Liberalismo, el implacable enemigo de los totalitarismos

Los populismos representados por la izquierda vernácula y los nacionalismos de extrema derecha son primos hermanos ideológicos que tienen un adversario en común

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El ejercicio de la libertad individual es una condición insustituible para alcanzar los mayores niveles de progreso. (Gettyimages)
El ejercicio de la libertad individual es una condición insustituible para alcanzar los mayores niveles de progreso. (Gettyimages)

La historia de esta corriente de pensamiento que terminó con la esclavitud en todos los sentidos y por primera vez en miles de años la dignidad del ser humano fue finalmente reconocida, se extiende por la mayor parte de los últimos siglos a partir de la Revolución Gloriosa, del Constitucionalismo Inglés y de la Revolución Americana, entre otras fuentes importantes, como respuesta a las brutales guerras religiosas en Europa durante los siglos XVI y XVII y a la falta del reconocimiento de los derechos inalienables de las personas, haciendo énfasis en la elaboración de argumentos contrarios a la monarquía absoluta y su pretensión de monopolio sobre la verdad desde el punto de vista político, económico, filosófico y religioso. Los fundamentos intelectuales fueron establecidos por John Locke que apuntó a un decisivo impulso de la Ilustración cuyas ideas constituyen el andamiaje rector del Liberalismo o sea del Sistema Institucional de la Libertad que cuestionó sin atenuantes las viejas tradiciones de las corruptas sociedades medievales y sus gobiernos despóticos y totalitarios. Estas nuevas ideas se unieron finalmente en poderosos movimientos revolucionarios que derrocaron regímenes feudales, autoritarios, especialmente en Europa y América Latina.

Recordemos que el Liberalismo es un modo de entender la naturaleza humana y una propuesta para que las personas accedan al más alto nivel de prosperidad potencial que tengan de acuerdo con los valores, capacidades, actitudes e idoneidad que posean, unido al mayor grado posible de libertad en el seno de una sociedad que reduce al mínimo los inevitables conflictos. Al mismo tiempo descansa en dos actitudes vitales que conforman su génesis: la tolerancia y la razón, en consecuencia contrario a todo tipo de dogmas que solo traen pobreza intelectual y económica. El gobierno o sea la autoridad política debe resultar del consentimiento de las personas libres con el objeto de regular la vida pública sin interferir en la esfera privada, incluidas las ideas políticas o religiosas de sus habitantes.

Para el Liberalismo el Estado ha sido concebido por y para el individuo y no a la inversa. Se valora el ejercicio de la libertad individual como condición insustituible para alcanzar los mayores niveles de progreso, enfatizando que el derecho a la propiedad privada es fundamental puesto que sin ella el individuo está perpetuamente a merced del Estado.

Asimismo debemos recordar que estas ideas rectoras se basan en la responsabilidad individual ya que no puede haber libertad sin ella. Los hombres y mujeres son responsables de sus actos, asumiendo riesgos siempre teniendo en cuenta las consecuencias de sus decisiones, sin interferir nunca en los derechos de los demás. Precisamente y para regular los derechos y deberes del individuo con relación a sus pares, nace el Estado de Derecho, es decir una sociedad regida por leyes positivas que no otorguen ventaja a persona, partido o grupo alguno, evitando de esta manera en forma terminante con cualquier tipo de privilegios.

Para el Liberalismo, las fuerzas de oferta y demanda son la que de forma natural llevarán a un equilibrio en donde los precios reflejan la escasez relativa de los bienes a disposición. Desde la década de 1920 el economista y pensador austriaco Ludwig von Mises demostró por qué en las sociedades no era posible planificar centralmente el desarrollo. Señaló con meridiana claridad, en contra de las corrientes socialistas y de extrema derecha representadas por el nacional-socialismo que ya estaba surgiendo en Alemania, cómo cualquier intento de fijar artificialmente la cantidad de bienes y servicios que debían producirse, así como los precios que deberían tener, conduciría al desabastecimiento y a la pobreza generalizada. No se equivocó y la experiencia universal revela que estas medidas han naufragado inexorablemente en todo el mundo.

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En este siglo XXI se necesitará de Organismos Multilaterales aceptados por el conjunto de la comunidad internacional, que dicten las normas de actuación, supervisen y controlen las intervenciones y diriman las diferencias. En resumen, que den legitimidad internacional a esas actuaciones ya que se trata de obtener resultados más efectivos representado por un Multilateralismo consolidado, con un nuevo reparto de poder que refleje las capacidades reales de sus miembros (en rigor, una actualización del concepto de “equilibrio de poder” del Tratado de Viena - 1815).

Añadido a un enfoque más general de los intereses, valores y perspectivas de todos ellos alejándolas de la visión unívoca y simultáneamente un sistema de toma, aplicación de las decisiones y resoluciones adoptadas más acorde con la rapidez, inmediatez y velocidad que caracterizan al mundo de hoy.

En definitiva, este Nuevo Orden Internacional vigente que vió la luz en 1989 con la caída del Muro de Berlín, cumple más de treinta años de progreso inigualable en aquellas naciones que abrazaron las ideas de la libertad, siendo la reafirmación de los más excelsos principios republicanos de gobierno cuyos resultados en el mediano plazo será continuar en el exitoso camino de la globalización, de la interdependencia, de las libertades económicas, de la apertura al mundo y en consecuencia, confirmar un no rotundo al aislacionismo.

Friedrich Hayek, autor muy influyente y discípulo de Ludgwig von Mises en la Escuela Austríaca fue un duro crítico del socialismo y de la economía planificada. En su libro “Camino de Servidumbre”, este Premio Nobel de Economía (1974) decía con aguda visión: “Cuanto más planifica el Estado, más complicada se le hace al individuo su propia planificación”.

En esencia, para el Liberalismo el rol fundamental del Estado debe ser mantener el orden, asegurar la competencia y garantizar que las leyes se cumplan. Es importante mencionar que la igualdad no es la utopía basada en que todos obtengan los mismos resultados sino que todos tengan las mismas posibilidades de luchar para obtener los mejores resultados y en ese sentido, la educación, objetivo primordial y excluyente, debe ser el punto de partida para poder acceder a una vida mejor, en igualdad de condiciones y oportunidades para todos.

En síntesis, lo opuesto representado por los sistemas totalitarios, es decir, los populismos representados por la izquierda vernácula y los nacionalismos de extrema derecha, ambos primos hermanos ideológicos que tienen un enemigo en común: el Liberalismo. Es por ello que debemos poner toda nuestra iniciativa, energía y esfuerzo para impedir que triunfen las ideas contrarias a la libertad y retomemos el extraordinario legado de la Ilustración potenciado por los grandes pensadores universales de la Libertad, representado en nuestro país por las legendarias “Generación del 37″ y “Generación del 80″, entre ellas el artífice de la Constitución Nacional de 1853. Me refiero al gran Tucumano, Juan Bautista Alberdi.

Juan Bautista Alberdi
Juan Bautista Alberdi

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