Alberto: ¿the last of peronistas?

El lugar que la historia podría tenerle reservado al actual presidente es el del destructor final del espacio que controló la política argentina por 80 años

Muchos lo temen. En conversaciones informales, algunos peronistas cultivados recuerdan el nombre del libro récord de Francis Fucuyama: “El fin de la historia y el último hombre”. Es cierto, no fueron pocas las veces que al Movimiento creado por Juan Domingo Perón se lo dio por muerto, pero el nivel de atomización que se ve por estos días, es un fenómeno al que jamás habíamos asistido.

Es verdad que todo está atomizado, pero en la oposición todo indicaría que “a la peronista”, quien gane la interna va a poder anotar como propios la mayor parte de los votos de sus contendientes para la elección general. En el peronismo no pasa lo mismo, y por otro lado, muchos temen que los votos sean tan pocos, que incluso si alguien los concentrase, no alcancen para ir a segunda vuelta.

Si hacemos en repaso histórico, el peronismo que perdió con Raúl Alfonsín en 1983 tuvo un proceso de atomización cuando Antonio Cafiero le dio manija a la llamada renovación peronista y la aparición de nuevas figuras políticas, y esa renovación “salió al toro” contra las viejas estructuras partidarias representadas por el sindicalismo y el punterismo bonarense, en la interna entre el propio Cafiero y Carlos Menem. Pero el riojano se impuso y catalizó a todos ellos, detrás de sí mismo. A la sazón: José Luis Manzano, Miguel Angel Toma, Carlos Grosso, los mas notables “jóvenes renovadores” tuvieron su lugar en el gobierno de Menem.

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El fenómeno no parece poder repetirse, por varias razones, pero especialmente por una: el peronismo no parece poder ganar esta lid electoral y para reunificar, especialmente entre los herederos del General, hay dos requisitos sustanciales: poder y caja.

La situación del peronismo es complicada con las elecciones presidenciales de 2023 muy cerca

El segundo momento de declive del peronismo fue al caer derrotado frente a Fernando De la Rúa. Pero ese esquema también tuvo características diferentes. Eduardo Duhalde empujaba su propio liderazgo partidario desde la Provincia de Buenos Aires, con capacidad operativa y poder callejero. Los demás gobernadores lo reconocían como el jefe del peronismo sin Menem y el partido del General mantenía el control del Senado de la Nación, algo que permitía mantener la expectativa de poder, bloqueando las leyes que necesitaba el Ejecutivo. Mantener la Cámara Alta bajo su control, no parece ser posible después del próximo diciembre.

La tercera etapa fue el advenimiento del macrismo. Derrotado, durante dos años minusválido, el peronismo conservaba un poder latente: la base electoral de Cristina Kirchner, que en el mejor momento de Mauricio Macri, en las legislativas de 2017, la llevaron a alzarse con casi el 40% de los votos en Provincia de Buenos Aires, algo que hoy, sería complejo de obtener en el comicio para la categoría Presidente de la Nación.

Estos tiempos son diferentes. No asoma en el Movimiento, una figura indiscutida que encabece una renovación ni tampoco un liderazgo, ambos indispensables para un regreso cercano al poder, o para llevar a cabo una oposición consolidada en caso de producirse la inminente derrota.

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Alberto Fernández ha hecho un trabajo concienzudo de destrucción interna. Le ha quitado el kirchnerismo la posibilidad de desarrollo territorial al darle el manejo de los planes sociales al Movimiento Evita y otros similares, pero estos, apenas están en capacidad de disputar algunos municipios, importantes sí, pero no más que eso. El actual presidente, ha batallado a su vez contra Cristina, y si bien se puede concluir que ha perdido cada contienda, en muchos casos sometiéndose al ridículo mas extremo, las huestes de la vicepresidenta no han dejado de salir heridas de los enfrentamientos y su base electoral, lentamente decrece.

Otro de las fuentes de energía peronista, los gobernadores, no han encontrado entre sus filas, liderazgos sólidos o potentes, que permitan encolumnar a los demás mandatarios provinciales. A muchos incluso, los ha “quemado” el propio Alberto, como es el caso de Juan Manzur, gobernador de Tucumán y ex jefe de Gabinete de Ministros. En su entorno, dicen que fue el presidente quien anuló su impronta hiperactiva de la primera semana de gestión. Entonces ni el cristinismo, ni Alberto, ni tampoco Sergio Massa, están en condiciones de nuclear esa fuerza peronista que viene del interior.

El ministro de Economía podría ser el catalizador, pero dependiendo de en que términos concluya su gestión. En las condiciones actuales, no hay acuerdo externo que le de paz: la inflación está devorando su gestión y, esta visto, los peronistas acompañan a la gente hasta la puerta del cementerio, pero se niegan tozudamente a ingresar.

De modo que el peronismo tiene muy poco a la vista que genere la expectativa de evitar una debacle histórica en términos de capacidad de reordenamiento político, y especialmente de regreso al poder. Y esa incapacidad, puede llevar, en una eventual próxima gestión opositora, a un largo recorrido de quienes han sido funcionarios por los pasillos de Comodoro Py.

Dependiendo de quien se imponga en la interna opositora, bien podría ser un espectáculo que alimente los artículos periodísticos de los próximos años. Hay sectores de dicha oposición, que no piensan dejar pasar, esta vez, la oportunidad de asestarle todos los golpes de gracia que sean necesarios por cada acto sospechoso que encuentren en el ejercicio de la administración de esos cuatro años.

Alberto Fernández fue útil para derrotar a Mauricio Macri en 2019, al fin y al cabo, consiguió algunos votos esperanzados en que fuese un peronista “diferente” ante la debacle económica del líder del PRO.

Pero al cabo de su mandato, el cavallista liberal devenido a peronista, podría ser el “Cordyceps” que haya llevado al partido hegemónico de los últimos 80 años, a recorrer las calles y los pasillos de Tribunales, arrastrando las piernas con sus carnes corrompidas y vociferando frases ininteligibles, esto último, casi una marca registrada del actual presidente.

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