Las razones de Mauricio Macri y los agentes de la mente

La sorpresiva decisión del ex presidente de no ser candidato en 2023 produjo un gran impacto en el universo político. Conjeturar sobre sus razones determinantes constituye el objetivo de este artículo

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(Foto: Franco Fafasuli)
(Foto: Franco Fafasuli)

Creencias y deseos

Un axioma básico para explicar los actos humanos prescribe la necesidad de conocer los deseos y las creencias subyacentes. Pero tal conocimiento también incluye el modo en que los deseos se articulan con las creencias y viceversa. Ciertamente, podemos desear cosas que no creemos posible conseguir. Tanto como podemos creer en posibilidades que no nos interesa actualizar. Un corolario básico de esto es que los deseos y las creencias pueden ser solidarios o conflictivos. En este último caso, resolver el conflicto puede suponer complejos actos de negociación interna.

Lo anterior conduce a formular algunas preguntas elementales: 1) ¿Qué quería realmente Mauricio Macri antes de su decisión? 2) ¿Qué creía que era factible conseguir? y 3) ¿Eran compatibles sus deseos con sus creencias?

Pero, además, amerita replicar algunas de esas preguntas al momento mismo de la decisión. Es decir: 1) ¿Qué quiso lograr el ex presidente con su decisión? y 2) ¿Qué cree que podría ocurrir luego de tomarla?

Al explorar el espacio combinatorio que engendra lo anterior pueden bosquejarse las hipótesis que siguen.

Deseos: ¿quería Mauricio Macri volver a ser presidente?

Es altamente probable que Macri fantaseara con su segundo tiempo. Para concluir lo que quedó inconcluso. Para enmendar los errores del pasado. Para materializar su “Para qué”. Porque todo batallador derrotado aspira a la revancha. Porque, ilusión de ilusiones, ser electo presidente podría, además, contener la frutilla del postre: derrotar definitivamente a Cristina Kirchner.

¡Bingo! Mauricio Macri Presidente, Cristina Kirchner derrotada y jubilada (¡no proscripta!). El que ríe último ríe mejor. La venganza es el placer de los dioses. El plato que se come frío. ¿Alguien puede resistirse ante tal orgía de deseos?

Creencias (y realidades): Mauricio Macri se autopercibía con pocas chances de ganar las elecciones y/o de ganar las internas

El refrán sentencia que “El hombre propone y Dios dispone”. O despojado de matices teológicos, “el político ambiciona, pero las realidades electorales también cuentan”. Es altamente probable que el fundador del PRO tuviera al menos alguna duda sobre sus reales chances. No solo de ganar las presidenciales. Sino de ganar las internas partidarias.

En efecto, aunque tan cuestionadas como consultadas, casi todas las encuestas marcaban el alto nivel de rechazo de Mauricio Macri, ubicado en el orden de los dos tercios del electorado. Y también marcaban magros desempeños en vastas regiones del conurbano profundo.

Pero, como si lo anterior fuera poco, esas relativizadas encuestas que, sin embargo, no pueden dejar de considerarse, también señalaban el acecho de Javier Milei. Y lo que es peor: Mauricio Macri, el Gran Jefe, corría el riesgo de perder una interna ante sus otrora subordinados, pero ahora con “veleidades emancipadoras”: Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich.

¿Y si perdía? ¿Cómo podría digerir entonces aquello de “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser” ¿Cómo podría soportar un aspirante al premio mayor la humillación de quedar eliminado en las clasificatorias? ¿Qué futuro podría esperarle a una víctima de un parricidio consumado?

Importantes analistas políticos conjeturaban que solo Larreta se había declarado como auténtico adversario, mientras que la candidatura de Patricia Bullrich (quizás quien mejor mida hoy) quedaba supeditada a la voluntad de Mauricio. Pero acaso se trataba de un análisis simplista. Porque las voluntades de los otros también cuentan, máxime cuando son poderosas. En efecto, ¿podría Patricia Bullrich, siendo Patricia, haber renunciado a su voluntad presidencial ya instaurada, solo porque un Jefe con una voluntad mayor ordenaba hacerlo?

Digámoslo en términos más simples: más allá de las razones involucradas, desde hace tiempo Mauricio Macri había dado luz verde al sueño presidencial de Patricia Bullrich. Y una vez que Patricia se probó el traje de Presidente, resultaba difícil correrla sin miramientos. Sin duda, conjeturar que Macri podía bajar a la presidente del PRO solo porque él lo decidiera, sería subestimar groseramente a Patricia Bullrich. Probablemente Mauricio Macri sabía que en su horizonte decisorio hacia la presidencia había un inmediato hueso para roer.

El poder y la gloria

El refrán lo dice con austera sabiduría: “Soldado que huye sirve para otra batalla”. Y no es cobardía. Es sabiduría. O inteligencia estratégica. Acaso Macri entrevió que 2023 no era su mejor momento.

Acaso el instinto de todo animal político es preservar capital político. Es decir: su Ser. Porque como decía Borges citando a Spinoza “todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre”. Entonces Macri eligió seguir siendo Mauricio. Pero recargado. El líder devenido ahora en magnánimo, capaz de sobrevolar el barro innoble de la política de cabotaje.

La imagen paradigmática de las ambiciones de los romanos es la de una búsqueda dual: el poder y la gloria. El poder de Roma. La gloria de Roma. Lo intuimos: el poder y la gloria resultan dos caras de una misma moneda. El poder nos permite el hacer. Tanto como dominar a otras voluntades. La gloria, en cambio, refiere más al narcisismo del espejo. A la necesidad de ser amados y admirados. A inscribir nuestro nombre en la Historia. Para inmortalizarnos de algún modo.

El psicólogo Gordon Allport postuló la noción de autonomía funcional de los motivos para referirse a algo que todos conocemos: a veces comenzamos haciendo algo por un motivo, pero terminamos haciéndolo por otro. Si la narrativa sobre el proceso decisorio que condujo a Macri a desistir de su candidatura resultara verosímil, entonces, a modo de síntesis, podemos imaginar este cuadro:

Mauricio Macri quería volver a ser presidente. Pero sabía que sus chances eran limitadas. Tanto respecto de sus adversarios externos, como de los internos. Entonces comenzó a pergeñar su renuncia. Y entonces comenzó a valorar los beneficios secundarios asociados. Acaso se miró en un espejo virtual y se dijo:

“Quiero, pero hoy quizás no puedo. Pero mañana tal vez sí. Y si doy un paso al costado quedaré sobrevolando tanta medianía. Renuncio entonces a una presidencia demasiado conjetural a cambio de una naciente gloria indiscutiblemente real. Soy el nuevo Mauricio Macri. El líder sabio y magnánimo que se sacrifica en pos del bien común. Y quizás esa gloria pueda algún día servirme para volver, si es que otros fracasan. Y por si todo esto fuera poco, estaré más tranquilo. Sin sufrir de las tensiones diarias del poder. Disfrutando más de la familia. Y con libertad para atender mejor otros juegos que también me dan felicidad. Y, además, me vuelvo a diferenciar de Cristina. Y le vuelvo a ganar. Porque mientras ella elige la mezquindad ambiciosa, yo elijo la gloria altruista. Mauricio quedará como el bueno; Cristina como la mala. No está tan mal esta renuncia. Cierra el costo beneficio. El retorno sobre la inversión. El beneficio sobre el sacrificio. Cierra por todos lados. Es un buen negocio. ¡Entonces lo haré! Al fin al cabo, siempre fui un empresario”.

A modo de síntesis: agentes mentales y acción humana

Lo dijo magistralmente Miguel de Unamuno: “Nos habitan multitudes”. Años más tarde, el experto en inteligencia artificial Marvin Minsky formalizó su teoría de los agentes mentales. Ambos autores apuntaban a lo mismo, a algo que ya sabemos: Podemos pensamos como seres unitarios con deseos y propósitos solidarios. Pero en el fondo sabemos que alguna parte nuestra quiere, cree o se siente afectada por algo diferente a alguna otra de las tantas partes que nos constituyen.

Marvin Minsky denominó “Sociedad de la mente” a su teoría. Sostenía que, al igual que en una sociedad, nos habita una pluralidad de agentes mentales intencionales que deben interactuar y negociar para dirimir sus conflictos. En otros términos: lo que hacemos es la resultante del complejo sistema político que nos habita. Y así desplegamos nuestra vida con sus complejas tramas.

Quien escribe estas líneas, alguna vez esbozó una breve taxonomía sobre los diferentes aspectos del liderazgo político. Así, el buen líder político debe desplegar adecuadamente la dimensión del liderazgo social. Esto es: saber persuadir a sus electores y electores. Pero también debe ser un buen conductor. Esto es: saber gestionar y motivar a una fuerza de seguidores para forjar una organización política. Pero también debe ser un hábil negociador para consensuar los acuerdos políticos necesarios. Es decir, parafraseando al ex presidente de la Cámara de Diputados Emilio Monzó: el buen político también debe ser un eximio forjador de “roscas políticas”. Y, por último (pero no menos importante), el buen líder político debe —fundamentalmente— liderarse a sí mismo. Es decir: debe cultivar para sí el arte del autoliderazgo.

Nuevamente, si la pintura descriptiva que surge del presente análisis resulta razonable, detrás de la decisión del ex presidente Macri operó una armoniosa gestión de algunos de sus posibles agentes mentales. Es decir: un eficaz ejercicio de autoliderazgo que le permitió armonizar ambiciones, pasiones, realidades y temores.

Este artículo apunta a desentrañar las posibles razones tras la decisión líder del PRO. Sería impropio mezclar la explicación con juicios morales o valorativos. Lo cual quedará para otro contexto. Aquí solo se trató de elucubrar un viaje imaginario y, por ende, conjetural a la mente de Mauricio Macri, a efectos de comprender los procesos mentales involucrados en el momento de decidir lo que hoy hizo público. Eso es todo.

[El autor es consultor político]

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