caso omiso de la defensa de valores. Pero como todo tiene que ver con todo, el que renuncia a la defensa de valores, con la excusa de mejorar lo material, que obviamente es fundamental, un poco antes o un poco después, termina fragilizando todo por ausencia del fundamento ético que puede aportar el equilibrio para colocar al Estado y al mercado en la situación más armónica posible para facilitar el desarrollo de la sociedad civil. Lo que no hace el Estado, más tarde o más temprano, lo hace el mercado.
Argentina no es una isla. Pero, aunque crean estar en el mundo porque circulan por el exterior, parece que a ninguna autoridad actual ni a ningún candidato le interesa saber en qué lugar del tablero geopolítico mundial se toman las decisiones. En consecuencia, no estudian ni descubren los intersticios en el orden mundial del siglo XXI por dónde hacer transitar a una Argentina con el mayor grado posible de autonomía política, económica y cultural.
Salvo que el entusiasmo por destruir al hombre argentino nos indique que ya son candidatos de intereses ajenos.