El agua, indispensable para la viabilidad y desarrollo de toda civilización, es un recurso muy escaso. Las sequías, agravadas por el cambio climático, sumadas a la contaminación de ríos y océanos, producto de las actividades humanas y el inadecuado tratamiento de efluentes, ha hecho que la disponibilidad de agua apta para consumo esté en constante descenso.
La gravedad del problema se puede dimensionar si se considera que, según un informe de la ONU del año 2020, mientras que en el último siglo el crecimiento del consumo de agua duplicó al crecimiento de la población, en América Latina la disponibilidad de agua por habitante disminuyó un 22 % en los últimos diez años, siendo la situación mucho más grave en otras regiones del mundo como en África Subsahariana en la que se registró un descenso del 41%.
La disminución de la calidad del agua por contaminación es una problemática compleja y abarca un espectro muy amplio de contaminantes como: metales pesados, agroquímicos, colorantes y los denominados “contaminantes emergentes”, que son aquellos que se han detectado recientemente en los cursos de agua, como productos medicinales, cosméticos y microplásticos.
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En particular, la contaminación con metales pesados es especialmente preocupante, dada la elevada toxicidad de los mismos a concentraciones tan bajas que no afectan las características organolépticas del agua (sabor, color, olor), por lo que, el consumidor no advierte el riesgo al que se somete al consumirla.
La contaminación con metales pesados puede ser antropogénica o geológica. En el caso de la contaminación geológica, el metal se encuentra naturalmente presente en la tierra y su concentración depende de las zonas por las que fluye el curso de agua. En el mundo existen muchas regiones en las que la concentración de metales del suelo o las rocas es muy alta y, por lo tanto, al ser transferidos al agua, alcanzan concentraciones de riesgo para la salud humana, vegetal o animal; este, por ejemplo, es el caso del arsénico en muchas localidades de nuestro país.
Por lo tanto, desarrollar tecnologías orientadas a lograr que este recurso sea física y económicamente accesible a toda la población es uno de los grandes desafíos del siglo XXI. El interés creciente por la búsqueda de soluciones en este campo se refleja en el número de publicaciones científicas relacionadas con el desarrollo de materiales y metodologías para el tratamiento de aguas contaminadas, que ha crecido 10 veces en los últimos 20 años.
En el Centro de Ingeniería en Medio Ambiente del ITBA, se está trabajando en el desarrollo de materiales eficientes para la remoción de metales y contaminantes emergentes, utilizando materias primas provenientes de residuos (caparazones de crustáceos, residuos de cosechas, aserrín de madereras), con el objetivo de intentar contribuir a la resolución, tanto de la problemática del agua, como de la acumulación de residuos orgánicos.
La celebración del Día Mundial del Agua que tuvo lugar el 22 de marzo, fue y es una oportunidad para visibilizar la problemática de la escasez de este recurso y contribuir a la concientización de la población acerca del impacto que tiene a nivel mundial la suma de las pequeñas contribuciones individuales respecto a la moderación del consumo y el cuidado del agua.
*la autora es Directora del Centro de Ingeniería en Medio Ambiente del ITBA
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