En la semana que pasó, el Gobierno decretó que todos los organismos públicos que tuvieran en su cartera bonos de la deuda pública denominados en dólares debían venderlos, mediante un procedimiento a determinar.
El 70% de los pesos obtenidos por dicha venta deberá ser entregado al Tesoro, a cambio de bonos de la deuda pública en pesos ajustables por devaluación o inflación.
Adicionalmente, se dispuso que los dólares que pudieran tener “guardados” organismos públicos, provenientes de préstamos de los Bancos Multilaterales, destinados a gastos en pesos, no realizados todavía, sean vendidos anticipadamente al Banco Central, también con disposiciones complementarias, para que luego puedan acceder a esos dólares para pagar los intereses y el capital de estos préstamos.
En la tragedia de Hamlet, este personaje simula locura, como un medio para confirmar la sospecha de que su tío Claudio había sido el asesino de su padre. Es en ese contexto que Shakespeare le hace decir a Polonio, aquello de “…es locura, pero hay lógica en ello…”.
Veamos la supuesta lógica de estas medidas.
La primera, la venta de los títulos públicos en dólares por parte de los organismos públicos y la posterior compra, con parte de esos pesos, de bonos públicos en pesos indexados, tiene dos objetivos. 1. influir en la cotización del CCL para bajar la brecha cambiaria, con el poder de fuego que significa la oferta de bonos por el equivalente, dicen, de 4 mil millones de dólares; 2. conseguir financiamiento de parte del déficit fiscal que se agravará por la menor recaudación de impuestos al comercio exterior -sequía y restricciones a la importación- y la caída del nivel de actividad de este año, con los pesos provenientes de la compra que esos organismos le harán al Tesoro de los títulos en pesos indexados.
La segunda medida, obligar a distintas reparticiones públicas a venderle los dólares que tengan al Banco Central, implica mejorar la posición de reservas netas de la entidad, dado que hoy esos dólares, depositados, supongo, en el Banco Nación, ya están en las reservas, por el encaje que se exige, pero forman parte de las reservas brutas, dado que no son “propiedad” de la autoridad monetaria.
Lo arriba descripto parece “la lógica”, exploremos ahora “la locura”.
En principio, el mercado del CCL tendrá más oferta de bonos en dólares para quienes quieran ir con los pesos a dolarizarse, a través de la compra-venta de esos títulos, y esa mayor oferta debería limitar el precio de estos títulos y, por lo tanto, achicar, o al menos mantener, la brecha que empezaba a descontrolarse. Obviamente, que no se podrán volcar al mercado el equivalente de 4000 millones de dólares en bonos, serán muchísimo menos, salvo que quieran llevar el precio de los bonos a un valor cercano a cero.
Es más, ya había poca demanda de estos bonos dolarizados, al menos por parte de los inversores institucionales, que tienen en sus carteras, menos bonos que los que la regulación les autoriza hasta hoy. A pesar de ello, la CNV y el Banco Central anticiparon que se relajarán parte de las restricciones actuales que impiden a casas de bolsa, y muchas empresas y particulares acceder al mercado de este dólar.
En otras palabras, se aumenta la oferta de bonos en dólares, para controlar la brecha, y se incrementa la demanda de esos bonos, para conseguir más pesos para financiar el déficit, en un intento de “dolarización controlada”.
Cuántos bonos finalmente se venderán en este mercado, y cuántos de los que se vendan quedarán en cartera de los compradores o serán usados para conseguir dólares contra alguien que necesite pesificarse, no lo sé.
Pero esto último no es trivial, si muchos quieren dolarizarse, la contracara es que pocos quieren pasarse a pesos, comprando los bonos que les venden los que se quieren dolarizar.
Si esto es así, es cierto que la mayor oferta de bonos le pone un “techo” al precio del CCL, pero la menor demanda de “pesificadores” le pone, simultáneamente, “un piso” al precio del CCL (el precio al que alguien está dispuesto a reducir su posición en dólares, y aumentar su posición en pesos).
Entre nosotros, sospecho que después de todo este rulo, ese piso y ese techo, no deben ser muy distinto del que se hubiera dado sin esta operatoria. Quizás, para aumentar aún más la demanda de estos bonos, esté también la idea de pasar a este mercado ciertas importaciones.
De todas maneras, cualquiera sea el número, habrá algunos comprando esos bonos en dólares con sus pesos.
Pero sucede que esos pesos, hoy, están en alguna otra inversión, en otro bono, o en un plazo fijo, o en un activo contra el sector privado.
Si están en otro bono, primero hay que venderlo, y allí aparecerá el Banco Central, emitiendo pesos, para sostener el “mercado” de esos bonos.
Si están en un plazo fijo, el retiro del plazo fijo implica que el banco comercial que tiene como pasivo esa colocación, cancelará una leliq para devolver el depósito. Cancelar una leliq es emisión de pesos del Banco Central.
Finalmente, si los pesos surgen de vender un instrumento emitido por el sector privado, o cancelar un crédito, se limita aún más el financiamiento a las empresas y particulares, más recesión, menos recaudación, y más emisión de pesos para financiar el déficit.
Corolario, los pesos para la compra de bonos dolarizados a los organismos públicos, y financiar así el déficit fiscal, los termina poniendo… ¡El Banco Central!
Es decir, en materia de pesos y financiamiento al sector público, tanto del déficit como de la deuda que no se pueda renovar, todo seguirá sin cambios, con el Banco Central como prestamista de única instancia.
Veamos el tema dólares.
La sequía restará de las exportaciones, aproximadamente, 20.000 mil millones de dólares. Como le dije la semana pasada, no hay precio del dólar que haga llover. Y si lloviera, parece que es tarde.
En situaciones como esta, un país como el nuestro devalúa, para alentar alguna exportación marginal y racionar la demanda de importaciones vía precio. Y usa reservas y pide crédito, para que esa devaluación sea la menor posible, dado que se trata de un fenómeno temporario. (la sequía).
En el caso argentino, no hay reservas, y el crédito externo es escaso, de manera que sólo queda la devaluación.
Pero, el Gobierno, por ahora, se resiste a un salto en el tipo de cambio oficial, al menos para todos y todas.
Por lo tanto, cabe esperar mayores restricciones a las importaciones y/o, como sugería más arriba, el paso de algunas importaciones al mercado libre. Una devaluación transitoria y sectorial para ciertas exportaciones e importaciones, más otro crédito adicional que se consiga, y esos dólares de organismos arriba mencionados que se suman a las reservas netas.
¿Alcanza esto para evitar un salto cambiario más generalizado? Parecería que no, pero el horizonte, por el momento, es llegar a las PASO, después se verá.
La semana pasada le comenté que el Gobierno se había quedado sin instrumentos de política económica para revertir la tendencia inflacionaria y recesiva del año.
Una semana después, con los inventos comentados, el escenario no luce mejor. No se anunció ajuste fiscal, sino más emisión monetaria disfrazada de ingeniería financiera, y en el mercado de cambios, lo resuelto hasta aquí tiene gusto a poco.
Un comentario final, sobre el tema del FGS. Como le dije hace unas semanas desde esta columna, el Fondo de Garantía de Sostenibilidad, no es un fondo, no garantiza nada y no es sostenible.
Para los que se preocuparon esta semana de “la plata de los abuelos” les aviso, con todo respecto, que llegaron 16 años tarde al debate.
También en ese momento hubo locura y lógica en ello.
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