Más allá de lo sorpresivo del anuncio, el corrimiento de Mauricio Macri del centro de la escena política estaba dentro de lo esperado. De forma independiente a los elogios de sus seguidores y a las críticas de sus detractores, el liderazgo de Macri había encontrado límites fácticos que ponían en riesgo la supervivencia del propio Juntos por el Cambio.
El fundador del PRO acumula, según la última medición de Opina Argentina, un 71% de imagen negativa con uno de los techos electorales más bajos de todos los precandidatos que hoy tiene la principal coalición opositora: solo un 26% manifestó que podría llegar a votarlo en una elección presidencial. Difícil sostener una candidatura de esa naturaleza cuando su propio espacio ha generado alternativas mas competitivas.
Este desplazamiento de Mauricio Macri fue antecedido por la renuncia a ser candidata por parte de CFK. No nos vamos a detener en ella porque hoy no es nuestro centro de atención. Pero sí podemos señalar que se insinúa en las preferencias de la ciudadanía un cambio hacia miradas por fuera de la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo. La sociedad está cansada de una grieta que, a la luz de los resultados, podríamos definirla como altamente improductiva. Los sucesivos gobiernos no han hecho crecer a la Argentina ni han mejorado la calidad de vida de su población, más aún, es probable que hoy estemos peor que hace una década.
Pero más allá de todos los análisis, quienes acceden al contenido de lo que se discute en las mesas de Juntos por el Cambio admiten que la sucesión en la ciudad de Buenos Aires es un tema central en la configuración final de su oferta electoral. Si pensamos en el hemisferio no peronista, la ciudad desde su autonomía es proveedora de sus candidatos y hacedora de sus presidentes.
Esto no solo se debe a la potencia de gobernar la ciudad más rica de la Argentina sino también a los impactos post reforma constitucional del 94 que han reforzado aquella idea de que Dios está en todas partes pero atiende fundamentalmente en el área metropolitana. Aquellos que logran popularidad y votos en la zona más densamente poblada del país corren con ventaja. Lo sabía Nestor Kirchner que dedicó gran parte de su construcción política al conurbano bonaerense. Lo sabe Cristina que ha dominado el peronismo desde sus altísimos niveles de aceptación en el conurbano. Y lo sabe Mauricio Macri que desde CABA ha construido la alternativa al peronismo más potente desde el triunfo de Alfonsín en el año 83.
Te puede interesar: El análisis de tres encuestadores sobre la decisión de Mauricio Macri de no ser candidato: claves de un anuncio de alto impacto político
Siguiendo la tradición de De la Rúa y Macri, Horacio Rodriguez Larreta también pretende confirmar la tradición de llegar a la Casa Rosada y lo asisten muchas chances. Esto lo entiende muy bien Macri, que parece concentrar todas sus energías en garantizar que su primo, Jorge Macri, sea el sucesor de Larreta en la ciudad. ¿Otro Macri se proyecta al sillón de Rivadavia?
El radicalismo mientras tanto navega entre las fricciones internas y la posibilidad de terminar balconeando nuevamente una elección presidencial. Si bien hoy el partido de Alem, Yrigoyen y Alfonsín aparece mucho más competitivo, con candidatos con chances en varios distritos relevantes, no logra aún construir una candidatura competitiva para la elección presidencial más allá de los loables esfuerzos de Morales y Manes. De manera similar a muchos peronistas, los radicales deben recordar todos los días que una cosa es gobernar una porción de territorio y otra muy distinta aspirar a gobernar la Argentina. Esto se construye en el largo plazo, y lamentablemente tienen que hacer pie en el lugar que Dios suele atender a los no peronistas. Esta es la aspiración de Martín Lousteau que no todo el radicalismo logra interpretar.
Así, la pelea por cómo se va a administrar la competencia en CABA no es solo una pelea por su gobierno en los proximos cuatro años, sino fundamentalmente por lo que desde Parque Patricios se proyecta y se construye a nivel nacional. En momentos en que la Argentina está pariendo un nuevo liderazgo, quién será el candidato en la ciudad se convierte en un tema crucial. El peronismo, que ha sido un clásico proveedor de machos alfa, se encuentra sumido en una crisis que combina los problemas de un gobierno que no logra domar el potro inflacionario, las tensiones internas de un kirchnerismo que se ha quedo sin promesas y sin líder con voluntad de competir, y un conjunto de jefes territoriales que no logran o no se animan a proponer jefaturas alternativas. Esta situación hace que todas las miradas se posen en la oposición, y en la Ciudad de Buenos Aires.
La ausencia de Macri candidato y la pelea por la ciudad implican una serie de desafíos para la principal coalición opositora. El primero, para Juntos por el Cambio, es mantenerse juntos más allá del declive del kirchnerismo y de la no participación de Macri en la contienda electoral. Esto significa institucionalizarse como coalición política más allá de sus figuras y las razones que le dieron origen. El segundo desafío es cómo habilitar la competencia interna, administrando las disputas y evitando que post paso aparezcan puntos de fuga hacia otras opciones políticas por parte de los derrotados, especialmente hacia los libertarios de Javier Milei. El tercer punto es elaborar una propuesta suficientemente atractiva para encarnar la voluntad de cambio que se incuba en la sociedad y que supera el 60% de las voluntades. Por último, pero no por ello menos importante, debe construir incentivos para que todas las fuerzas se sientan parte de la coalición más allá de a quién le toca circunstancialmente ganar las primarias.
Seguir leyendo: