Cuando la mayor parte de la prensa internacional clamaba que la quiebra de los dos bancos especializados en financiación de inversiones tecnológicas -el Silicon Valley Bank y el Signature Bank-, eran fenómenos aislados, que no comprometían al sistema bancario, las acciones del Credit Suisse caían estrepitosamente en las bolsas –un 30% en un sola jornada- y comenzaba una corrida contra sus depósitos.
El anuncio de que el Banco Nacional Saudi no amplaría su participación accionaria en el banco suizo fue interpretado negativamente por tenedores de bonos y por depositantes. El Credit Suisse tiene un largo historial de pérdidas por operaciones fallidas y por su condición de cueva de dinero ilegal de buena parte del mundo. Credit Suisse perdió decenas de miles de millones con el fondo Archegos y la compañía de servicios Greensill en 2021. Para el desenlace fue decisiva la declaración de la auditora PwC, de que no podía firmar el balance del banco debido a “debilidades materiales en sus informes financieros”. Es una alusión a la caída del valor de su cartera de títulos de la deuda pública de diversos países, como consecuencia de la suba persistente de la tasa de interés. Sin conexión con los bancos intervenidos en Estados Unidos, el Credit Suisse adolecía del mismo problema estructural, que la valuación contable no se corresponde con el valor de mercado de los activos, y que esa pérdida no estaba cubierta por ninguna provisión específica en sus libros.
En forma simultánea, un tercer banco de California anunciaba su falencia, el First Republic, que atiende a las grandes tecnológicas, pero en este caso desatando una operación de salvataje de los seis bancos más importantes de Estados Unidos. “Once bancos, informa el Wall Street Journal (16-3) han depositado 30 mil millones de dólares… en un esfuerzo extraordinario para proteger al conjunto del sistema bancario”.
El Silicon Valley y el Signature, en cambio, no han encontrado compradores, por lo que han debido ponerse bajo el amparo de la ley de quiebras. Los intentos del banco de inversión Goldman Sachs, asesor financiero del SVB, de quedarse con el banco por monedas no fructificaron. Mejor suerte tuvo el británico HSBC, que se quedó con la filial londinense del SVB a cambio de 1 libra esterlina, luego de la deserción de otras instituciones. El HSBC no se tomó el tiempo para investigar los balances de la sucursal (“due dilligence”), para poder ganar la partida a un eventual rival; hizo un apuesta al voleo ante la presión insistente de las autoridades del Reino Unido para evitar una quiebra que pudiera contagiar al resto del mercado de Londres.
El descalce entre el valor de los depósitos, por un lado, y el de los activos de los bancos, por el otro, se ha acrecentado enormemente con el aumento de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo y el de Suiza, y considerablemente menos el de Japón. Esto significa que el balance de los bancos ocultan pérdidas de magnitud. La aseguradora de depósito de Estados Unidos, FDIC, ha informado que, en total, las instituciones financieras norteamericanas tienen 620 mil millones de pérdidas no contabilizadas. Una desvalorización del 10% de estas carteras barrerían con la cuarta parte del capital de los bancos” (The Economist, 16-3). Visto en otros términos, de acuerdo a un análisis de inversiones a tasas fija, “los activos de los bancos serían 2 billones de dólares inferiores a los reportados – lo suficiente para barrer con todo el capital del sistema bancario norteamericano” (id.). Estos datos mensuran las dimensiones que ha ido adquiriendo el capital ficticio en el régimen capitalista contemporáneo.
La insolvencia financiera de bancos e instituciones no se manifiesta solamente cuando se produce un retiro de depósitos, que aparece, en realidad, en una última etapa. Se manifiesta por una intensa actividad para sacar beneficio de una quiebra, mediante la venta anticipada, a la baja, de las acciones y los bonos en poder de los potencialmente afectados. Lo llamativo es que estas operaciones bajistas se han venido haciendo contra los bonos emitidos por Estados Unidos y por los de los principales países de la Unión Europea, que son considerados los activos más sólidos de la economía mundial.
Los rescates que anuncian las autoridades económicas y monetarias, y los ‘pools’ de bancos que se forman para el caso, dejan un tendal de pérdidas entre quienes han especulado con las quiebras. Todo esto deja en evidencia una situación de insolvencia real o potencial de las deudas públicas más sólidas, y de otro lado el mecanismo de disolución económica que pone en marcha la disputa entre capitalistas. Los liberales y libertarios, por el contrario, elogian este trabajo destructivo del valor de mercado de las empresas como una suerte de recolección de basura que asegura la reproducción del capitalismo.
El rescate por 54 mil millones de dólares que aportó el Banco Central de Suiza levantó las acciones del Credit Suisse, pero no afectó significativamente su vulnerabilidad sistémica. En el pico de la crisis, su tasa de riesgo llegó a 2000 puntos básicos (como Argentina), las medidas de contención la bajaron a 980 pp y el rescate la estabilizó en 890 pp. O sea que ha perdido la posibilidad de obtener financiamiento. Aunque la liquidación del banco está fuera de la intención de las autoridades, se da por hecho de que lo compraría el UBS, el mayor banco de Suiza, con graves pérdidas para el Banco Central, que le ha prestado 54 mil millones de dólares – la misma cifra que el FMI le dio a Macri, pero por debajo de lo que ofrece a Ucrania. Una operación semejante expondría las enormes tenencias de los oligarcas rusos en el Credit Suisse.
Un elemento adicional poderoso en esta crisis, son las condiciones preferenciales que gozan los bancos con relación a otros acreedores en un concurso de quiebra. “Los mayores 25 bancos tienen más de 247 billones de dólares en derivados, lo cual plantea un tremendo monto de riesgos para el sistema financiero”, señala una publicación. Esos derivados son contratos que protegen las inversiones entre los mismos bancos. Estos derivados tienen preferencia sobre los derechos de los accionistas ordinarios, los acreedores comunes y los depositantes no asegurados.
En el sistema financiero presente, los fondos internacionales -de inversión, capital, cobertura, y otros- ganan en preponderancia a los bancos. Larry Fink, el mandamás del mayor fondo internacional, advierte que “los fondos invertidos en inversiones ilíquidas, como inmobiliarias, crédito privado y participaciones de capital, podrían ser la tercera ficha de dominó por caer” (Financial Times, 15-3). A diferencia de los bancos, los fondos no tienen otros seguros que los que hayan contratado, además de su clientes, por medio de derivados. No cuentan con el rescate de la banca central o el Tesoro. Fink añade, perceptivamente, que “otros riesgos son los geopolíticos y las fragmentación de la economía mundial”.
Esta última observación pone a la crisis financiera en desarrollo en lo que es el ojo o centro del huracán – la insolvencia histórica del capitalismo. El rescate capitalista de 2008, el financiamiento estatal al capital bajo la pandemia y la militarización creciente del gasto público han puesto en posición de bancarrota a la deuda pública. Estados Unidos registra un déficit fiscal de 1.5 billones de dólares y una deuda pública de 24 billones – un 120% del PBI. Es la deuda en proceso de desvalorización que los bancos tienen en sus activos. El refugio por antonomasia del capital va quedando a la intemperie. Esta crisis sistémica conecta con la guerra y con la fragmentación del mercado mundial. Hay que sacar las conclusiones estratégicas de este irrevocable realidad histórica.
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