Educar para reconstruir la empatía

Para evitar un futuro que sea aún más atomizado que nuestro presente, debemos entender la importancia central de comprender y valorar que existe un mundo más allá de su propia realidad

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Se podría afirmar (tristemente) que vivimos en una época de “desempatía”. Esta es una realidad que puede apreciarse cabalmente en cuestiones “macro” como el avance de los nacionalismos y la xenofobia, o la dificultad cada vez mayor de que los debates públicos puedan darse en términos respetuosos y pacíficos. Es un fenómeno que no reconoce fronteras, y que puede ser observado tanto en regiones en vías de desarrollo como en los países más social y económicamente más avanzados del mundo.

Muchas son las explicaciones que pueden existir para este fenómeno por el cual las sociedades y los propios individuos “se cierran” en sí mismos, que van desde una incertidumbre económica personal y general a considerar como los culpables a los algoritmos que regulan las diversas redes sociales (y que tienden a encerrar a los individuos en “burbujas” de quienes piensan como ellos).

Más allá de los análisis casuísticos, creo que lo más importante es saber cómo trabajar para cambiar la actual situación.

Una de las herramientas que existe para cambiar esta preocupante realidad es la llamada “Educación para la Ciudadanía Global” (ECG). Se trata de un planteo educativo que desde hace algunos años viene ganando peso en el debate educativo a nivel mundial, al punto de que la evaluación de “Competencias Globales” fue incluida en las afamadas Pruebas PISA en 2018.

La ECG tiene como características destacadas el ser transformadora, duradera e involucrar tanto cuestiones de la educación formal, como elementos vivenciales de aprendizaje experiencial.

Mediante la metodología de la ECG, las personas (sin importar su edad) se vuelven capaces de comprender y valorar que “existe un mundo” más allá de su propia realidad. De esta forma, se logra que los individuos sean más empáticos y se sientan cómodos ante diferencias culturales, religiosas, de género o de cualquier otro tipo.

Asimismo, también se desarrolla el autoconocimiento y el entendimiento de que todos y cada uno formamos parte de una comunidad global y que, por esa misma razón, todas nuestras acciones impactan en el entorno y las personas que nos rodean. Esto, a su vez, ayuda a quienes se embarcan en el camino que propone la ECG a darse cuenta de su responsabilidad individual en la construcción de un mundo más justo.

Todo esto amplía las perspectivas personales, genera interés y apreciación de la diversidad del mundo. La ECG permite a las personas entender que el mundo es un lugar más interesante justamente a raíz de las diferencias que hay entre cada uno de nosotros y que, por eso, deben ser reconocidas y respetadas.

En la práctica, las personas que han recorrido este camino han desarrollado la capacidad de comunicarse de forma sensible y consciente con quienes tienen distintas formas de pensar, valorando sus puntos de vista. Esto también contribuye a reforzar habilidades que actualmente resultan claves para el ámbito laboral, como el pensamiento crítico y la resolución de problemas.

Para evitar un futuro que sea aún más atomizado que nuestro presente, debemos entender la importancia central que tiene el transitar una senda de “reconstrucción de la empatía”, cambiando esta forma de pensar que genera divisiones para abrirnos a lo diferente y valorarlo. Y esto vale tanto para cada persona individualmente como para los Estados y las instituciones educativas de todos los niveles. Ésta es la única manera de construir un mundo distinto, en el que podamos, juntos, encontrar la forma de coexistir mejor.

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