El cambio climático ya no es sólo una advertencia de científicos y ecologistas. Es una realidad y estamos empezando a sentir sus consecuencias. Fenómenos extremos como olas de calor, como la que estamos sufriendo en gran parte de nuestro país, serán cada vez más frecuentes si no actuamos rápido.
Los bosques prestan muchos servicios ecosistémicos, como la regulación meteorológica y climática a nivel local, regional y mundial. Los cambios producidos en la cubierta terrestre (por ejemplo, el desmonte para agricultura o ganadería) afectan el intercambio de humedad y calor entre el suelo, la vegetación y la atmósfera, lo que altera los ciclos naturales y modifica la circulación atmosférica. Ello se traduce en cambios de las temperaturas locales y regionales de la superficie y también de los regímenes de lluvia. Los cambios locales en la circulación atmosférica producto de la deforestación pueden llegar a afectar los ciclos meteorológicos al otro lado del planeta.
Estudios científicos han señalado que la deforestación provoca la reducción de la evapotranspiración y de la circulación de la humedad, lo que debilita el ciclo hidrológico, y algunos modelos advierten hasta una reducción del 80% de las precipitaciones anuales en las zonas deforestadas. Por otro lado, en ciertas regiones, se estima que las temperaturas de las superficies desmontadas pueden aumentar hasta 3°C. Por ende, menos bosques significa menos lluvias y más calor.
Por otra parte, los bosques y selvas concentran más de la mitad de la biodiversidad terrestre del planeta. Nos brindan bienes indispensables, como alimentos, maderas y medicinas. Son territorio y sustento de indígenas y campesinos.
En ese sentido, la protección de los bosques resulta fundamental: hoy cubren alrededor del 30% de la superficie terrestre, pero los estamos destruyendo a una velocidad alarmante, sobre todo en las zonas tropicales y subtropicales de Sudamérica, en el centro del África occidental, y en el Sur y el Sudeste asiático. Cada año desaparecen cerca de 10 millones de hectáreas.
En el caso de nuestro país, entre 1998 y 2022 la pérdida de bosques nativos fue de 7 millones de hectáreas, una superficie similar a la de la provincia de Formosa. Lo que nos coloca entre los países con más deforestación del mundo.
Aproximadamente el 80% de los desmontes se concentran en cuatro provincias del Norte: Santiago del Estero, Salta, Chaco y Formosa, sobre todo en los bosques del Gran Chaco, el segundo ecosistema forestal más grande de Sudamérica, territorio de varios pueblos originarios y una de las áreas más ricas en biodiversidad del mundo, con 3.400 especies de plantas, 500 aves, 150 mamíferos, 120 reptiles y 100 anfibios.
Las principales causas de la pérdida de bosques son los desmontes para ganadería intensiva y soja (que mayormente se exportan a Asia y Europa) y los incendios forestales.
La sanción, a fines de 2007, de la Ley de Bosques (26.331) fue un logro sin precedentes y un ejemplo de la importancia de la participación de la sociedad civil, que presionó al Congreso Nacional mediante un millón y medio de firmas. Si bien desde el año 2014 se evidencia una disminución de la deforestación (comparado a antes de implementación de la normativa), aún la mitad de los desmontes se realizan donde no está permitido. Por otra parte, en los últimos tres años aumentaron significativamente los incendios forestales, siendo la sequía un factor determinante.
Es evidente que las multas no son suficientes para desalentar desmontes ilegales e incendios forestales; y los responsables rara vez son obligados a reforestar. En muchos casos es clara la complicidad de funcionarios.
A pesar de los efectos evidentes en los últimos tiempos, la dirigencia política no termina de asumir que estamos ante una emergencia climática y de biodiversidad que nos obliga a actuar en consecuencia. Ya es hora de terminar con la impunidad: se deben prohibir y penalizar tanto desmontes como incendios forestales.
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